Shigemitsu Tanaka
Shigemitsu Tanaka
Shigemitsu Tanaka apenas había cumplido cinco años cuando la segunda bomba atómica que lanzó Estados Unidos sobre la ciudad japonesa de Nagasaki cambió la Historia de la humanidad para siempre. «Milagrosamente», él y una parte de su familia no murieron, pero quedaron condenados, como otros ... 600.000 supervivientes, a una vida de penurias. Hoy, 80 años después, es el vicepresidente de la Nihon Hidanko, la única organización nacional de los 'hibakusha' –la palabra japonesa que nombra a los supervivientes de las bombas atómicas–, dedicada a difundir el horror nuclear y pedir la destrucción de estas armas.
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Su labor mereció el Nobel de la Paz 2024, que recogió el propio Tanaka en Oslo el pasado diciembre. Esta semana visita España junto con los miembros de la asociación para pedir que el gobierno español firme el Tratado sobre la Prohibición de Armas Nucleares (TPAN), de la mano de la Alianza por el desarme nuclear, una asociación que aglutina a 63 entidades españolas. Su horrible experiencia y su incansable entereza para contarla una y otra vez allá por donde va son las únicas armas que tiene para ganar su batalla.
–¿Qué imagen guarda de aquel 9 de agosto, el día de la bomba?
–Tengo un recuerdo difuso porque tenía cinco años. Estaba con mi abuelo y mi hermano menor jugando bajo un árbol en el patio delantero de mi casa, a seis kilómetros del epicentro de la explosión. Tan pronto le dije a mi abuelo que oí el ruido de un avión vi un destello blanco deslumbrante en el cielo. Escuché un estruendo ensordecedor y fuimos golpeados por la explosión. Todos los cristales de casa estallaron y las puertas fueron arrancadas por la fuerza del impacto.
–¿Cuáles fueron las secuelas de la radiación en su familia?
–Mi padre, que participó en la recogida de escombros y de cadáveres, murió 12 años después de cáncer de hígado, después de pasar su vida enfermo y cansado. Mi madre desarrolló problemas de hígado y de tiroides y sufrió en su piel lo que se llamaba la 'sarna de la bomba'. Mi hermano mayor y el pequeño fallecieron al cabo de diez años también. El hijo de mi hermano menor nació sin ninguna de sus extremidades. También perdí a mi primera nieta a los tres días de nacer por un defecto congénito en el corazón.
–¿Y usted las sufrió?
–Yo tuve un infarto y desde entonces decidí dedicarme a difundir los estragos de las armas nucleares y pedir su eliminación en todo el mundo con la asociación.
–¿Qué significa en su país ser un 'hibakusha'?
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–Una vez que una persona recibe la radiación le acompaña para toda la vida. No sólo a nivel físico, por las enfermedades que provoca, sino psicológico. Vives sin salud y con dificultades económicas. Muchos supervivientes tuvieron problemas para encontrar trabajo si tenían signos visibles de haber sido alcanzados por la onda expansiva. Las mujeres estaban condenadas a morir solas si decían que eran de Nagasaki. Los 'hibakusha' hemos sufrido la discriminación al ser tratados como portadores de algo malo.
–¿Y el trato del Gobierno?
–El gobierno de Japón, obediente con Estados Unidos, no nos atendió; nos escondió. Si hubiera apoyado económicamente para recibir cuidados no hubiera muerto tanta gente con el paso de los años. Lo que pedimos ahora al gobierno japonés es una indemnización oficial.
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–Tampoco ha firmado el tratado de desarme que su asociación pide ahora a España.
–El gobierno de Japón minimiza el efecto de todo lo que ha sido la guerra nuclear y los daños que recibió su propio pueblo. No ha indemnizado; debería hacerlo. No ha ratificado; debería hacerlo. Tenemos que trabajar en esto. Lo que sucede es que está cómodamente bajo el 'paraguas nuclear' de Estados Unidos y esto es lo que hay que cambiar a través de la información a la opinión pública.
–En Hiroshima, el museo de la bomba puede ser uno de los lugares más sobrecogedores del mundo, donde se conserva congelado en el tiempo cómo dejó todo la onda expansiva.
-Sí. Si tuviera oportunidad de hablar cara a cara con algún dirigente de los países con armamento nuclear le diría que visitara estos museos y que, al salir de allí, se preguntase si puede cargar con la responsabilidad. Las armas nucleares están hechas para destruirlo todo. Con ellas no hay vencedores ni vencidos: todo el mundo pierde.
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–¿Esta amenaza es hoy real?
–Está ahora más viva que nunca. Cuando en el siglo XX había crisis en Cuba, en las dos Coreas o entre Estados Unidos y Rusia eran 'guerras frías' que al final se solucionaron mediante el diálogo. Pero hoy por hoy, Rusia siempre está lanzando la amenaza y, de hecho, bombardeando; Netanyahu en Israel, igual. No parece la misma situación: parece más seria la posibilidad de que usen el armamento nuclear. Sobre todo porque el avance tecnológico ha hecho que las bombas sean más pequeñas y portables y es más fácil su uso estratégico. No se puede predecir fácilmente el ataque, por eso la crisis es más inminente que nunca. Hay más de 12.000 armas nucleares en el mundo y 2.000 están listas para lanzar con solo tocar un botón.
–¿Puede convertirse Gaza en la próxima Nagasaki?
–Posibilidad sí que hay. Israel desarrolla la guerra pensando que tiene derecho a aniquilar el pueblo palestino.
–¿Cree que la sociedad vive consciente de la amenaza?
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–Hay mucha gente ignorante de la potencia que tiene un armamento nuclear. Transmitirlo es mi misión. El Nobel fue una ocasión para que la opinión pública hable más de este tema.
–¿Para quiénes fue su recuerdo cuando recogió el premio?
–Sentí una gran responsabilidad de cara a mi misión y me acordé, cómo no, de todas las personas mayores que me han precedido y que dieron su testimonio. Cada vez quedamos menos supervivientes. También de los anónimos que han fallecido sin ser conocidos ni reconocidos.
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