Buscando a Elisabet por la ruta de los desaparecidos
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Una batida de voluntarios con los Topos Aztecas peinan metro a metro doce kilómetros del barranco del PoyoCuando se escuchan unas campanas en Cheste, a las ocho de la mañana, hay medio centenar de personas en la sede de la Policía Local, preparadas para salir a la batida que espera encontrar a Elisabet Gil, desaparecida en la DANA hace más de dos ... semanas. Entre los que aguardan la orden de ponerse en marcha está Iván, su hijo mayor. Tiene 18 años, estudia Informática en la Universidad Laboral y en su piel lleva un tatuaje de un tigre y una rosa, dedicado a su madre. «Tenía un carácter fiero y a la vez dulce», explica Iván, de ojos y cabello oscuros, y cuerpo de jugador de rugby. Con la fecha de nacimiento de ella, 9 de diciembre, el dibujo se lo hizo antes de la DANA. Ahora la busca. Palo en mano, va por el barranco del Poyo, donde se le perdió la pista.
Tres amigos «de toda la vida», dos chicas y un chico, acompañan a Iván en la trágica expedición, con el compromiso tal como se entiende a esa edad: quedarse hasta el final y romper la pesadumbre con espontáneo humor. Los cuatro evitan que la tristeza impregne la mañana y logran que se mantenga el ánimo para caminar sobre las piedras de un ancho y agreste cauce durante kilómetros. «No me queda otra», dice Iván, que en la riada también perdió a su abuela, Elvira, que iba con la madre en el coche. «Si no estoy alegre, me hundo, y no quiero derrumbarme ahora». Hace dos días supo que los Topos Aztecas, una organización mexicana especializada en la búsqueda de desaparecidos, había organizado la operación para hallar a Elisabet. Llegó puntual a la cita.
Con sus trajes naranjas, los Topos son catorce, llegados desde México y Panamá. Algunos van por los huertos; otros por el margen del río, y un tercer grupo se desvía hasta un «área restringida a voluntarios», un escarpado de tierra traicionera, por donde podría haber llegado el coche de las víctimas. Este «pelotón» especula con un vídeo en el que, aseguran, están las dos mujeres dentro del vehículo, que ya flota sobre las aguas. Por el parabrisas se observa un paisaje movido. Ese trecho agrega unos dos kilómetros.
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En un descenso, en el que los árboles y cañas arrancadas han formado una cueva, Jesús Martínez Fabra, delegado local de los Topos Aztecas, avanza con un palo en la mano y entierra la punta en un montículo, con fuerza para llegar lo más profundo posible. Lo saca y huele la punta enlodada. Es un gesto habitual, una lección de los buscadores. Orientarse por el olfato, detectar el hedor de la carne putrefacta.
–¿Huele a muerto? –pregunta Martínez.
–No, a planta mojada, a humedad... a naranja –responde Gabriel Jiménez, natural de Jalisco de 26 años, cuyo hermano desapareció en México. «Es una buena motivación para hacer esto», dice quien todavía se está «formando como rastreador».
–Hay que revisar toda la zona –insiste Martínez. Entran en un foso de agua de unos 70 centímetros de profundidad, exploran la arena que tapona una alcantarilla con una vara, revisan un pajar.
Fuera de ese recoveco, el grupo sigue hasta un puente que resistió la bajada del agua. Con un dron revisan los aledaños. Se une un grupo de voluntarios que viene de Cataluña. «¡Hay que buscar fuerte!», exclama Jiménez. En el barranco del Poyo, adonde vuelven, el agua mansa cruza de un extremo a otro de un cauce que supera los 200 metros de ancho, más en algunos tramos, sobre una superficie de roca conglomerada y solidificada en los últimos días, como si fuera hormigón.
Debajo está lo que arrastró el agua y no flotó ni fue expulsado con virulencia; encima, partes de coches y vehículos, amasijos, algún juguete. «Se veía una rueda y cuando la máquina excavaba encontraba un coche, y al sacarlo, más coches debajo. Iban rotando como en una lavadora. Todo lo de dentro, incluso el motor, salía despedido», recuerda Óscar Galdón, concejal de Seguridad del Ayuntamiento de Cheste, que conduce a los voluntarios previa advertencia: «hay zonas de acceso muy difícil. Estamos en una batida y no toca sacar a nadie atrapado en el barro».
La mayoría de los voluntarios son novatos en estas labores de rescate. Aunque los minutos iniciales se muestran inseguros e incluso hay algunas deserciones, pronto conocen las técnicas básicas y muestran aplomo. Merodean los rincones, pinchan con fuerza los bultos de arena, caña, maleza; miran entre las piedras, detectan coches, los marcan con palos para que vengan las palas mecánicas. Se acoplan a los equipos de expertos, se comunican entre ellos.
Una niña que está con su madre desentierra con las manos el resto de un vehículo. Se busca a Elisabet, pero también su coche. Es una pista que podría conducir a su paradero. Entre los que ayudan están Elena y Enrique, de Vilamarxant, un municipio vecino a Cheste. «No la conocemos a ella ni a la familia», asegura Elena. «Vinimos a ayudar, ya estuvimos en Picanya y Catarroja. Esto es un horror», extiende la mirada a la enorme superficie que se somete al escrutinio una y otra vez. Enrique insiste en inspeccionar a su alrededor.
El área ya la peinaron los militares, la policía y los bomberos. Usaron perros y drones. «Pero quién les dice que no hagan una batida», dice un policía. Avanza el día y nadie se sienta ni se queja. «La familia querrá saber dónde está, porque cómo está ya lo sabemos», comenta Elena, que usa días de sus vacaciones para colaborar con los afectados.
Se revisan los meandros, donde queda atrapado cuanto se despega de la corriente, y las «zonas donde se desprendió el río», dice Martínez Fabra, que lideró la operación junto a los Topos Aztecas. «No puedes descartar nada, aunque creas que el cuerpo está más abajo», advierte Cándido, un 'topo' de 65 años, que busca desaparecidos desde los años ochenta.
Los mexicanos avanzan en líneas paralelas por grupos, organizados por la experiencia. A las 17.30, después de diez horas, paran. «Avanzamos unos doce kilómetros. Estamos por la mitad y ahí empezaremos mañana. Hoy no encontramos nada que tuviera relación con la chica. Ojalá fuera llegar y dar la alegría. Pero es lo que se vive en las búsquedas. Los que se desmotivan, se van. Pero otros nos quedamos para dar esperanza». Sin descanso se busca a los desaparecidos. A Elisabet y a los otros que siguen sin estar. No se olvidan.
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