Alejandro Muguerza vive entre dos mundos, uno a pie de calle, en el corazón de Bilbao, y otro en Miami, el epicentro planetario del lujo. Desde que era niño, ha cruzado regularmente el Atlántico, ese océano que separa sus dos hogares, porque nunca ha renunciado ... a unos orígenes heterogéneos que mezclan la casa familiar de Markina (Bizkaia), recuerdos de fiestas en Palm Beach o temporadas estivales en Nueva York cuando era adolescente. Su trabajo condensa esas raíces. Como cofundador de la empresa Le Basque, organiza grandes eventos para la elite cosmopolita radicada en la urbe norteamericana, aunque ahora sea desde el bocho. Grandes firmas de moda, magnates y dinastías reales, el Dalai Lama, la cantante Cher o el director de cine David Lynch están entre sus numerosos clientes.
- Tiene una biografía peculiar.
- Nací en Cuba, origen de mi madre, pero me crié entre Estados Unidos y Barcelona porque mi padre compró el frontón de la ciudad. Cuando lo vendió vinimos a Bilbao y yo, al acabar mis estudios en la Universidad de Deusto, me fui a Miami para trabajar en una empresa de importación y exportación. Ejercí como asesor legal y de promoción en Madrid, Bruselas y Londres , y allí empecé con el catering. Siempre me ha interesado la gastronomía, la presentación, la iluminación y todo lo escenográfico. Comencé en 1990 con un socio, pero estalló la Guerra del Golfo y la capital británica se paralizó.
- ¿Por qué emigraron a Miami?
- Me invitaron a una boda de un miembro de los Fanjul, amigos del Emérito, y me pareció que allí se hacían eventos espectaculares, pero iguales, faltaba un toque. Encontramos una ciudad tranquila con cuarenta rascacielos y ahora es un infierno de tráfico con cientos de torres. Se venden mansiones por 100 millones de dólares y duran dos días en el mercado, y cada gran marca posee media manzana del Design District y cuatros pisos en altura. La ciudad explosionó con la Feria Art Basel en 2002 y nosotros hemos ido de la mano. Todos los billonarios de las finanzas y las tecnologías se han mudado allí.
- Han seducido a la élite local y también a la Casa Blanca.
- Hemos organizado eventos para las campañas demócratas desde Clinton a Biden, y candidatos como Al Gore o Hillary Clinton. También para Bush, y no hemos trabajado con Trump, pero sí con su exmujer Ivana. En este tipo de cenas, uno del servicio secreto escoge a dedo el plato del presidente y lo apartan.
- La logística de esos eventos se antoja compleja.
- Depende del cliente. La Fundación de Leonardo di Caprio exige que el material empleado sea reciclable y que las plantas para la ornamentación se replanten.
- ¿Qué pasa durante la ArtBasel, la cita del arte moderno?
- Todos los millonarios del mundo acuden a comprar arte. Los aeropuertos de aviones privados entre Miami y Washington se quedan sin plazas. Hemos organizado fiestas para Gagosian, la prestigiosa galería, el Instituto de Arte Contemporáneo Olivier Widmaier Picasso, las editoriales Condé Nast, Taschen o Assouline, el MOCA, el Bass, la Colección Rubell, que ahora posee un museo privado y donde regentamos un restaurante. Hay muchas entidades de ese tipo creadas por mecenas como Rosa de la Cruz o Ella Fontanals Cisneros.
Únicas
«Las fiestas deben diferenciarse y eso exige un análisis psicológico del cliente para poder rizar el rizo»
- ¿Cómo es el trato con este tipo de cliente?
- Muy sano y normal, los peores son los intermediarios y las agencias de comunicación. Parece que te van a dar miedo y luego te tratan de tú a tú, como Cher, que es encantadora, lo más relajado del mundo. Hemos tenido clientes difíciles, de chillar y decirles que les íbamos a dejar colgados y devolverles el dinero y, al final, reconocer que teníamos razón y aplaudirnos.
- Sus exigencias estarán en consonancia a sus desembolsos.
- Una vez el Bass Museum nos pidió que reflejáramos tridimensionalmente el expresionismo abstracto. ¿Cómo interpretas un Pollock en ornamentación de mesa? Compramos kilómetros de alambre maleable e hicimos pelotas gigantes y flotantes con bloques de color, y en las mesas situamos cajas de luz con confeti formado por pétalos trasparentes de cristal de Murano y, en contraste, añadimos pequeños jarrones japoneses con una hortensia negra. En la cena homenaje a Alberto Ibargüen, presidente de la Knight Foundation, dedicada a la promoción del periodismo, elaboramos pájaros de origami con papel de periódico que se posaban en nidos sobre dunas de azúcar blanca. Los camareros llevaban máscaras también de papel.
- Resulta muy teatral.
- Cada fiesta es una escenografía. Yo pienso el concepto y lo presupuestan porque, a veces, se me va la olla.
- Y de Miami al mundo.
- Organizamos fiestas en Nueva York o en Sevilla para Nicolás Puech, el heredero de Hermés cuando cumplió 80 años.
- Todo ese espectáculo lo crea desde Bilbao.
- Yo vivo entre Miami y Bilbao y llevo una larga temporada aquí por problemas de salud. Soy el director creativo y me quedo en el ordenador hasta las 4 de la mañana, encargándome del montaje y las pruebas vía Zoom.
- ¿Cuánto cuestan estas fiestas?
- Da vergüenza decirlo, pero la media de las importantes es de 3.500 a 5.000 dólares por persona y una media de 300 a 400 invitados. Miami es el foco de las grandes fortunas pero un cliente en Suiza organizó un evento que duró tres días con un precio de 3.000 diarios por asistente.
