La Torre de Galizano, un hotel restaurante de 14 habitaciones enclavado en la costa cántabra, es una caja de sorpresas. Más allá de los acantilados rocosos de Langre o las milhojas de foie y mango que sirven en su comedor, el establecimiento dispone en sus entrañas de seis sondeos a 120 metros de profundidad que satisfacen todas sus necesidades de calefacción, aire acondicionado y agua caliente sanitaria. El uso de energía geotérmica ha permitido a sus propietarios climatizar sus instalaciones «casi a coste 0», aseguran. Hasta la energía eléctrica que alimenta la bomba de calor desaparecerá del 'debe' cuando instalen paneles solares. La inversión realizada en 2018, año de su inauguración, está, dicen, prácticamente amortizada.
La energía geotérmica se almacena bajo la corteza terrestre, un recurso inagotable que surgió cuando se formó la Tierra y que lleva enviando calor a la superficie desde hace 4.600 millones de años. El plan de transición energética en el que se han embarcado gobiernos de todo el mundo con la vista puesta en lograr la descarbonización para 2050 ha llevado a redoblar esfuerzos para hacer de las energías renovables una alternativa real. Y es en ese marco donde la geotermia, infrautilizada aunque con un enorme potencial, tiene un papel importante.
Islandia, Nueva Zelanda, Etiopía o Nicaragua son el referente a nivel mundial, con bolsas de calor de fácil acceso por hallarse cerca de la superficie y en contacto con el agua, lo que permite generar vapor y obtener un rendimiento eléctrico. Pero la actividad volcánica, consecuencia por ejemplo de que Islandia se levante en la dorsal atlántica que separa las placas de América y Euroasia, no es una condición imprescindible para su aprovechamiento. Gracias a los avances tecnológicos, se pueden habilitar zonas geotérmicas de baja temperatura y fácil acceso que permitan calefactar y refrigerar diversos espacios.
Sólo en Europa se calcula que el 25% de la población vive en zonas aptas para acoger sistemas de calefacción centralizados por este sistema. En España, la falta de grandes bolsas de agua subterránea a grandes temperaturas no ha impedido una explotación orientada aquí a la energía contenida en las rocas y aguas situadas a escasa profundidad. Un aprovechamiento que, aunque lastrado hasta ahora por la inversión inicial, va a más gracias a la cada vez más rápida amortización.
Desde 18.000 euros
El momento no puede ser más oportuno, con el cambio climático en la agenda de los gobiernos y una subida galopante del precio del gas alentada por la guerra de Ucrania. Un encarecimiento que tiene su otro exponente en la luz, que sólo de octubre a marzo disparó su precio un 128%. El 21 de junio, el coste medio de la electricidad aumentaba un 4,4% en el mercado mayorista hasta superar los 270 euros, según datos del Mercado Ibérico de la Energía. Un alza que se verá reflejada en la factura de la luz a fin de mes.
Lo saben muy bien en INGEKA, la ingeniería geotérmica con base en Vitoria donde en apenas un año han experimentado «un aumento de proyectos del 80%, desde viviendas particulares hasta instalaciones de carácter industrial a nivel nacional». Un comportamiento que su director de Operaciones, Borja Vélez, vincula a la subida de los carburantes y que dibuja «un escenario positivo dentro del mix energético necesario para mitigar el impacto medioambiental y económico al que se enfrenta la sociedad a nivel global».
«Obtenemos agua a 23º de pozos mineros inundados que ya no se explotan. Un hospital, un polideportivo, viviendas... Satisfacemos la demanda con 0 emisiones»
Pablo Fernández
Hunosa
Los alaveses llevan ejecutados 370 proyectos en quince años ateniéndose a un principio básico: aprovechar la temperatura constante del terreno, «entre 15º y 19º». Hablamos de yacimientos que se hallan en cualquier sitio y donde el proceso de extracción se realiza mediante captaciones verticales u horizontales de circuito cerrado (también en abierto, si hay posibilidad de utilizar la capa freática). Las ventajas, recuerda Vélez, son muchas, al tratarse de una tecnología sin emisiones de CO2 y con ahorros de hasta el 85% respecto a otras alternativas energéticas. También las hay sanitarias (al evitarse torres de refrigeración se reduce el riesgo de legionela) y arquitectónicas: al no necesitar espacios acondicionados especialmente, el proceso se realiza sin combustión ni condensación.
«Cada proyecto es único y depende de las características de la vivienda, en especial de su grado de aislamiento –explica Vélez–. Cuanto mejor sea este, menor demanda tendrá, menor será también la potencia necesaria para satisfacer sus necesidades y más bajo el precio». Una horquilla que oscila «entre los 18.000 y los 35.000 euros para casas unifamiliares, y de 30.000 a 100.000 euros para comunidades de vecinos, dependiendo de la edificación y número de viviendas». Eso sin contar las subvenciones europeas de hasta el 45% –dependiendo de los criterios de elegibilidad y el tamaño de la instalación–, y que gestiona cada comunidad autónoma. Un rango de precios y ayudas que en el caso de los proyectos residenciales de cambio de caldera se traduce en amortizaciones en el plazo de entre 5 y 7 años.
