Si el vasco Pedro Arrupe, entonces general de la Compañía de Jesús, no se hubiera inclinado por un jovencísimo Jorge Mario Bergoglio para poner en ... sus manos, en 1973, las riendas de la orden de los jesuitas en Argentina, con toda seguridad luego no habría llegado a ser obispo, cardenal o Papa. Su designación por parte del bilbaíno Arrupe como provincial de los jesuitas de Argentina, entre 1973 y 1979, le hizo salir para siempre del anonimato. Es un dato que los biógrafos de Bergoglio o Arrupe han tendido a descuidar pero hemos de advertirlo.
Como superior provincial, Bergoglio no destacó por alzar públicamente su voz contra los desmanes de la dictadura argentina, como en cambio sí hicieron otros clérigos, pagando en ocasiones con su vida. Así y todo, nada más ser elegido Papa, se multiplicaron testimonios de personas concretas, desde antiguos seminaristas hasta militantes izquierdistas, que aseguraron que Bergoglio les puso a salvo, arriesgando también su propia seguridad.
Durante los años de la represión, con frecuencia Bergoglio se dirigía discretamente a un locutorio público de Buenos Aires, por el temor de que su teléfono estuviera interferido por la policía de la dictadura, para informar de manera detallada del devenir de la orden y recibir instrucciones directas de Arrupe. Entre ambos se fue gestando una relación de confianza y complicidad.
Resulta también oportuno recordar esto ahora, debido a que hace unas semanas se cumplieron los 50 años de la celebración de la Congregación General XXXII en la que, bajo el liderazgo del carismático Arrupe, representantes de la Compañía de todo el mundo redefinieron la misión de la orden en términos de «servicio a la fe y promoción de la justicia». Por supuesto que ningún jesuita persiguió desestimar o reemplazar, por ejemplo, conceptos tan inherentes a la tradición cristiana como caridad y compasión hacia el prójimo. No obstante, se estimó que era preciso dar un paso cualitativo más y trabajar con decisión en la transformación radical de las sociedades en términos de justicia y equidad.
Bergoglio fue de los jesuitas más jóvenes en participar en aquella histórica Congregación General. Ninguno de los documentos que se redactaron durante su celebración aludieron explícitamente la Teología de la Liberación. Ahora bien, esta corriente teológica estaba en la mente y boca de todos, bien como principal fuente inspiradora o bien como novedoso paradigma a considerar con cautela debido a la influencia que sobre él podía tener -de modo disimulado- el pujante marxismo. Arrupe y Bergoglio eran más bien de esta segunda opinión. De hecho, Arrupe, con la ayuda del jesuita francés y experto mundial en marxismo Jean-Yves Calvez, publicó una carta en 1980 estableciendo serios límites al análisis marxista.
No destacó por alzar la voz contra la dictadura pero hay testimonios de que puso a personas a salvo
El compromiso por la justicia social iba a requerir que cada provincia jesuita estableciera su propio 'modo de proceder', constituido por plataformas de acción social y de incidencia política, además de por metodologías de análisis crítico de la realidad social que pusieran también a los jesuitas en diálogo o confrontación con las ideologías dominantes. Esto exigía, al mismo tiempo, reorientar los ministerios tradicionales, desde los colegios y las universidades hasta el acompañamiento espiritual y la labor misionera. Bergoglio en Argentina y Arrupe en todo el orbe se vieron obligados a impulsar reformas profundas, que unos juzgaron demasiado osadas y otros, tímidas e insuficientes. Casi nada fue fácil. A lo largo de la historia los colegios jesuitas también han destacado por educar en ellos a los hijos de las élites políticas y económicas. «Perderemos buenos amigos», advirtió Arrupe.
Escuché durante muchos años a no pocos jesuitas insistir en que Bergoglio, en realidad, no compartió la 'línea de Arrupe'. Sin embargo, lo cierto es que ambos siempre trabajaron en equipo y compartieron las mismas prioridades apostólicas. Los más críticos con el estilo de Bergoglio se distanciaron también de Arrupe; es decir, los jesuitas más ideologizados o aquellos que, aunque fuera sin pretenderlo, llevaron a una secularización de la vida interna de la Compañía.
Arrupe fue ante todo un místico, devoto del Sagrado Corazón, que rezaba todos los días los quince misterios del Rosario, siempre se mostró sensible al sufrimiento humano y fue un brillantísimo estudiante de medicina que luego, con sus propias manos, levantó un hospital de campaña en Hiroshima nada más estallar la primera bomba atómica. Y mientras tanto Bergoglio, como otros miles de jesuitas, aspiró a convertirse en su discípulo.
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