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El fotógrafo Eduardo Nave recuerda bien el domingo que estalló el volcán de Cumbre Vieja, en La Palma, y decidió retratar ese prodigio de la naturaleza que también estaba devastando un área poblada. Cuando las lenguas de lava sepultaban pueblos enteros, viajó desde Madrid y ... se alojó en El Paso, para iniciar el peregrinaje a las faldas de aquel portento de la naturaleza. En su primera estancia compartió las vistas del cráter con cientos de fotógrafos; en la segunda, ya eran la mitad, y en las siguientes tres, realizadas durante un año completo para captar tanta belleza y ferocidad en las cuatro estaciones, ya caminaba solo por los parajes negros de ceniza que eran reconstruidos por la vida y la mano humana.
La suya es una mirada artística, alejada de lo urgente, que se edita en un libro titulado 'Las cuatro estaciones del volcán Tajogaite en ochenta y cinco vistas'. (Tajogaite es una de las denominaciones no oficiales de este volcán aún sin bautizar, y significa «montaña rajada», en guanche).
Inspirado en las pinturas que el japonés Katsushita Hokusai hiciera del Monte Fuji entre 1931 y 1933, Nave decidió también retratar el volcán de La Palma desde distintos ángulos y bajo diferentes condiciones climáticas.
Si algo quiere mostrar Nave con sus imágenes es que el estallido violento de la tierra no es sólo un evento natural, sino también un proceso humano, en el que los habitantes deben sobreponerse a la catástrofe y recolonizar «la tierra más joven del planeta», dice el fotógrafo. «Intentaba acercarme lo máximo posible, reflejar la vida de la gente, las casas, los coches, siempre con el volcán en las imágenes. Ver cómo cambia la isla y cómo es vivir allí».
En esta exploración visual y vital, Nave hizo unos 15.000 disparos con su cámara, preseleccionó 2.500 imágenes, luego 800 y siguió eligiendo hasta llegar a las 85 fotografías finales, reunidas en un volumen coeditado por La Fábrica y Ediciones Remotas. «En las cuatro estaciones notas cómo la naturaleza intenta abrirse paso», mantiene Nave. «No es sólo la erupción, las cenizas, las coladas. También se trata de la gente que desentierra sus casas o, ahora mismo, la construcción de la carretera que une dos de los pueblos afectados».
Desde una perspectiva fotográfica y humana, Nave reflexiona que un volcán en erupción es «la catástrofe más bella, que puedes contemplar durante horas, pero te da una experiencia dicotómica, porque a la vez entiendes que ocurre una tragedia».
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