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La maldad del asesinato machista se extiende por la vida de los que quedan vivos, tras sepultar a la mujer asesinada por su pareja o expareja. Hay madres que pierden a sus hijas, hermanos a sus hermanas y sobre todo hijos que quedan huérfanos. Este año más de 30, para sobrepasar los 370 desde hace dos décadas, cuando estos crímenes se comenzaron a registrar en un apartado específico. La lista comenzó con el nombre de Diana, una mujer de 28 años y una hija de cinco. Desde entonces las mujeres asesinadas por violencia de género se acercan a las 1.200.
La primera mujer de la lista se llama Diana, asesinada el 5 de enero de 2003. Su hija ahora tiene 25 años, se presenta como una persona «libre», que ha crecido al son de su tiempo y cuyo dolor interior solo se deja entrever en algunas reflexiones, guardado en lo íntimo. Aunque confiesa que ha intentado «huir de las heridas» también dice tener «cada vez más ganas de querer y de ser mejor». Criada en Madrid, decidió «dejar mi hogar para siempre» y emigró a Reino Unido. Forjó alianzas. «Eso me llevaría a encontrarlas a ellas (dos chicas, cuyos nombre, al igual que el de la hija de Diana, se omiten), y encontrar en ellas el hogar del que nunca me iría, sus brazos. El hogar más calentito en el que he vivido jamás... huele a jazmín y a otras florecitas. Y cuando estoy ahí siento que puedo con todo en esta vida», escribe. Estos lazos del camino son su «familia»: «Se hace familia allí con quien se conecta», afirma en la información pública de una red social en el que no usa su nombre completo. Le gusta la comida vegetariana, el yoga, cantar Shakira. «Por qué iba yo a seguir teniendo miedo», prosigue. «No puedo sentirme más agradecida de todas las decisiones que tomé en mi vida, de todos los caminos que me han llevado al regalo más lindo que me ha dado la vida, vosotras», les dice a las dos chicas con las que mantiene una relación.
Las formas de sobrellevar el luto que tienen sus allegados, sobre todo su descendencia, traza distintas estrategias, desde el silencio hasta el activismo. Siempre en busca de reconstruir las vidas destrozadas por el asesino y guardar la memoria de quien ya no podrá volver. Con los sentimientos y recuerdos siempre a flor de piel.
Los hijos de las víctimas siguen sus propios caminos, que salvo contadas ocasiones no se cruzan con los de otros huérfanos de la violencia machista. Pero tienen en común que, además de haber sido robados en el afecto, también enfrentan una situación de desigualdad de oportunidades con respecto a los demás niños, al carecer de quienes les debían sustentar. «Cuando falleció mi madre, a mí no me quedó ninguna paga de orfandad», explica la hija de Julia, la octava víctima de 2011. «Pero ayudé a que se cambiase la ley por los que viniesen después de mí. El dinero no paga que tu madre haya fallecido ni te quita la pena, pero ayuda a la familia que se hace cargo de los hijos».
Su padre la llevó a casa de sus abuelos maternos, un domingo, y luego asesinó a su madre, que se convirtió en la víctima 571 de la estadística oficial. Su hija creció con sus abuelos maternos desde los 13 años. «Yo perdí a mi madre de una forma muy dura, pero también a mi padre. Tengo dos versiones de padre porque antes de que pasara esto nunca hubo nada fuera de lugar ni un maltrato. Así que tuve dos pérdidas, mis dos pilares», dice la hija de Julia, ahora repostera de 25 años. Asegura que aprende a «vivir sin rencores», a pesar de que a su madre «la echo de menos todos los días, no se merecía ese final. Éramos uña y carne. La tengo presente en cada cosa que hago, y pienso: ojalá estuviera aquí para que me dé su consejo». «Los hechos son como son, pero no quiero vivir toda la vida con rencor», prosigue. «Eso te hace estar mal internamente. A mi padre no le voy a perdonar, pero a mi madre le gustaría que yo pueda vivir tranquila. En cualquier situación es importante saber perdonar». Sin embargo, entiende a quienes piensan de otra forma. «Cada uno vive el dolor a su manera». Cuando sucedió el crimen, «no asimilaba que mi padre hubiera matado a mi madre. Pensaba que volvería a casa con él. Pero la ostia de la realidad me vino cuando falleció mi abuelo, dos meses después. Estaba enfermo de cáncer. A él lo pudimos acompañar hasta el final, a mi madre no. Y me surgían muchos porqués, que a día de hoy siguen estando». El asesino, su padre, ahora tiene permisos penitenciarios y una orden de alejamiento de la hija de Julia, que no le ha vuelto a ver desde aquel domingo y no se siente «preparada para encontrármelo». Pero algún día, dice, le exigirá respuestas «aunque no me sirvan de nada. A mi madre no me la va a devolver». «Él eligió quedarse sin su familia. El día de mañana, cuando no estén sus padres, lo notará más».