Del carbón a la energía límpia
No sólo la iniciativa privada ha puesto el foco en la geotermia. A 350 kilómetros de Vitoria, en Mieres, las en otro tiempo ricas cuencas carboníferas asturianas se están revelando como una interesante oportunidad de negocio. La empresa pública Hunosa está detrás de una iniciativa singular, en base al aprovechamiento energético vinculado al cese de la actividad minera y al bombeo de agua caliente que ha inundado las viejas galerías. «El agua a esas profundidades se contagia de la temperatura reinante, que sube 3º por cada cien metros de profundidad», explica Pablo Fernández, jefe del departamento de Energías Renovables.
El líquido que bombean del pozo Barredo procede de la filtración de lluvias y manantiales, y está a 23º todo el año. «A través de bombas de calor o enfriadoras con un circuito frigorífico producimos agua que permite calentar un edificio, donde se acumula a unos 60º». El primer proyecto que desarrolló Hunosa en la zona sirvió para climatizar el hospital Álvarez Buylla, la Fundación Asturiana de la Energía y el Centro de Investigación de la Universidad de Oviedo, y en una segunda fase, cuatro edificios de viviendas. «Hablamos de 9 gigavatios/hora al año, lo que se traduce en ahorros de entre un 10 y un 20% respecto a lo que pagaban antes por el gas». La iniciativa, la mayor instalación geotérmica de España con más de 6 megavatios de potencia instalados, tiene desde este año su réplica en el pozo Fondón de Langreo, donde da ya servicio a un polideportivo con piscina, un hotel, una residencia y más viviendas.
Potencial tremendo
Las posibilidades de la geotermia son enormes, también en España, aunque su explotación a gran escala para trascender la climatización y nutrirnos de electricidad se ve lastrada por la necesidad de acometer catas a más profundidad en busca de mayores temperaturas y donde posiblemente no hay agua. Lo explica César Chamorro, catedrático de Máquinas y Motores Térmicas de la Universidad de Valladolid y uno de los autores de un estudio que ha cifrado el potencial de España en 700 gigavatios hora, cinco veces la capacidad eléctrica del país. Pero hay un 'pero': «acceder a un recurso tan extraordinario obligaría a excavar a entre 3 y 10 kilómetros de la superficie, lo que requiere una tecnología ya desarrollada, pero que no es comercialmente viable». Ni aquí ni en ningún sitio.
Chamorro considera que la transición energética no sólo es una aspiración deseable, sino posible, y desgrana las ventajas de la geotermia para abrirse un hueco en el 'mix' de las renovables. «Es un recurso uniformemente distribuido por el planeta, que además no tiene los límites de estacionalidad que condiciona a las granjas fotovoltaicas o a los aerogeneradores, supeditados siempre a la presencia de sol o viento. La geotermia es, en ese sentido, como las centrales nucleares: funciona las 24 horas, los 365 días del año. Es inagotable, sí, pero sobre todo constante, por lo que no requiere almacenamiento».
Perforar a 4 kilómetros de profundidad abriría un abanico de posibilidades tremendo, una suerte de Islandia mediterránea. «Pero no desesperemos, lo que ahora no es rentable quizá dentro de diez años sí lo sea», desliza Chamorro. A su juicio, esta será la década de la energía geotérmica, como antes lo fue de la fotovoltaica o la eólica, que han desplazado ya a las centrales nucleares como principal aporte eléctrico del 'mix' español. Para quien le gusten las adivinanzas, la solución está cada vez más cerca. Caliente, caliente.
Al detalle
Consumo.
Generar calor y refrigerar representa la mayor parte de la demanda actual de energía, casi la mitad en Europa. El problema es que esa necesidad se satisface fundamentalmente con combustibles fósiles y está detrás del 40% de las emisiones de efecto invernadero a la atmósfera.
Al alza.
El sector ha remontado la desaceleración fruto del covid. En Francia, la venta de bombas de calor creció el 73% en 2021, aunque Alemania y Suecia acaparan la mitad de los equipos instalados al año, informa el Consejo Europeo de la Energía Geotérmica.
Potencial enorme
Un estudio de la Universidad de Valladolid señala que España podría generar 700 gvh si se excavara hasta los 10 km. de profundidad, cinco veces la capacidad eléctrica del país.
La solución en Islandia para nueve de cada diez hogares
S. GARCÍA
En Islandia, la geotermia calienta –y enfría– nueve de cada diez hogares, derrite la nieve de las aceras, climatiza piscinas y suministra energía para la piscicultura o el cultivo de invernaderos. Eso por no hablar de los spas a cielo abierto y una ambiciosa línea de producción cosmética. Unida al aprovechamiento hidrológico, satisface casi el 100% del consumo eléctrico de un país de 366.000 habitantes y la superficie de Castilla-La Mancha. Su caso, envidiado, es la consecuencia de un cambio de política energética que se remonta a los años 70, cuando la isla dependía de combustibles fósiles importados y las constantes fluctuaciones del petróleo desarbolaron su economía. «Cuesta creerlo, pero entonces la ONU aludía a Islandia como un 'país en desarrollo', después de siglos de pobreza y de gobierno en manos extranjeras», señala Halla Hrund Logadóttir, de la Universidad de Reykjavik.
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