El pelador de burros, los esparteros, las tejedoras de alfombra, las azafraneras, los caldereros, los toneleros, el fundidor de campanas, o aquellos fabricantes de horcas (forcaires) imprescindibles antaño para recoger el cereal... hasta un centenar de labores del pasado aparecen descritas con sus correspondientes fotografías ... en el libro '100 oficios para el recuerdo' (Lunwerg), obra del etnógrafo Eugenio Monesma (Huesca, 71 años), quien lleva casi medio siglo recorriendo la España rural rescatando del olvido trabajos y modos de vida que en su mayoría han desaparecido o agonizan en este siglo XXI.
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A lo largo de más de 200 páginas, este incansable y vocacional cronista de las viejas tradiciones (que aún sigue en activo) ha seleccionado los oficios perdidos más curiosos de España, entre los más de un millar que ha documentado desde los años 80 con entrevistas a sus protagonistas. Esa monumental labor de recopilación de historias de los currantes del campo convierte a Eugenio en el poseedor del mayor archivo audiovisual (más de tres mil documentales) y fotográfico sobre la cultura tradicional y la etnografía en nuestro país.
Lejos de las prisas y el estrés urbanita, por las páginas cargadas de nostalgia de '100 oficios para el recuerdo' transita Olegaria, que recorría las extensas llanuras de los campos zamoranos para recolectar el barro que luego cocía en su horno de leña; Miguel, un pelador de burros ambulante que peregrinaba por los pueblos de Sevilla con su peine de hierro (la almohaza), su piedra de afilar, y su tijera de hojas curvadas esquilando la piel de las caballerías para evitar que se fijaran allí los parásitos; Luis, el sillero de Santa Eulalia del Campo (Teruel), que en su pequeño taller construía taburetes de anea; Josefina y Tía Serena a las que Emilio acompañó un día de invierno de 1997 hasta el corral de San Juan de Plan (Huesca), donde elaboraban jabón casero a partir de aceite usado para freír, sebo rancio y huesos de jamón en un perfecto reciclado de desperdicios grasientos; Ramiro Viguera, un pelotari de Logroño convertido en el gran maestro artesano de la pelota vasca; o Joaquín, que en su fragua de Benabarre (Huesca) moldeaba calderos de cobre con su martilleo rítmico y preciso.
«He querido rendir un homenaje a las personas que con su esfuerzo y con su duro trabajo en el campo sacaron adelante a las nuevas generaciones. Muchos ya han fallecido, pero mi intención es que su obra y su recuerdo queden perpetuados para siempre en esta recopilación de oficios», indica el autor.
En estos casi 40 años recopilando cientos de faenas de otros tiempos, Emilio dice que hubo dos que le impresionaron. Uno fue el de El batioja, un artesano que se dedicaba a producir el pan de oro con el que se suelen decorar las figuras de las iglesias. «Su trabajo consistía en fundir el oro, convertirlo en una larga y fina tira, cortarla en pequeños cuadraditos y crear pequeñas láminas más finas que el papel de fumar».
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Y el otro fue el de la fabricación de los carros. «Pero éste por la voluntad e interés que mostraron los tres protagonistas para que su oficio quedara recogido en imágenes. Fue en el pueblo burgalés de Mecerreyes y se ofrecieron a fabricarme un carro entero. ¡Vaya sorpresa! Les dije que con una rueda sería suficiente. Grabamos la construcción de la rueda y, cuando vieron el vídeo terminado, quedaron tan satisfechos del resultado que se comprometieron a fabricar el carro completo».
En esos viajes al mundo rural, Eugenio ha convivido con pastores durante la trashumancia del ganado, con artesanos que le han mostrado sus habilidades en diferentes actividades y ha compartido horas de conversación con campesinos que segaban la escaña con sus hoces en la mano, resineros que extraían la miera con la garrancha y azafraneras mientras desbriznaban con minuciosidad y paciencia las flores de la especia más cara del mundo. «Sus conocimientos de la naturaleza, su humildad y su voluntad para preservar su cultura siempre han sido un ejemplo para mí. Hay que acercarse a esos abuelos que guardan la sabiduría popular y escucharlos porque se aprenden muchas cosas importantes para la vida», cuenta el cronista a este periódico. De todos ellos, y también de carboneros, alfareros, caleros, pescadores, pastores... destaca «que han aprovechado los recursos de su entorno de un modo equilibrado, aprendiendo a respetar la naturaleza».
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Precisamente es la actividad pastoril una de las que más echa de menos Emilio. «Muchos montes están intransitables por la falta de ganado que los limpie. Los matorrales que antiguamente servían para los hornos de cocer pan, para calentar los hogares y múltiples usos, hoy invaden las laderas de los montes. Quiero reivindicar esa actividad tan importante para la naturaleza como para nosotros».
Para comprender mejor esa forma de vida que aún perdura en algunos núcleos de la España vaciada, Monesma cuenta con un canal de YouTube, con sus reportajes sobre los oficios perdidos, las fiestas, tradiciones, leyendas, gastronomía, costumbres y rituales de nuestros pueblos. Es su forma de reivindicar un mundo rural «al que se le está dejando de lado» porque «día a día se va perdiendo la atención sanitaria, la población envejece, nacen pocos niños y, por tanto, son muy pocos votos que aportan en las elecciones». Admite que la solución es difícil. «Seguramente está en un cambio del modelo social, del que yo no puedo dar soluciones« y recuerda que mientras las grandes ciudades no disponen de viviendas, o son muy caras, en los pueblos proliferan las casas abandonadas. »De alguna forma nos debemos plantear el regreso al mundo rural«.
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