Las personas que se encargan de su cuidado de la noche a la mañana puede ser que tengan más hijos, o que sean solteros que viven en pisos estrechos, con trabajo o sin él Aun con un buen sueldo, cuando a la carga familiar se le añaden más personas, a veces cinco críos, pueden enfrentar apuros económicos. Las ayudas pasaron de la inexistencia hace unos años a diversas partidas perdidas en un «laberinto de burocracia», indica la Fundación Mujeres, que ofrece ayuda para guiar a las víctimas. «El Estado no les avisa cómo se pueden beneficiar y los funcionarios tienen gran desconocimiento de lo que existe, aunque parezca increíble. Aquí nos encargamos de prestaciones que vienen denegadas y las recurrimos y ganamos». ¿Es posible que los hijos de las asesinadas tengan las mismas oportunidades que hubiesen tenido de no perder a su madre?
Algunos han cambiado sus apellidos y, antes de que la ley lo permitiera, los invertían para llevar el de la madre primero. Algunos son criados por sus tíos, otros por sus abuelos. Siempre la familia materna. La paterna suele desaparecer, o proteger e incluso justificar al asesino, según constata la Fundación Soledad Cazorla, que a finales de año realizó un primer encuentro de las familias beneficiarias de su programa de becas para los hijos de mujeres asesinadas por sus parejas o ex. En el caso de M., asesinada por su expareja, la familia del asesino «se dedicó a hacerle desaparecer los bienes», relata el tutor legal de los huérfanos de la décima víctima de 2018. «Debían ser embargados pero, por la lentitud de la justicia, les dio tiempo a vender un piso y un coche y movieron dinero de sus cuentas. Se ve la miseria de sus padres y hermana, que le ayudaron desde el principio para que no le llegue nada a los huérfanos. Son totalmente protectores y apoyan lo que ha hecho».
Los hijos de M., asesinada en 2018, perdieron a su madre, a su abuela y la casa familiar en la misma acción criminal del padre. De manera inmediata, a pesar del golpe, su tío, hermano de la víctima, decidió asumir la responsabilidad de cobijarlos. Estaba soltero y vivía en casa con sus padres, ahora la madre asesinada también, porque «sería lo que querría mi hermana», rememora. «Quedamos totalmente destrozados pero no puedes echarte a llorar, porque hay dos niños sin madre y un padre al que acaban de matar a su hija y a su mujer». También vivía la bisabuela de los huérfanos, con 91 años. «Sus últimos días de vida también se los destrozó este ser». La familia permaneció «muy unida», enfocada en proteger a los niños. «Son supervivientes y hacen lo que pueden, con la fortaleza que les había enseñado su madre y su abuela. Eran dos mujeres fuertes. Los niños tienen derecho a que esto no suponga un estigma para su vida». También en mantener en la memoria a las que se fueron. «Intentamos recordar cómo eran, cómo asumían la vida. Si te centras en cómo fue su asesinato, sólo te destroza. Yo las imagino en situaciones y me pregunto qué haría mi hermana o mi madre en este caso, ¿qué me dirían ellas? Buscas una aprobación que no llega. Hermana, ¿es ésto lo que te gustaría para tus hijos? ¿Estoy educando bien a tus hijos? Intento que los niños vivan tal como le hubiera gustado a mi hermana, que tenía claro cómo sería su educación. Con el tiempo te das cuenta que haces lo que puedes». ¿Cómo superar la rabia, tristeza, decepción? «Tienes que sacar fortaleza, que mucha te la dan los niños. También buscas ayuda psicológica y distracciones para seguir en lo posible con tu vida, buscando momentos buenos. Hay que aprender a vivir con lo que hay y que la rabia no te afecte demasiado».
La situación de los hijos, incluso cuando son mayores, varía dependiendo de un par de factores: si quien mató a su madre era su padre, y si ese padre se suicidó. En caso de que el hombre se haya quitado la vida les facilita su camino, puesto que si está en la cárcel la herida se reabre una y otra vez. Antes la ley obligaba a que se siguiera un régimen de visitas con los menores. Ya no. Pero el hombre sigue el patrón de permisos penitenciarios que les deja salir después de un tiempo en el que los hijos todavía no han madurado, y suelen recalar en el mismo entorno. «Los hijos tienen miedo de que les busquen o de encontrarlo por casualidad, no importa la edad», dice una fuente. «Las familias también tienen miedo de que el hijo cuando crezca vaya a buscarlo para enfrentarlo». Hasta la fecha no hay casos de venganza de este tipo, «pero la posibilidad está ahí». La lucha contra el odio y el rencor es constante en los hijos, víctimas también de esta barbarie.
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Otro factor que puede oscurecer la salud de los hijos es si el crimen ocurrió con ellos presentes. El trauma, las pesadillas, el terror, incluso con pocos años, requiere largos procesos de terapias y amor, y es otra forma de prolongar el maltrato y el daño de esos padres que cometen agresiones mortales. Además, si los hijos de ella tienen diferentes padres, la unidad fraternal se rompe y cada uno va a un hogar distinto, incluso institucional. Cuando el padre no es el asesino, lo que ocurre en varios casos, como por ejemplo en el de la hija de Diana, el menor suele encontrar más apoyo y protección. Por fortuna, los niños hacen su parte para encontrar cierta plenitud e intentan, aunque sea por rutas zigzagueantes, llegar a la felicidad.
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