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«El día que llamaron para avisar de que un besugo se había caído a las vías... ¡imagina las caras de asombro!». Ocurrió estas pasadas Navidades cuando el pescado se le escurrió inesperadamente de la bolsa a una usuaria del Metro de Madrid con tan ... mala fortuna que cayó a la vía por el hueco entre el convoy y el andén. Abatida por su desventura la mujer acudió al jefe de estación, que llamó al puesto central de mando, donde, tras la lógica perplejidad del primer momento, se autorizó a parar la circulación de la línea para poder salvar la cena de Nochebuena de la buena señora. No es lo habitual.
El estricto protocolo señala que los objetos que caen a la vía se recogen de noche, cuando la circulación de trenes se ralentiza, y sólo por personal de Metro. Hay excepciones, como artículos de primera necesidad (por ejemplo un audífono), joyas (por el riesgo de que alguien las vea y se lance a las vías a por ellas)... o por razones de humanidad y salud odorífera, como el caso del besugo. «Al margen del disgusto de la dueña del besugo, tampoco puedes dejar un pescado oliendo ahí en mitad de la vía, con los trenes circulando y la estación hasta arriba de gente. Así que se optó por recogerlo y no esperar hasta la noche«, explica Óscar González de la Riva, uno de los responsables de operaciones de Metro Madrid.
En sus más de 40 años de servicio, Óscar ha visto caer de todo en las estaciones. Móviles y auriculares inalámbricos destacan entre los más de cinco mil objetos recolectados en 2022, según datos facilitados por Metro. Allí abajo, el personal de la compañía ha recuperado llaves, gafas, zapatos, muletas, bastones, bolígrafos, libros, décimos de lotería, lápices de ojos, pendrives, púas de guitarra, recetas, dados, un rosario... pero también prismáticos, inhaladores para el asma, cremas de manos y hasta la válvula de un traje de buceo, un sable láser o una pelota de pilates, que se le escapó a un chaval mientras esperaba el tren.
Igualmente han rescatado de las vías una rueda desprendida de un carrito de bebé o una jeringuilla de insulina, que se recobró enseguida por razones obvias. «Parar un tren afecta a miles de viajeros y a los horarios de esa línea, por eso hay que priorizar. No es lo mismo la insulina que unos auriculares», explica De la Riva.
Solo el año pasado se rescataron 5.164 piezas, una media de catorce al día, cifra aparentemente pequeña en comparación con los 2 millones de viajes diarios, que convierten al suburbano madrileño en uno de los más 'populosos' de Europa, concretamente el cuarto tras los metros de París, Londres y Moscú.
El protocolo vigente de actuación data de 2017, cuando el personal de Metro empezó a verse desbordado por la cantidad de usuarios que reclamaban su ayuda para recoger los teléfonos móviles y cascos que habían acabado entre los raíles. «Llegó un momento en que la situación se hizo insostenible porque parábamos la circulación cada vez que se caía algo», recuerda De la Riva.
La actual normativa es mucho más restrictiva y evita la recogida de objetos en horas punta salvo casos de necesidad extrema. «Si a un diabético se le cae la insulina, no vas a dejarle sin ese medicamento», razona el operario. «Pero parar la circulación de los trenes requiere un protocolo de comunicación que lleva su tiempo, y si hay que bajar a la vía, ni te cuento«.
Hay artículos que los operarios de cada estación pueden 'pescar' con unas pinzas que manejan con habilidad desde el propio andén, pero incluso tirando de destreza, otros son imposibles de agarrar. Es lo que le ocurrió a una joven que perdió el anillo de compromiso con el que su novio le acababa de pedir matrimonio. Sucedió en 2021 en la estación de Chueca y esa noche (porque ocurrió a primera hora de la madrugada) estaba de jefe de sector Miguel Olmeda. «Yo estaba en la taquilla y me vino una chica desesperada diciéndome que se le acababa de caer a la vía un anillo de prometida. Me quedé alucinado. Tratamos de localizarlo desde el andén, pero no vimos nada».
Ante el desconsuelo de la joven, el diligente supervisor contactó con el puesto de mando para que valoraran la situación. Pasados unos minutos, y al ser una hora valle, sin apenas tráfico de trenes, el inspector responsable ordenó parar la circulación y autorizó a Miguel a descender. «Pero es que buscando por la vía tampoco se veía el anillo porque se había caído por una especie de alcantarilla que hay entre los raíles. Y al levantar la alcantarilla, ¡lo vimos y la chica empezó a dar saltos de alegría!«.
El problema se puede presentar cuando la joya caída se aprecia a simple vista desde el andén. Entonces, para evitar un riesgo mayor, se recoge la pieza. Porque a pesar de que todas las estaciones muestran carteles de advertencia con la prohibición de bajar a las vías, siempre existe el peligro de que algún imprudente no repare en temeridades por hacerse con un pequeño tesoro «y le arrolle un tren», indica De la Riva, que insiste en atribuir la última decisión de parar la circulación y dar luz verde a la recogida del objeto al puesto de mando, que valora en función de las circunstancias. «A veces es una cuestión de humanidad y si un señor mayor pierde un zapato, cómo vas a dejar que ese hombre se vaya descalzo», reflexiona De la Riva, que aún se pregunta intrigado si la dueña del besugo reveló a sus comensales que su cena de Nochebuena había besado, solo unas poquitas antes, el subsuelo de Madrid.
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