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Con las mediciones y pruebas usuales que se hicieron en pediatría no saltaron las alarmas. Pero cuando la fontanela se cerró antes de tiempo, Marta de la Fuente y Quirós y su marido acudieron a un especialista, porque la bebé tampoco succionaba bien y no respondía a los estímulos usuales. «Ya empezamos a estar un poco asustados», recuerda De la Fuente, del día que comenzó un largo recorrido hasta dar con un diagnóstico. «Empezamos el peregrinaje por distintos especialistas, porque en ninguna prueba salía nada alarmante». Un neurólogo advirtió que la niña, entonces con ocho meses, podía tener parálisis cerebral o autismo, y les remitió a un neurocirujano.
A ciegas, empezaron las pruebas clínicas –ecografía transfontanelar, encefalograma, metilación del ADN–, para descartar enfermedades como la epilepsia, el síndrome Prader Willi y otras enfermedades. Un genetista recomendó hacer un exoma trío, que analiza el genoma de los padres y el hijo. «Yo ya estaba muy cansada física y psicológicamente», reconoce De la Fuente, que trabaja en marketing y tiene 44 años y tres hijos. «Iba de prueba en prueba, normalmente por recomendación de un médico anterior. Vas muy perdido y el tiempo siempre está en tu contra».
Seis meses después de la primera cita hubo un diagnóstico. La niña, llamada como la madre, tenía una enfermedad rara: el síndrome CTNNB1, que causa retrasos motores y problemas de alimentación por la hipotonia (bajo tono muscular); enfermedades de la vista como estrabismo o miopía; y microcefalia. Descubierta en 2012, suele confundirse con la parálisis cerebral y ocasiona retrasos en la comunicación, el desarrollo y la capacidad intelectual. No tiene cura ni tratamiento específico, como tantas otras de las 6.300 enfermedades raras identificadas en Europa. Tampoco, a pesar de ser una enfermedad genética, se transmite de padres a hijos. «Te toca la lotería y te tocó», dice De la Fuente.
Una patología entra en la definición de «rara» cuando no afecta a más de cinco personas por cada 10.000. Como el CTNNB1, la mayoría (70-80%) es de origen genético y en España afectan a unas tres millones de personas, según el Instituto de Investigaciones Biomédicas (IIBm). «Desde el primer momento, uno de los principales problemas es el retraso diagnóstico, debido al desconocimiento que las rodea y a la dificultad de acceso a la información y a los centros especializados», sostiene Juan Carrión, presidente de la Federación Española de Enfermedades Raras (Feder). «Además, sólo el 6% cuenta con medicamentos».
La necesidad de mayor información y la advertencia del genetista de que quizás el suyo fuera el único caso español, hicieron que De la Fuente rastreara todo lo posible por internet. «Para bien o para mal siempre encuentras cosas», rememora. «Vi lo peor de lo peor y luego cosas que no eran tan gordas. Hay que tener cuidado con las terapias ficticias».
La pequeña Marta tiene ya cuatro años. Anda sola en trayectos cortos, se comunica con pictogramas, a veces se autoagrede, sabe morder «como un tiburón», es sociable y alegre, acude a un colegio especial y obedece en las terapias. El día a día es «una montaña rusa constante. Hay días que son muy buenos y otros muy duros», mantiene su madre. «Tiene un problema conductual muy grande, porque va comprendiendo intelectualmente más de lo que pensábamos, y ahora ella tiene una frustración con el habla. Al no poder expresarse con palabras, tiene crisis de irritabilidad. Ella y nosotros tenemos que aprender a gestionarlas. Nadie te prepara como padre para un niño con necesidades especiales, y aprendemos poco a poco».
En estos casos, las familias se dedican al miembro que padece la enfermedad rara. Se reduce su «contacto social» con el tiempo y surge un sentimiento de aislamiento, según el estudio 'Relaciones afectivas y calidad de vida en el ámbito de las enfermedades raras', publicado este año en 'Apuntes de Psicología'. «El apoyo social es fundamental», afirma Jesús Martínez-Calvo, miembro de la Unidad de Análisis y Desarrollo Grupal de la Universidad de Sevilla y primer firmante del artículo. «Cuando ha pasado el tiempo, al tener un hijo con una enfermedad rara, el contacto social de sus cuidadores se reduce. Deben dedicarse más al menor, lo que produce exclusión y desapego por parte de la red de apoyo, que deja de ofrecer ese acogimiento. Cuando la familia se retrae, aumenta el estrés y la ansiedad. Como factor protector se refuerzan los nexos entre ellos».
Frente a una realidad que «acaba afectando todo el entorno y la familia», Marta de la Fuente se transformó en 'cuidadora'. «No es un día y ya está. Es todos los días. Te cambia completamente la vida», explica. «Es una carrera de fondo. Si tú estás bien, tu hijo está mejor y también la gente que te rodea y tu familia. El tema de las ayudas psicológicas y psiquiátricas parecen tabú, y me da rabia que dé apuro hablar de estas cosas, porque un ataque de ansiedad puede derivar en una depresión. Si los cuidadores nos caemos, se cae todo el equipo. Con mi hija nada es previsible. No podemos hacer planes a largo plazo. Se requieren terapias y visitas médicas contantes. Neurólogo, oftalmólogo, rehabilitación, psicólogo y psiquiatras... muchísimos especialistas. Te pasas la vida metida en un hospital».
