Ana María Crespo, en la sede de la Real Academia de Ciencias. Virginia Carrasco

Ana M. Crespo. Presidenta de la Real Academia de Ciencias

«Ya tenemos ciencia competitiva; lo siguiente es la excelencia»

Defiende que los poderes públicos deberían promocionar y apoyarse dentro y fuera de España en los científicos con posibilidades de obtener premios como el Nobel

Sábado, 28 de diciembre 2024, 13:05

Ana María Crespo de Las Casas (Santa Cruz de Tenerife, 1948) es la primera mujer que ha llegado al cargo de presidenta de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. Doctora en Biología y catedrática de Botánica en la Complutense desde 1983, ocupó ... durante seis años importantes cargos oficiales, incluido el de directora general de Universidades entre 1991 y 1993. También presidió la Comisión Española del Programa Antártico y sus colegas la han distinguido con la dedicatoria de siete especies y tres géneros, en su mayoría líquenes, que ha sido su campo principal de investigación. Su paso por la Administración, lo reconoce ella misma, fue útil para darle una visión global de la ciencia y ser consciente «de lo difícil que es gobernar». Ahora, ya con la categoría de emérita en la Universidad, dedica la mayor parte de su tiempo a la Academia, para cuya presidencia fue elegida este mismo año.

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–La Academia fue constituida en 1847 y es usted la primera presidenta. No parece que se hayan dado mucha prisa en elegir a una mujer pero hay otras academias que aún no han tenido ninguna.

–Y hay academias de Ciencias en Europa que tampoco las han tenido. No es un problema solo nuestro. Es la consecuencia directa de que somos pocas académicas. Aquí la primera fue Margarita Salas, elegida en 1986. Yo he llegado al cargo tras haber sido secretaria general, así que conocía bien la vida académica. Coincidió, además, con mi paso a profesora emérita en la Universidad y este me pareció un sitio estupendo para estar y culminar mi carrera científica. Es un lugar muy abierto y tolerante, donde lo que importa es lo que sabes y cómo lo difundes.

–Luego volveremos sobre las mujeres y su presencia en ciertos ámbitos, pero hablemos primero de la ciencia. ¿Cree que la sociedad española entiende su importancia?

–No lo tengo claro. Hay un enorme respeto por la ciencia y la acogida social de un catedrático de universidad es muy buena, pero al tiempo no hay bastante confianza sobre lo que el país puede hacer con la ciencia que generan sus investigadores. ¿Por qué sucede eso? Creo que entre las razones está que somos un país que hasta hace poco tenía un nivel cultural muy reducido. La confianza es mayor entre quienes saben lo que hace la ciencia. Aquí la cultura científica va creciendo pero la confianza en ella es aún baja.

«Pasar por la Administración me sirvió de mucho: comprendí lo difícil que es gobernar»

–¿Y los gobiernos? Todos, en España y fuera, aseguran guiarse por criterios científicos, pero luego nos enteramos de que algunos comités no existen y hay líderes que consultan a videntes o deciden lo que tienen que hacer escuchando lo que les dice un pajarito.

–La importancia real que los gobiernos dan a la ciencia no está en lo que dicen. Se plasma en los presupuestos destinados a avanzar en ese campo y a que investigadores y profesores puedan reciclarse, dar pasos adelante en su trabajo y no tener que estar con una sobrecarga de tareas. El dinero no lo resuelve todo pero sin él saltan las costuras. Veo los presupuestos para I+D y sé qué importancia le dan más allá de lo que digan. Lo que cada país hace en este ámbito es muy serio porque hay problemas que solo se resuelven localmente.

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Retos y riesgos

–En el extremo contrario, hay quien piensa que la ciencia es la religión de nuestro tiempo, que tenemos una fe excesiva porque pensamos que puede resolverlo todo.

–Y hay también quien ve la ciencia como un riesgo. Mire lo que sucede con la Inteligencia Artificial. Creo que la ciencia tiene fe en sí misma como para abordar los problemas que puedan derivarse de algunos avances. Es cierto que ha habido contextos en los que se ha sacrificado la ética, y no le niego que eso es peligroso, pero en nuestras sociedades de forma paralela se están desarrollando instrumentos para controlar esos riesgos. En ese sentido, a mí me preocupan más las redes sociales.

–¿Por qué?

–Porque son lugares donde hay mucha gente que opina e influye en la opinión pública sin tener conocimiento de los temas de los que escribe. No se trata de que solo puedan hablar los grandes especialistas pero pienso que quien opina sí debería tener un conocimiento mínimo de los temas. A mí me parece que, en esto también, el papel de los medios de comunicación es insustituible porque ofrecen garantías y gracias a ellos existen instrumentos para documentarse. Por eso no tengo miedo al desarrollo científico en una sociedad madura, y también porque vivimos en un tiempo racionalista.

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–A las academias se les acusa muchas veces de ser guardianes de la ortodoxia y hay un cierto pensamiento posmoderno que desprecia cuanto llega de ellas. ¿Lo ven así en su institución?

–Esta institución es crítica con la investigación repetitiva y por eso en unos estatutos muy recientes hemos aprobado rejuvenecer la plantilla para aprovechar los distintos puntos de vista de científicos jóvenes con muchísima categoría. Eso ha hecho que hayan ingresado especialistas en áreas nuevas. Y como la Academia ha crecido tenemos que repartir nuestros escasos recursos entre más áreas pero eso nos permite tener más jóvenes y más mujeres.

