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CRISTINA L. ÉBOLI
Sábado, 26 de abril 2014, 08:03
Corría julio de 1975 y la carrera espacial entre EE UU y la URSS se mantenía en pleno vigor. Sin embargo el deshielo propugnado por los presidentes Richard Nixon y Leonid Brézhnev dio lugar a algunos acercamientos entre ambas superpotencias. Sin duda el más exótico ... es el que se produjo fuera de la Tierra. Se trata de la conocida como misión Apollo-Soyuz, por la que dos naves de cada país se acoplaron en el espacio durante 44 horas, en las que tres astronautas de la NASA y dos soviéticos compartieron naves espaciales.
Cuando se abrieron las compuertas de ambas naves, los comandantes de ambas naves, Thomas P. Stafford y Aleksei Leonov se dieron un apretón de manos. "Entre nuestras naves había una frontera, unas rayas blancas y negras. Y cuando nos acoplamos, Tom Stafford me extendió la mano Yo la apreté y como él no se negaba ¡lo arrastré a nuestra cápsula!", bromeó años después al respecto Leonov.
Además de buenas palabras los astronautas se intercambiaron regalos como banderines o bebidas. También hubo tiempo para realizar experimentos conjuntos, aunque ninguno de gran importancia.
La misión estuvo precedida por un intenso entrenamiento técnico para poder acoplar ambas naves. Hubo que superar graves problemas como crear un sistema común de acoplamiento. Además, las naves mantenían diferentes atmósferas. Más fácil fue superar las diferencias idiomáticas. Como dijo Leonov, durante esas 44 horas se hablaron tres lenguas, el ruso, el inglés y el 'Oklahoma', este último en referencia al marcado acento de Stafford, natural de ese estado.
Pero sin duda la batalla más complicada se libró en el campo diplomático. Tras años de rivalidad, en 1975 EE UU y la Unión Soviética se estrecharon la mano en el espacio. La paz, no obstante, duraría poco ya las dos potencias tardaron dos décadas en volver a colaborar en un proyecto.
Según muchas opiniones, la Nasa no encontró mayor interés en colaborar toda vez que comprobó que la tecnología soviética estaba muy por detrás de la propia. Aunque nunca nadie lo ha reconocido, la misión Apollo-Soyuz seguro que sirvió para que unos y otros echaran una ojeada a la capacidad rival.
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