No busque a Chencho en la plaza Mayor porque seguro que está con su abuelo en la cola de Doña Manolita. Y es que estos días todas las Españas se dan cita en el número 22 de la madrileña calle del Carmen, el lugar ... más afortunado de este país, la administración de lotería que presume de sus más de 80 Gordos de Navidad y que, como dice su gerente Concha Corona, no tiene espacio para colgar todos los números premiados en los últimos meses.
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Será por superstición, por alguna clase de sortilegio, por el boca oreja o porque está bendecida con la suerte, pero este viernes, coincidiendo con el Día de la Constitución, había gente esperando a la intemperie desde las cinco de la madrugada a que Doña Manolita levantara la persiana. A las 9 de la mañana, hora de la apertura del establecimiento, la cola callejeaba en zig-zag hasta la Gran Vía (cerca de un kilómetro más arriba) y el tiempo media de espera de los más madrugadores superaba las tres horas. Los rezagados que desembarcaron al mediodía al final de la fila tenían seis horas por delante hasta llegar a las ventanillas, donde se despachaban décimos a destajo.
«Hemos llegado a las siete y había cola, pero ya nos queda poco», dice Eduardo, un carpintero de Toledo que ha aprovechado el día de fiesta para, como muchos otros visitantes, venir a Madrid a ver algún musical de la Gran Vía y «de paso» comprar un par de décimos en la administración más famosa de España. Detrás de Eduardo aguarda en la fila el peruano Fernando, que vive en Vallecas y trabaja de camarero en un Corte Inglés y que se va a gastar mil euros en décimos terminados en ocho. «Es para compartir con la familia… y somos muchos», justifica el desembolso.
Eduardo y Fernando son de los que prefieren echar las horas «que hagan falta» antes que comprar los boletos por internet. «A mí me hace ilusión venir aquí y aprovechar para pasear por el centro de Madrid, que está muy bonito», apunta el carpintero toledano. «Yo prefiero que sea la vendedora la que escoja el número porque sé que será el de la suerte», esgrime Fernando.
Ante las riadas de gente que aguarda esta enorme hilera humana y para evitar que semejante aglomeración interrumpa el paso al resto de comercios, cinco controladores contratados por Doña Manolita se encargan de poner orden en cada uno de los tramos de la cola y de ir dando paso. Las bolivianas Marina y Rosmary, precavidas, se han traído una sillita para poder sentarse. Llevan desde las 7 y van a la caza de «ocho décimos» que terminen en 008, como el repartidísimo Gordo del año pasado (el 88008), que, cómo no, también fue vendido en Doña Manolita. ¿Y si os toca, qué vais a hacer con el dinero. «¡Pagar la hipoteca!», exclaman las dos con una risa entre nerviosa e ilusionada.
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El reloj de la Puerta del Sol da las doce de la mañana y a un kilómetro de allí, Ani, recién llegada en autobús desde Ávila, se incorpora a la cola que sigue alargándose por la Gran Vía hasta alcanzar Callao. Es la última de la fila y sus seis horas de espera no se las va a quitar nadie. Trabaja de limpiadora y hoy libra, así que tiene «todo el tiempo del mundo». «Me hace muchísima ilusión estar aquí. He oído que da mucha suerte, que la mitad de los números que salen del bombo son de esta señora (por Doña Manolita), así que vamos a probar fortuna». Va a comprar diez décimos «terminados en 8 o en 13», precisa.
Hay quien no está dispuesto a aguardar tantas horas de espera de pie y opta por comprar los décimos a los vendedores ambulantes que puluan en la zona con un recargo de dos euros. Gustavo es uno de ellos y pregona la suerte así: «Merece la pena pagar dos pavos más y ahorrarse seis horas de cola». Lleva 27 décimos de Doña Manolita colgados de la pechera y confía en vender al menos 20. «Cuantas más horas echas más ganas, si consigo 40 euros me voy contento», dice mirando de reojo a una pareja de policías municipales de patrulla en la Gran Vía para perseguir la reventa y la venta callejera.