–¿Cómo lo han hecho?

–Una Academia no puede ser solo un sitio que reúna especialistas con una gran experiencia porque hace falta gente joven también. Nuestros estatutos dicen que la mitad de quienes ingresan deben tener menos de 50 años. Y son buenísimos. Pasa igual con las mujeres: las que están entrando tienen currículos apabullantes. Pero, por las razones de las que hablaba antes, cuesta más buscarlas.

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–Usted ha ocupado cargos relevantes en la Administración, fue directora de Universidades a comienzos de los noventa. ¿Cómo fue la experiencia de estar en el otro lado?

–El camino de la Universidad a la Administración lo hice nada más llegar a la cátedra. Era un momento históricamente importante y había mucho por hacer. Yo creía tener ideas para poner en marcha pero nunca consideré que ese fuera mi trabajo para siempre. Y en parte estaba empleando mi tiempo en algo que me causaba un vacío en mi profesión.

–¿Cómo fue el regreso?

–La vuelta fue costosa porque entre los dos cargos que ocupé fueron seis años y eso requiere luego una importante actualización. Tanto que me obligó a una transición de tres años para ponerme al día. Pero pasar por la Administración me sirvió de mucho: comprendí lo difícil que es gobernar, vi la ciencia desde una perspectiva general y entendí lo importante que es trabajar con una visión interdisciplinar. La gestión pública me dio mucho.

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«Mucha gente opina e influye sin tener conocimiento de los temas de los que habla»

–¿Por qué España ha destacado históricamente en literatura y artes plásticas y tan poco en ciencia, habiendo sido una potencia mundial?

–Hay un problema subyacente de tradición científica. En otros países ha existido un apoyo grande y continuado a la ciencia. España ya ha dado el gran salto para tener una ciencia competitiva internacionalmente y sus investigadores han conseguido logros como los de sus homólogos, que además cobran un 30% más. El siguiente salto es la excelencia. Aún hay pocos grupos de excelencia para los que se podrían tener. Ese debería ser un objetivo claro.

–Solo tenemos dos premios Nobel, son de hace mucho y uno de ellos trabajaba, vivía y hasta tenía nacionalidad estadounidense…

–Hoy existen grupos de investigación capaces de tener un Nobel. Es importante no solo dotar de dinero a esos grupos sino también arroparlos social y políticamente en España y fuera. Esa visión de la ciencia desde fuera importa mucho. Mojica, Cirac y otros están a las puertas del Nobel. La condición es ese apoyo sostenido que le decía antes. Luego también sucede que aquí hay pocos científicos en ambientes de poder. Yo pondría más en departamentos que están relacionados con temas de ciencia. Y, por supuesto, debemos apoyar la extensión de la cultura científica. Ser iletrado es horrible, pero ser 'desnumerizado' también.

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Promoción propia

–Nos quejamos de los pocos Nobel que tenemos pero tampoco aquí hacemos mucho por destacar a los nuestros. Margarita Salas murió sin recibir el Princesa de Asturias que según muchas voces merecía.

–A eso me refiero cuando hablo de promocionar a nuestros científicos. Si te dicen que hay uno que tiene posibilidad de aspirar al Nobel, igual hay que proyectarlo hacia fuera para que lo conozcan mejor. Hay en España científicos y científicas de enorme valor: arrópalos, promociónalos, úsalos.

–Estamos hablando de nuevo de mujeres. No solo se trata de que haya pocas en esta academia, sino de que sigue habiendo pocas vocaciones pese a las campañas de promoción de la ciencia. La brecha con los hombres, que se había reducido respecto a la media de la UE, ha vuelto a agrandarse.

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–No sé lo que pasa. Supongo que las asociaciones de científicas lo estarán mirando. No creo que la genética nos haga distintos en esto, pero la cultura sí. Ser científico y ser feliz es obligatorio. No tiene sentido vender la tarea científica como una vida de sacrificio si pretendes atraer a la gente a la ciencia. La imagen del investigador que no tiene tiempo para nada más en su vida está trasnochada. Aunque le diré que yo me acuso de no haber sabido distinguir entre ocio y trabajo por lo que este me gustaba. Pero dedicarte a la ciencia no debe llevar a dejar de desarrollar otras facetas de tu vida y tu personalidad.

–¿Tenemos demasiados deportistas, actores, políticos, cantantes o famosos sin más sobre el escenario y tapan por completo a los investigadores y los científicos?

–¿Qué fue antes, el huevo o la gallina? Hay tendencia a que te pongan eso delante, cierto, pero de nuevo es un tema cultural. Tiene que haber un esfuerzo para cambiar todo eso que sea fruto de la presión social. Una sociedad culta tiene que demandar cultura científica.

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–Hace ya unas décadas hubo un puñado de historiadores que renunciaron al menos en parte a la investigación y se dedicaron a la divulgación, con un gran éxito popular y algunas críticas de sus colegas. ¿Haría falta algo así con la ciencia?

–Se ha mejorado algo en la perspectiva que el científico tiene de la divulgación. La comunidad científica ya sabe que lo que hace debe conseguir que sea comprensible y ha de divulgarlo. No se trata de quedarse en lo que siempre se ha hecho: presentar trabajos a congresos y publicar en revistas especializadas. Esos trabajos tienen que trascender a la sociedad. Le aseguro que se ha dado un progreso evidente en estos años. Se va por el buen camino, pero todavía queda un largo recorrido por hacer.

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