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Leonardo di Caprio se proclamó el rey del mundo desde la proa del 'Titanic'. Podría ser la metáfora triste de muchos emigrantes o la sorprendente realidad de algunos personajes como George Soros, un joven húngaro que sobrevivió al Holocausto para triunfar en Gran Bretaña y ... convertirse en mucho más que un multimillonario. Su personalidad se halla vinculada a la globalización política, a la posibilidad de que individuos, aparentemente ajenos a la escena pública, se conviertan en agentes relevantes en el devenir de todo el planeta. No son monarcas, sino hacedores de reyes. Soros acababa de entregar el cetro a su hijo Alexander, el nuevo 'kingsmaker'.
Los Soros responden al tópico sobre la influencia judía mundial que asegura que la elite internacional de origen hebreo tiene sus bases en el mundo anglosajón, aunque provenga de Europa Oriental, cuenta con grandes ingresos gracias a sus abundantes fondos de inversión y los emplea en proyectos vinculados a una ideología progresista cercana al Partido Demócrata estadounidense. Pero todavía hay más. Los enemigos de esta clase dirigente les achacan la posesión de una agenda oculta con la que pretenden cambiar regímenes e impulsar sus intereses, una paranoia ancestral que han azuzado antisemitas tan peligrosos como los nazis.
No hay grandes diferencias de espíritu, tan sólo de talante. El padre siempre se ha definido como un filántropo, aunque se le achacan grandes operaciones especulativas y una especial inquina contra el gobierno húngaro de Viktor Orban. Su hijo no se esconde a ese respecto. El heredero admite un perfil mucho más explícito desde el punto de vista ideológico y de carácter nacionalista, ligado fundamentalmente a los problemas internos de Norteamérica.
El relevo en la cúpula ha resultado, en cualquier caso, sorprendente. La elección más lógica parecía ser la de su hermanastro Jonathan, de 52 años, curtido tanto en el ámbito de la inversión como en el de las causas benéficas. Alexander, el cuarto de la estirpe, carece de esa experiencia empresarial, aunque también es cierto que se ha fogueado con éxito en la gestión interna de la Open Society Foundation, la poderosa entidad que fue puesta en marcha por George con el propósito de promover sus causas humanitarias por todo el mundo.
El delfín es hijo de su segunda esposa, la historiadora Susan Weber. Nacido en 1984 en Nueva York, disfrutó de la opulencia familiar y de las fiestas en los Hamptons y la Costa Azul mientras desarrollaba una trayectoria académica ajena a los intereses empresariales paternos. Pronto mostró una personalidad polifacética. El joven compatibilizaba las fiestas glamourosas con el compromiso social. Estudió en la Universidad de Nueva York y se doctoró en Berkeley, entidad ligada a la vanguardia californiana, con una tesis doctoral en torno al Dionisos judío, Heine, Niestzche y la política de la literatura.
La temprana vocación altruista se vio favorecida por la generosidad paterna. A los 26 años, ya disponía de su propia institución, la Fundación Alexander Soros, con la que ha acometido proyectos menores, como la promoción del bienestar de las trabajadoras de hogar en Norteamérica o la puesta en marcha de un premio para reconocer a los defensores del ecologismo y de los derechos humanos. El heredero no se ha ceñido exclusivamente al entorno de Soros y forma parte de la junta directiva de Global Witness, una ONG especializada en la problemática medioambiental y las condiciones laborales de quienes trabajan en la industria extractiva.
La reciente toma del control de la Open Society Foundation le otorga un estatus privilegiado similar al de Bill Gates o Warren Buffett. Los activos de la organización están valorados en 25.000 millones de dólares, lleva a cabo un desembolso anual de 1.500 millones y está previsto que reciba, a medio plazo, un montante similar procedente de los fondos familiares. La reforma de la justicia penal, los derechos de las minorías o la lucha contra los prejuicios raciales son algunos de sus objetivos.
No se trata de un mero recambio formal. La ideología del sucesor apunta más a la izquierda, hacia postulados socialdemócratas, y se muestra partidario del aborto y la eutanasia, por ejemplo. Además, y se decanta por modelos de Estado inclusivos y seculares, a pesar de ser un judío practicante.
Algunas pretensiones son una declaración de guerra. No ha negado su intención de oponerse a una segunda candidatura de Donald Trump, por ejemplo. A ese respecto, su postura ha sido franca. Hará política y mostrará claramente sus postulados, no se limitará a causas benéficas y realizar discursos bienintencionados.
La larga sombra de Alexander parece que sustituirá el Viejo Continente por Estados Unidos como escenario de sus principales actividades. Podría convertirse en el principal mentor del ala más radical del bando demócrata, una figura antagónica a la de Elon Musk, por ejemplo. No olvidemos que se le antoja una postura mucho más explícita y beligerante que la hasta ahora adoptada por el emporio de los Soros.
Sin embargo, no todo es activismo. El nuevo hombre fuerte seguirá acudiendo, sin duda, a los partidos que protagonicen los New York Jets y a conciertos de hip-hop, su género musical favorito. Son otros tiempos, aunque la concentración de poder y medios económicos en pocas manos no varía.
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