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Este jueves, Japón comienza a verter al océano Pacífico un total de 1,3 millones de toneladas métricas, una cantidad equivalente a llenar 500 piscinas olímpicas, de aguas residuales procedentes de la central nuclear de Fukushima, gravemente dañada durante el terremoto y posterior tsunami que ... golpeó la costa nipona el 11 de marzo de 2011. El proceso, que se alargará en el tiempo durante tres décadas, cuenta con el visto bueno de la Organización Internacional para la Energía Atómica (OIEA), pero con el rechazo de organizaciones ecologistas, pescadores y países vecinos.
La atención se centra en el distrito de Futaba en la prefectura de Fukushima donde se encuentra la planta de Daiichi que alberga, en cerca de 1.000 tanques, el agua usada para refrigerar las barras de combustible del reactor. Así, ante la imposibilidad de continuar con ese almacenamiento, el gobierno de Japón y Tepco (Tokyo Electric Power Co.), propietaria de la central nuclear, pusieron en marcha hace dos años un plan de desagüe de estos residuos hacia el océano Pacífico a través de un túnel submarino a razón de 500.000 litros diarios.
Una decisión que ha provocado el rechazo de la comunidad ecologistas y también de parte de la población japonesa. «Hace caso omiso de las pruebas científicas, viola los derechos humanos de las comunidades de Japón y de la región del Pacífico e incumple el derecho marítimo internacional», apuntó Greenpeace Japón tras conocer la decisión del gobierno del país.
Germán Orizaola
Profesor asociado de zoología en la Universidad de Oviedo
Sin embargo, la resolución cuenta con el visto bueno de la OIEA. «Tiene un impacto radiológico insignificante en las personas y el medio ambiente», afirmó en un comunicado. No obstante, la organización presidida por Rafael Grossi asegura que su personal «está trabajando con el fin de continuar con la monitorización y evaluar las actividades in situ para garantizar que siguen siendo consistentes con los estándares de seguridad, incluido el día del comienzo del vertido y más adelante».
Desde 2011, tras su parada obligada al quedar gravemente dañada, la central de Daiichi está recibiendo agua de manera constante para refrigerar los reactores y «así evitar la fusión», destaca César Hueso, ingeniero nuclear y profesor asociado de la Escuela de Ingeniería de Bilbao. «Este agua se ha convertido en radiactiva porque ha estado en contacto con el punto de fusión y las sustancias que había dentro de los reactores», añade.
César Hueso
Ingeniero nuclear y profesor asociado de la Escuela de Ingeniería de Bilbao
Hasta la fecha, y a través de una serie de circuitos, estos residuos se han depurado en varios procesos hasta eliminar la mayoría de componentes radiactivos, salvo uno: el tritio. «Es un isótopo radioactivo sí, pero existe gran desconocimiento en la sociedad de lo que significa el concepto radioactividad», detalla el ingeniero nuclear.
El tritio es un isótopo del hidrógeno muy complicado de separar del agua y «está presente, además, en la naturaleza», justifica Hueso. «El nivel de radioactividad es muy pequeño y en el agua aún menor», apostilla. «Tendrá un impacto radiológico insignificante en la gente y el medioambiente», advirtió Naciones Unidas y la OIEA. «Si te sumerges en una piscina con agua tritiada, la capa de células muertas de nuestra piel sirve como barrera», señala el ingeniero nuclear.
El agua de Fukushima llegará a las profundidades del Pacífcio a través de una tubería que verterá este líquido durante al menos 30 años para dejar vacíos los tanques instalados en el entorno de la central nuclear. Japón asegura que los niveles de tritio se reducirán hasta 1/40 de la concentración permitida por la normativa japonesa, cifra muy por debajo de los niveles aprobados internacionalmente. «En las cantidades que se va a realizar el desagüe no va a generar impacto en el entorno», responde Germán Orizaola, profesor asociado de zoología en la Universidad de Oviedo. «Cuando el tritio se desintegra, emite partículas beta de bajo rango que ionizan las moléculas cercanas, incluido el ADN, cuando el tritio es ingerido, por ejemplo por organismos marinos», contrapone Pedro Zorrilla, experto en energía nuclear de Greenpeace España.
Pedro Zorrilla
Experto en energía nuclear de Greenpeace España
Este es el argumento que los pescadores de la zona esgrimen para rechazar los vertidos de estas aguas residuales. «Lo que se pesque en la zona no se venderá, se repetirá la situación de 2012», alerta el sector pesquero nipón. «Prometo que asumiremos toda la responsabilidad a la hora de garantizar que el sector piscícola pueda seguir operando con normalidad, aunque eso lleve décadas», avanzaron a principios de esta semana las autoridades del país.
No obstante, para las asociaciones ecologistas hay más preocupaciones «como la alta efectividad biológica relativa (RBE) de la radiación beta del tritio, su capacidad para unirse a los componentes celulares para formar tritio unido orgánicamente (OBT) y su partícula beta de corto alcance, lo que significa que puede dañar el ADN. Sabemos que se bioacumula en mejillones y pescado. Se ha demostrado que dosis tan bajas como 10 μG.h-1 causan daños genotóxicos en el mejillón azul», señala Zorrilla.
Las voces en contra no llegan solo de los ciudadanos japoneses, sino también de los vecinos de Japón en el Pacífico. «Aquí hablamos ya de geopolítica y va más allá», afirma Orizaola.
El rechazo a esta liberación de las aguas contaminadas ha ido in crescendo desde que se informó del comienzo de las operaciones. Unas críticas que han sido lideradas por China: «Una vez que el agua contaminada se vierta al océano, no habrá forma de recuperarla. Instamos a Japón a que se tome en serio las legítimas preocupaciones del pueblo nipón y de la comunidad internacional, deje de tomar decisiones equivocadas y aborte el plan», advirtió a principios de julio el portavoz del ministerio chino de Relaciones Exteriores, Wang Wenbin. En el otro extremo se encuentran Estados Unidos y Corea del Sur que aceptan los planes de Japón y la Organización Internacional para la Energía Atómica.
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