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Juan Cano
Enviado especial a La Palma
Lunes, 4 de octubre 2021, 00:32
La foto del perfil de WhatsApp de Marcia Francisco Rivero (30 años) está dibujada con la ceniza del volcán de Cumbre Vieja. En ella se lee «La Palma» y sobre las letras hay un corazón. Marcia no reside en la isla, pero es «medio canariona, ... medio palmera». Vivió en Santa Cruz de pequeña y no olvida los «buenos momentos» que disfrutó allí de niña. Por eso, de algún modo, se siente en deuda.
La acompaña Alejandro Quevedo, que tiene 34 y es de Las Palmas. «Somos amigos», responde ella a la pregunta de si son pareja. «Es que no nos gusta catalogar las cosas», aclara él tras bajarse de una Volkswagen Transporter, la típica furgo surfera –Ahí dentro va la tabla, reconoce–que aparcan en Argual, barriada perteneciente a Los Llanos, el epicentro del Valle de Aridane.
El plan, en cualquier caso, lo urdieron juntos. «Yo tenía un montón de días de vacaciones acumulados –Marcia trabaja en la cadena canaria de supermercados Hiperdino– y aún no los había aprovechado. Justo antes de que explotara el volcán estaba buscando algún destino paradisiaco para viajar. Pero al ver lo que estaba pasando en La Palma, se me encendió la bombilla: «¿Dónde mejor que irme a la isla que tantos buenos momentos me ha dado en mi infancia y mi juventud y devolvérselos con mi ayuda?».
Y así, de un día para otro, se lo planteó a Ale. «¿Y si nos vamos de voluntariado?». A él también le pareció buena idea y dejaron de mirar lugares turísticos para organizar otro tipo de viaje. «Hemos cambiado Costa Rica –era su primera opción, por delante de Nueva York, que era la segunda– por venir a ayudar a La Palma», confiesa Alejandro, que añade: «Siendo nosotros canarios, si no ponemos de nuestra parte... No nos va a caer del cielo».
A partir de ahí, empezaron a darle vueltas a qué podían hacer, porque no pertenecen a asociaciones ni tienen experiencia previa en voluntariado. Primero se aseguraron de las necesidades reales de la isla. «Vimos que no hacía falta ropa, pero sí gafas para los agricultores, productos de higiene personal, de limpieza, botas, comida para animales…», detalla la joven. «Hicimos publicaciones en todas las redes sociales pidiendo ayuda y la gente se volcó. Nos llamaron muchísimas personas de Gran Canaria para donar cosas».
Ahora está casi vacía, pero la furgo desembarcó hace cuatro horas en el ferry cargada de donaciones de familiares y amigos. «Venía llenita, no podía ni subir las cuestas», explica Alejandro. «Si hubiéramos tenido un camión o un tráiler –agrega–, también lo habríamos llenado». La abuela de Marcia, por ejemplo, le dio «cosas para mayores» que ella (88 años) ya no usaba. Y una amiga con la que hace tiempo que no hablaba le escribió para entregarle toda la ropa y artículos de bebé que su hijo tampoco necesitaba ya.
La joven asegura que, en el poco tiempo que llevan en la isla, la gente no para de contactar con ella por WhatsApp. «Se nota que hace falta», expresa Marcia. «Yo vengo con mis manos, mis ganas y toda mi energía a ayudar». Alejandro interviene: «Es que no es sólo lo material. La gente también necesita un hombro para desahogarse, hablar contigo… Y aquí estamos».
No volverán de vacío. «Tenemos una amiga –prosigue Marcia– que quiere adoptar un perrito. Contacté con otra chica de aquí y hemos gestionado los papeles para llevárnoslo a Gran Canaria. Creo que al final volveremos con algún animalito que otro». Y también con una deuda saldada.
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