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Regresamos a la cola y en la calle de la Abuda, más o menos hacia la mitad de la espera, encontramos a Rubén (28 años) y Luciana (25), una pareja de Vigo. «Hemos venido a Madrid lo primero a comprar lotería de Doña Manolita y luego a lo que dé tiempo». Quieren cumplir con el ritual de la cola porque «es divertido, conoces gente y te tomas un café o un chocolate caliente mientras esperas». Se gastarán 200 euros en décimos que prefieren no elegir ellos y que compartirán con amigos y familiares. «Vamos a la suerte, a lo que nos den en ventanilla. Todos los números entran en el bombo».
Detrás de ellos están David y Anabel, un matrimonio de Barcelona que visita en Madrid a unos amigos y que se ha animado a acercarse a Doña Manolita. «Es la que más premios reparte así que vamos a probar fortuna», comenta Anabel, mientras David bromea con salirse de la cola y acercarse a El Jorobado de la suerte, una administración cercana a Doña Manolita y sin apenas cola. «Porque llevamos ya tres horas que si no…».
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Manu, un sevillano de 30 años, aprovecha la espera para leer 'Casi nada que ponerte', de Lucía Lijtmaer. También rehúye de la compra online porque quiere tener un décimo «original». «Me gusta el 8, pero me llevaré el que me den. Y si me toca quiero montar un negocio audiovisual que es el sector al que me dedico... e ¡irme a vivir solo!», exclama.
Unos metros más adelante aguardan su turno Miguel Ángel, de 33 años, de Ponferrada, y Teresa, de 67 años y de Gran Canaria. No se conocían, pero tres horas de espera, uno delante de la otra, les ha dado para charlar y hacer buenas migas. Miguel Ángel, administrativo en una empresa de construcción, ha venido a Madrid a disfrutar del puente, ver el musical Mamma Mia «y comprar doce décimos en Doña Manolita». «Es la administración de la que más se habla y quería vivir esta experiencia, vivir la experiencia de Doña Manolita», describe el ponferradino mientras Teresa asiente. «Yo es la primera vez que vengo a comprar lotería aquí… pero es que hemos oído hablar tanto de ella que parece que da suerte», argumenta la grancanaria, que trabaja en una empresa de limpieza y va buscando las terminaciones 33, 69 y 17 para compartir con las compañeras. «Con la edad que tengo si me toca dejaré de trabajar, y desde luego que un buen pellizco irá para Valencia», dice en un gesto de solidaridad hacia los afectados de la DANA.
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Avanzamos muchos metros más, hacia el comienzo de la cola donde la enfermera cántabra Tania («soy de Santoña, el pueblo con las mejores anchoas del mundo») se dispone a llevarse doce décimos para compartir con sus compañeras del servicio de radioterapia del hospital Marqués de Valdecilla de Santander. Van a ver el musical Aladdin en la Gran Vía y no se quieren marchar sin «la suerte» de Doña Manolita. Igual que Keita, un maliense de 48 años, y Raimundo, boliviano de 61 años, que no para de reírse cuando el africano le cuenta que si le toca mandará el dinero a su país porque tiene muchas bocas que alimentar. «Tres esposas y seis hijos y viven todos juntos», afirma mientras Raimundo alucina.
Sevillanos, canarios, ponferradinos, barceloneses, cántabros, malienses, bolivianos… todos comparten la misma ilusión en esa cola de la esperanza que es Doña Manolita. Lo resume muy bien su gerente Concha Corona: «Vendemos ilusiones y la gran satisfacción de los loteros es ver que la ilusión con que la gente ha venido a comprar se cumple. Solo por eso tengo la suerte de tener uno de los trabajos más bonitos del mundo». Y esa fortuna es mejor que te toque el Gordo.
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