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Por primera vez desde que se recogen datos, en 2019 China emitió más gases de efecto invernadero que la suma de todos los países desarrollados. Según el informe publicado en mayo por Rhodium Group, el gigante asiático superó los 14.000 millones de toneladas, lo ... cual supone un 27% del total. Medidas por habitante, esas emisiones nocivas todavía están ligeramente por debajo de la media de la OCDE, pero, mientras las de este último grupo llevan reduciéndose constantemente en la última década debido a la transición energética iniciada sobre todo en Europa, las de China han pasado de 6 toneladas de CO2 por habitante en 2005 a más de 11 toneladas.
Y todo apunta a que esa tendencia se acrecentó durante el año pasado. No en vano, las restricciones adoptadas para combatir la pandemia hicieron que las emisiones contaminantes se redujeran en todo el mundo: empezaron cayendo en China, primer lugar en el que se identificó el coronavirus, y luego lo hicieron en el resto del mundo. No obstante, debido a que el Gran Dragón se recuperó mucho antes y pronto incrementó sus exportaciones, Rhodium estima que fue la única gran economía del planeta que contaminó más que en 2019.
Concretamente, el instituto estima que las emisiones crecieron en China un 1,7%. «Aunque es considerablemente menos que el incremento medio del 3,3% registrado durante la última década, resulta preocupante que esta recuperación industrial basada en energía procedente de combustibles fósiles esté reñida con los planes del país a largo plazo», se lee en el informe.
No en vano, China se ha marcado el ambicioso objetivo de alcanzar el pico de sus emisiones en 2030 y la neutralidad de carbón en 2060, una década después que la Unión Europea. No obstante, estos planes chocan con la realidad de sus inversiones en centrales térmicas de carbón, que en 2019 todavía produjeron el 58% de la energía que consume el país más poblado del mundo. El año pasado, China abrió nuevas centrales eléctricas contaminantes que suman 38,4 gigavatios de potencia y planea instalaciones para 247 gigavatios más, seis veces la potencia de todas las centrales térmicas de Alemania.
Por su parte, las renovables y la nuclear solo aportarán un 20% de las necesidades energéticas del país en el próximo lustro. «China ha alcanzado el objetivo del acuerdo de Copenhague para 2020, pero el crecimiento constante de sus emisiones pone en peligro el comprometido en la cumbre del clima de París», advierte Rhodium.
«El equilibrio entre el desarrollo económico que legitima al Partido Comunista en el Gobierno y la necesidad de reducir las emisiones es muy complicado. De momento prima lo primero, pero eso no quiere decir que no se esté preparando una transición energética hacia las renovables, para las que hay grandes planes», explica un profesor de Economía de la Universidad de Fudan, en Shanghái, que prefiere mantenerse en el anonimato. «China ahora es el problema, pero también puede convertirse en la solución», sentencia el profesor, que subraya cómo el país se ha convertido en el principal fabricante de placas solares y de componentes para aerogeneradores.
«Es inmoral acusar a China de contaminar al mundo desde los países occidentales que han deslocalizado aquí gran parte de la fabricación de los productos que consumen. Es muy fácil ver las montañas verdes y las aguas cristalinas -en referencia a un dicho del presidente Xi Jinping- cuando lo que más contamina, como la industria pesada, lo envías a fabricar a China», denuncia Shen Guang, responsable de fabricación de una empresa de componentes de automoción en la provincia de Jiangsu. «Hasta hace solo un par de años, Occidente incluso nos enviaba su basura para que nosotros lidiásemos con ella», añade incómodo.
En efecto, en 2018 Pekín se plantó y prohibió la importación de una lista de categorías de desechos que ha ido alargándose hasta incluir casi todas. El problema en Occidente ha ido creciendo de forma proporcional y ha dejado en evidencia la hipocresía de países que se vanaglorian de sus mejoras en materia medioambiental gracias, en parte, a esa deslocalización de la contaminación y del tratamiento de los residuos, que ahora buscan como destino algún otro país en vías de desarrollo. «Este comercio de basura contaminante es peligroso e inaceptable», sentencia Eric Liu, especialista de campañas de Greenpeace en Asia Oriental. «Debemos repensar nuestro actual sistema de negocio y de diseño de productos para impulsar una economía circular y reducir los residuos al máximo», añade Liu, que subraya cómo otros países asiáticos han seguido los pasos de Pekín en la prohibición de importar basura.