Una feria de vanidades
- ¿Han variado las apetencias?
- Cuando empezamos era muy tradicional, muy a la inglesa, muy 'comme il faut', y ahora buscan algo que no se parezca a nada. Las fiestas tienen que diferenciarse y eso exige un análisis psicológico del cliente para poder rizar el rizo. Las diarias, de entidades como Gucci o Hermès, son más sota, caballo y rey, pasar bandejas bonitas con comida y renovar el menú constantemente.
- ¿Y los clientes?
- Al principio, abundaban los latinos muy ricos y luego llegaron franceses, italianos, suizos, hasta españoles. No sabes la de treintañeros que se han hecho riquísimos con las finanzas y las nuevas tecnologías.
- ¿Es una ciudad cómoda?
- Si tienes mucho dinero se vive como en ningún lado, si no, es jodido, porque es carísima y las distancias son muy grandes. Aquí se tiene una visión parcial, se asocia con el art décó y Miami Beach, y la gente que conozco no va ahí, es el horror, como Magaluf. Hay que tener en cuenta que la costa tiene más de 20 kilómetros de longitud.
Presupuestos millonarios
«Da vergüenza decirlo, pero la media de las fiestas importantes es de 3.200 a 4.600 euros por persona»
- ¿Sería factible una empresa como la suya en España?
- Bilbao es como un balneario por la comodidad y la calidad de vida. Con poco se vive bien y es fácil ver a la gente, pero esa rutina acaba aburriendo. Tendría que bajar mucho el pistón para montar algo parecido aquí porque no se hacen las barbaries que nos encargan. El Four Seasons de Madrid es una copia mala de los que existen en Estados Unidos.
- ¿Qué dimensiones tiene su empresa?
- Disponemos de 50 empleados fijos y 100 semifijos, aunque la nómina mensual suele variar entre los 300 o 900 en Art Basel. En Estados Unidos hay una docena de firmas similares y en Europa, dos o tres. Las fiestas de grandes dimensiones exigen de seis meses a un año de preparación.
- ¿La crisis afecta a sus clientes?
- A ese nivel de gente no le afecta, creo que incluso se hacen más ricos. Ese es el drama. A veces hago cosas y pienso qué disparate es todo esto, lo que se gasta y luego va a la basura. Te da pena, pero es lo que piden. Sí, es una feria de vanidades.
- ¿Cómo un abogado despliega ese talento artístico?
- Yo hice Derecho por inercia, porque lo hacían mis amigos, pero a los siete años estudiaba pintura en Barcelona y he practicado ballet. Siempre me ha encantado el mundo de las artes plásticas. Tienes que dominar muchos palos.
- Las fiestas más ambiciosas incluirán algún espectáculo.
- En la que dimos en Florencia el año pasado estaba el cuerpo de baile de la Ópera Garnier y una sinfónica entera,
- Parece un derroche delirante.
- Aquí suena a desvarío porque no se conoce ese mundo, pero es la realidad.
- ¿Dónde se llevan a cabo estas celebraciones?
- En mansiones privadas con un hall como el Escorial y pasillos infinitos, en museos, fundaciones, parques naturales, o el Jardín Botánico, por ejemplo. En la Ópera celebramos el centenario del nacimiento de Frank Sinatra con un montaje espectacular para 500 invitados. El abanico va desde cócteles muy lujosos para 40 asistentes a cenas para 500 o 600, incluso hemos llegado a 1.500 participantes.
- ¿No se estresa?
- Estaría estresado si no tuviera el oficio que tengo, que me divierte, si fichara a las ocho porque allí se trabaja mucho más que aquí, no hay hora para comer. La gente se machaca, pero también se gana mucho más. Si tuviera que ir a un bufete en el Downtown, a dos horas de coche, me pegaría un tiro.
Los clientes
«¡No sabes la de treintañeros que se han hecho riquísimos con las finanzas y las nuevas tecnologías!»
- ¿Cómo ve el futuro?
- Hemos abierto Le Basque Europa, pero queremos vender el conglomerado en dos o tres años. Me gustaría hacer cuatro gordas cada doce meses y se acabó. También tenemos dos restaurantes, uno es el Leku, en el Rubell Museum, inspirado en la cocina vasca. Potel et Chabot, número uno de los caterings, quiere que seamos su brazo en América.
Una agenda inmensa
- ¿Qué no soporta de Bilbao y Miami?
- La dependencia de la calle, de estar todo el día en bares y hablando de fútbol. No puedo con ello y allí, la dificultad para citarse por la inmensidad del lugar y cumplir compromisos con agendas inmensas. Quedas mal porque no puedes acudir a todos.
- ¿Los ricos también lloran?
- Igual, tienen mucho más dinero y acceso al lujo y caprichos, pero disponen de menos tiempo que nosotros. Trabajan como locos. Ahora, cuando llega la época de descanso, cogen el megayate y desaparecen, eso sí, pegados a sus teléfonos.
- ¿Por qué llamó a la empresa Le Basque?
- Porque la gastronomía vasca es de las mejores del mundo. Hubo una época en la que los millonarios ingleses y americanos veraneaban en la costa vascofrancesa y ha quedado la leyenda de un litoral más elitista que la Costa Azul. También es cierto que de niño iba con mis padres a un bar de San Juan de Luz que se llamaba así y había un local mítico en Nueva York, 'La Côte Basque', donde Truman Capote se reunía con los 'cisnes', sus amigas. Yo conocí a una de ellas, a Lee Radziwill, hermana de Jackie Kennedy.
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