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Las atípicas y generosas lluvias registradas en junio sumadas al adelanto a mayo de la puesta en marcha de los dispositivos antiincendios en la mayor parte del país contribuyeron decididamente a que el año pasado no se convirtiese en otro ejercicio récord de bosques calcinados ... como sucedió en 2022.
De enero a diciembre pasados se quemaron en España poco más de 89.000 hectáreas de terreno forestal, lo que supone justo un tercio de todo el territorio arrasado por el fuego en los mismos doce meses del año anterior y una superficie un 11% por debajo de la media de arboledas calcinadas en el último decenio.
Todas las administraciones, alarmadas por las 268.000 hectáreas de arbolado y monte bajo arrasadas por las llamas en 2022, interiorizaron por fin que el cambio climático ha extendido los megaincendios más allá del verano y activaron sus planes y brigadas contra el fuego ya en mayo, un mes y medio antes de lo habitual. De igual manera, y por esas mismas fechas, dictaron prohibiciones de quemas de rastrojos, de realización de hogueras y barbacoas al aire libre y del uso de maquinaria agrícola junto a áreas forestales que en ejercicios anteriores no llegaban hasta julio.
La eficacia lograda por el anticipo del dispositivo de prevención y respuesta frente al fuego se vio enormemente favorecida, no obstante, por un hecho inhabitual. El registro oficial del cuarto junio más lluvioso desde que hay estadísticas. Con una media de 67 litros por metro cuadrado y precipitaciones generalizadas en la península y los dos archipiélagos –el triple de las lluvias caídas en este mes en los últimos 30 años– humedeció y desactivo unas zonas forestales que eran pura yesca y combustible.
El resultado fue un verano atípico en lo que va de siglo, en el que entre junio y octubre solo se quemaron 36.000 hectáreas, seis veces menos que solo un año antes. Es la consecuencia lógica de que también solo se registrara un tercio de los megaincendios de un año antes, los monstruos de fuego que desbordan a bomberos y brigadistas y que en cuestión de horas superan las 500 hectáreas en llamas y varios kilómetros de perímetro.
Pero este balance, positivo en comparación con el ejercicio anterior, el más negro en 34 años, se fraguó justo con el final de la primavera, con la conjunción salvadora de planes institucionales y suerte meteorológica. De hecho, hasta entonces 2023 amenazaba con batir nuevos récord catastróficos. Entre marzo y mayor, favorecidos por una España reseca y unas olas de calor precoces que elevaron de 5 y 15 grados la temperatura habitual, se abrasaron casi 48.000 hectáreas en 14 superincendios en Castellón, Teruel, Extremadura y Asturias, el triple que del año anterior.
Pese a las buenas noticias de 2023 respecto a un año antes, expertos en incendios forestales como los naturalistas de WWF realizan al menos tres serias advertencias a las autoridades estatales y autonómicas.
La primera. Que no se pueden echar las campanas al vuelo por el año pasado porque, pese a su buena segunda mitad, no deja de ser el cuarto con más hectáreas de bosque arrasadas en España en la última década.
La segunda. Que la primavera de 2024 llega con el mismo y negro perfil de la del año pasado. Las arboledas y el monte están en una situación de sequía extrema tras tres años de déficit hídrico, por lo que si se alcanza la primavera con un invierno de lluvias mínimas y con olas tempranas de calor volverán a repetirse superincendios en marzo, abril y mayo como si de julio y agosto se tratase. El calentamiento global ha hecho que la temporada de grandes fuegos forestales abarque ya de marzo a noviembre.
El tercer aviso es que anticipar y mejorar el despliegue de medios contra el fuego es algo positivo, pero sirve de bien poco si no existe durante todo el año un plan que haga descansar el grueso de las medidas sobre la prevención. Hasta en un verano 'tranquilo' como el pasado se vivió en Tenerife un fuego que desbordó durante días todos los medios enviados a la isla. Quemó 13.600 hectáreas (9.000 de parque natural) y prácticamente no se apagó hasta que llegó a zonas sin combustible. Es la demostración de que los megaincendios son cada vez más inabarcables. Solo la limpieza, recuperación y buena gestión previas del medio rural y los bosques pueden minimizar estos monstruos.
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