Charlene de Mónaco, la princesa enigmática
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La esposa del soberano regresa tras una década al Baile de la Rosa, pero siguen las especulaciones sobre su salud física y mentalCharlene de Mónaco ha vuelto. Una década ha tardado Su Alteza Serenísima en regresar al Baile de la Rosa, evento de primera magnitud en su minúsculo país. Ahora bien, lo ha hecho a lo grande. En los retratos oficiales posaba con su mono brillante, atuendo ... que la convertía en una suerte de bola de espejuelos andante, muy acorde con la música disco, temática de la fiesta recientemente celebrada. Por una vez, era el foco de todas las atenciones. Eclipsaba a la sobrina, Carlota Casiraghi , desprovista de títulos, pero siempre rica en titulares e, incluso a la cuñada Carolina, que aparecía enlutada y con cierto rictus sombrío, a la manera de una Catalina de Médicis contemporánea, dispuesta a pasar a cuchillo a todos los herejes que no respetaran el 'dresscode' demandado. Charlene se ofrecía a las cámaras ajena a la conspiración y Alberto sonreía, como siempre. Ella fue protestante, por cierto.
La fiesta se recordará por su asistencia. Pero ni siquiera en esta 'rentrée', la protagonista se dejaba llevar por la algarabía. 'La princesa está triste… ¿qué tendrá la princesa? Los suspiros se escapan de su boca de fresa, que ha perdido la risa, que ha perdido el color'. Sí, es cierto, Rubén Darío falleció más de medio siglo antes de que naciera, pero, hoy, su 'Sonatina' se encarna en la sempiterna desolación de la monegasca de adopción.
La aristócrata que llegó del trópico se ha convertido en un enigma. Más allá de su entorno próximo, nadie sabe qué le ocurre. Se especula con el padecimiento de una enfermedad física o mental, algunos expertos de la prensa rosa aducen que el estrés la estremece mientras que otros alegan que no soporta a su cónyuge e, incluso, se mantiene la sospecha de que, la víspera de su enlace, dio la espantada y que fue interceptada cuando ya corría por el puente de embarque del vuelo Niza-París-Johannesburgo. Fue la novia más triste que se recuerda en el papel couché y la idea de que el enlace respondía a un matrimonio de conveniencia se propagó irremediablemente.
Los misterios se acumulan sobre sus musculosas espaldas. Porque, antes que princesa, Charlene Lynette Wittstock fue nadadora de relumbrón. Nacida en 1978 en Zimbabue, su familia emigró a la vecina Sudáfrica cuando la atmósfera se enrareció para los descendientes de europeos. En su país de acogida, fue campeona nacional, acudió a las Olimpiadas de Sidney en el año 2000 y se oficializó la relación con Alberto de Mónaco seis años después con ocasión de los Juegos de Invierno en Turín. Al parecer, ambos se conocieron en unos campeonatos que tuvieron lugar en Mónaco.
Nada presagiaba la bruma posterior. En 2010, se anunciaba el compromiso. Todo se antojaba normal. La novia se convertía al catolicismo, aprendía las puntillosas reglas del protocolo y algunos rudimentos de la lengua monegasca, variante del ligur, y se vestía con un sobrio Armani. Pero algo salió mal, según los expertos en bodas reales, y desde entonces la sospecha se cierne como una nube permanente sobre la siempre luminosa Costa Azul.
Una enfermedad se ha convertido en el argumento oficial para explicar esta tristeza. Según la tesis gubernamental, en 2021 la princesa acudió a su añorada Sudáfrica en una campaña para concienciar sobre la caza furtiva de rinocerontes y contrajo una infección otorrinolaringológica, al parecer, derivada de una previa cirugía facial. La estancia de Charlene en la república austral se extendió durante seis meses y, antes de su definitiva vuelta a Montecarlo, recaló en una lujosa clínica suiza con vistas al lago de Zúrich.
Las malas lenguas, generalmente francesas, obviaban esta tesis y afirmaban que la crisis era de naturaleza sentimental. Aquel 19 de noviembre, Día Nacional de Mónaco, la princesa no acudió a la ceremonia nacional y la ciudadanía, un tanto decepcionada, se vio privada de la habitual batalla de estilismos entre la consorte y sus hermanas políticas Carolina y Estefanía. La normalidad se recobró al año siguiente. La esposa de Alberto apareció con sus hijos mellizos Gabriela y el heredero Jaime, junto a la extensa prole de los Grimaldi, la familia principesca.
Cuando Gloria Gaynor, estrella invitada en la última edición del Baile de la Rosa, cantó su mítico 'I will survive', las miradas se dirigieron hacia la princesa africana y los concurrentes se preguntaron si algún día se sobrepondrá a la melancolía o seguirá nadando contracorriente, discreta frente a la apabullante presencia mediática de los suyos. En estos tiempos de sobresalto por el anuncio oficial de la enfermedad de Kate Middleton, futura reina inglesa, no se recuerda que esa incertidumbre se proyecta, larga en el tiempo, en el caso de la monegasca.
Pero las comparaciones resultan odiosas y las circunstancias se antojan muy diferentes. Frente a la que será cabeza visible de una potencia mundial, Charlene es la primera dama de un país con una población semejante a la soriana en la que los nativos no representan más allá de un cuarto del total y los foráneos, con 125 nacionalidades, gozan de inmunidad fiscal y una renta per capita que crece exponencialmente. La princesa está triste. La princesa está pálida. ¿Y a quién le importa?
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