La investigación científica suele ser la única esperanza para los pacientes con enfermedades raras y sus familiares, que esperan un hallazgo que mejore su cotidianidad, que frene el deterioro o que salve sus vidas. Cuando la causa es genética, la enfermedad se descubre gracias a pruebas como el exoma, como pasó en el caso de la pequeña Marta. Algunas, las congénitas, se manifiestan al nacer, pero otras se verán con el paso de los años. «No siempre se conoce el gen o se conoce poco, y ahí viene la parte de la investigación: qué pasa en las células y en los tejidos para que se produzca esa enfermedad», explica Víctor Ruiz Pérez, director de Enfermedades Raras en el Instituto de Investigaciones Biomédicas Sols-Morreale (IIBm). «Hay que demostrar que la mutación es patogénica o que existen más casos con la misma mutación o enfermedad causada por un gen, conocido o no, que aparece ahora como causante de esa enfermedad. Pero encontrar qué está mal en la célula lleva un tiempo. Años, mínimo, para poder entender qué está pasando, más aún si el gen se conoce muy poco».
3.069 patologías
Son las enfermedades poco frecuentes que están representadas en la Federación Española de Enfermedades Raras (Feder)
3 millones
Son las personas afectadas en España con más de 6.000 enfermedades raras identificadas, según el Instituto de Investigaciones Biomédicas.
En un campo científico poco atractivo por la falta de financiación de la industria farmacéutica, al no haber un buen mercado de pacientes para un hipotético medicamento, los investigadores entran por vocación y dependen casi exclusivamente de fondos públicos. «¿Qué nos motiva? Los científicos se mueven por la curiosidad de saber cosas», responde Ruiz Pérez. «Las enfermedades raras informan cómo funciona el cuerpo humano. Ahora sabemos que cuando está mutado produce una enfermedad. Sacas información nueva de los resultados. Pero la principal motivación es que puedes ver la aplicabilidad de tu esfuerzo en el laboratorio. Por ejemplo, cuando una familia no sabe qué es lo que le pasa al niño y puedes informarles lo que está mal, cuál es el gen mutado. Yo no estoy en el hospital pero me comunico con el paciente a través del clínico. Ves que tu trabajo ha contribuido a que esa familia tenga la respuesta».
Después de la «odisea diagnóstica», como define Ruiz Pérez a lo que se vive cuando «tardan un tiempo hasta lograr saber qué es lo que está mal», Marta de la Fuente se dedicó al cuidado de su hija, sin dejar de buscar información sobre el síndrome que la afecta. En una red social, De la Fuente vio un 'reel' de un niño con «algo parecido» y contactó con el padre que, a su vez, la puso en comunicación con una familia. Ella estaba en Madrid y ellos, en Cataluña. Así pudo hablar por primera vez con alguien en su misma situación. «Sentí un gran alivio. Estaba emocionada. Pude hablar con esta familia en pocas horas, con mi cuaderno y bolígrafo. Haciendo un cuestionario de todo. Era para mí una maravilla, aunque suene muy duro, saber que no estábamos solos».
Algunas se identifican sólo con enrevesadas nomenclaturas, como el síndrome Idic15, cuyo nombre pretende explicar que hay una duplicación en el cromosoma 15q, algo que afecta a una de cada 30.000 personas, explica la Asociación Nacional del Síndrome Idic15.
La red fue creciendo por vías telemáticas. «Empiezas a tirar del hilo y te das cuenta que hay más familias. Cuatro o cinco empezamos a reunirnos. Teníamos necesidad de hablar. Nuestros hijos tienen trastorno del sueño y tardamos en acostarles, así que nos veíamos por videoconferencia cuando dormían. Se crearon vínculos y surgió una fuerza para crear una asociación». Con la asociación han localizado una treintena de casos.
Crear estas comunidades, unidas por la responsabilidad y el amor hacia un hijo con una enfermedad rara, es «clave», define Carrión. «Surgen para dar respuesta a las necesidades de estas familias y, por supuesto, para acompañarles en un momento tan complejo como antes, durante y tras el diagnóstico». Coincide Martínez-Calvo: «Ya sean grupos 'on line' o presenciales, las asociaciones de padres son beneficiosas para la calidad de vida de las familias. Se han ido modernizando con el paso del tiempo y la tecnología. Comienzan como grupos de redes sociales y se hacen comunidades. Ayudan a contar tu historia y a reforzar que el sentimiento que tienen no es único».
Las enfermedades raras son implacables, de momento. «Curas hay pocas», sentencia Ruiz Pérez, que organiza la I Jornada de Enfermedades Raras, en colaboración con el CSIC y la Universidad Autónoma de Madrid. «Quizás en el futuro se desarrollen terapias génicas que corrijan los defectos. No siempre se consigue y no hay un tratamiento eficaz. Pero la investigación puede abrir puertas a la esperanza». Mientras tanto, pacientes y familias prosiguen las rutas que trazan estas patologías que hasta hace poco se desconocían y que ahora, algunas como la CTNNB1, no tienen siquiera un nombre, sólo unas siglas.
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Alfonso Torices (texto) | Madrid y Clara Privé (gráficos) | Santander
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Sara I. Belled, Clara Privé y Lourdes Pérez
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