China es consciente de que los efectos nocivos de la contaminación los va a sufrir también en su territorio. No en vano, esta misma semana, en la ciudad de Zhengzhou ha llovido más que en todo un año, y las inundaciones han dejado casi un millón afectados y medio centenar de muertos. Desafortunadamente, según el informe que Greenpeace publicó la semana pasada, estos fenómenos serán cada vez más habituales en las grandes ciudades chinas debido al cambio climático. Ya se nota en megalópolis como Pekín, Shanghái o Shenzhen: la capital política vive el incremento más rápido de la temperatura -0,32 grados cada década-, la capital económica el mayor aumento en el volumen de las precipitaciones -34,6 milímetros cada década-, y el centro manufacturero por excelencia es donde más se alargan los veranos -el 74% de todas las olas de calor registradas se produjo a partir de 1998-.
Greenpeace ha calculado que, si las emisiones llegan a su cénit en 2040, la temperatura en Pekín podría aumentar hasta 2,6 grados en 2100, los episodios de aguas torrenciales en Shanghái y las ciudades de Guangdong podrían dispararse hasta un 25%, y el verano en Shenzhen se alargaría nada menos que 40 días.
«China es uno de los países a los que más azotarán el calor y las precipitaciones extremas del cambio climático», analiza para este diario Liu Junyan, responsable de proyectos de Energía y Clima de Greenpeace en Pekín. «El clima extremo puede provocar que la sociedad no sea capaz de dar solución a otros problemas», añade.
14.000 millones de toneladas de CO2 emitió China en 2019. A pesar de la pandemia, en 2020 fue la única gran economía que incrementó esa cifra.
La amenaza de las grandes ciudades Las lluvias torrenciales cada vez más habituales, sumadas al aumento del nivel del mar, podrían sumergir a Shanghái.
2,6 grados es lo que podría aumentar la temperatura de Pekín en 2100 si las emisiones continúan creciendo hasta el año 2040, según Greenpeace.
No obstante, Liu también destaca las medidas que el Partido Comunista está tomando para atajar el problema. «Desde que el año pasado China anunció sus planes para la neutralidad de carbón, los gobiernos locales han aprobado numerosas medidas para descarbonizarse. Esta es una transición que requerirá un esfuerzo extraordinario: el sector energético, el del transporte, la industria y la construcción, así como las propias comunidades, tendrán que adoptar medidas drásticas para afrontar el cambio climático», explica.
El problema es que la concienciación de la población todavía es baja. «Está aumentando, y cada vez más gente ve la reducción de emisiones en su forma de vida como una forma de aportar su grano de arena al combate del calentamiento global», comenta Liu, que hace hincapié en la necesidad de que se comprenda que «estamos todos en el mismo barco y que los ecosistemas de diferentes regiones contribuyen a un todo global», algo que, en su opinión, «ha quedado claro durante la pandemia».
La crisis del coronavirus ha hecho que muchos exijan reformas en un sistema de manufacturas excesivamente alejado del consumidor, poco sostenible tanto desde la perspectiva medioambiental como social. No obstante, la inercia para retomar la deslocalización de la fabricación en países en vías de desarrollo -algo que han comenzado a hacer las propias empresas chinas debido al encarecimiento de su mano de obra- es demasiado fuerte.
Aunque las emisiones de CO2 continúan creciendo en China, sobre el terreno la sensación es de una clara mejoría en la calidad del aire. «Antes estábamos siempre pendientes del nivel de partículas PM 2.5 y a menudo no salíamos de casa porque eran muy elevados. Ahora, sin embargo, eso es la excepción. Los días en nivel verde son muchos más y rara vez llegamos al rojo», cuenta Zhu Rong, una joven de Shanghái. Las estadísticas refrendan esta percepción: la polución en las ciudades alcanzó su punto culminante en 2013, cuando China llegó a ser el país más contaminado, y, desde entonces, no ha dejado de caer. De hecho, el año pasado marcó los niveles más bajos desde la década de 1990. Las partículas en suspensión se redujeron un 33% entre 2013 y 2017, y la tendencia continúa gracias a la reducción en el uso de carbón para la calefacción de los hogares, la transición hacia los vehículos eléctricos, y la expulsión de las empresas contaminantes. No obstante, el aire que respira el 81% de la población china aún está fuera de los parámetros fijados por la OMS y eso tiene un coste humano extremadamente elevado: se estima que 1,25 millones de personas fallecen de forma prematura en el gigante asiático por esta causa.
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