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Las agresiones sexuales a menores, con las adolescentes como víctimas mayoritarias, no dejan de aumentar en España y, lo que aún es peor, cada vez se trata de ataques más graves. Es la conclusión principal de la radiografía que sobre esta lacra, en la mayoría ... de casos oculta y silenciada, ha realizado la Fundación Anar. La ONG arroja luz sobre un drama del que apenas hay datos oficiales gracias a la valiosa información que le proporcionan a diario las propias víctimas, a 4.500 de las cuales auxilió y apoyó en los últimos cinco años a través de sus teléfonos de ayuda y de unos equipos de especialistas conectados y coordinados con las urgencias, las fuerzas de seguridad, los servicios sociales y la Fiscalía.
El análisis indica que la violencia sexual contra los niños y adolescentes españoles no para de aumentar. Las víctimas que, directamente o con el respaldo de un familiar o amigo, marcaron en 2023 el teléfono 900202010 o usaron el chat para pedir ayuda, fueron un 55% más que solo cinco años antes, en 2019. La tendencia no deja de crecer ejercicio tras ejercicio desde hace más de una década. Las peticiones de auxilio de menores a Anar por ataques de carácter sexual se han cuadruplicado en quince años. Detrás del aumento de agresiones está el hecho de que a los modelos de abusos tradicionales se han sumado con fuerza variantes nuevas como los asaltos en manada, el acceso generalizado entre los menores a la pornografía o los ciberabusos.
El grueso de estos ataques siguen procediendo de un adulto familiar o conocido, pero más de uno de cada diez, en concreto el 11%, son agresiones grupales, lo que significa que los asaltos en manada de los que se tiene constancia se han multiplicado por cinco desde 2008.
A su vez, nueve de cada diez agresiones comunicadas a Anar son presenciales, pero entre un 5% y un 6% tienen como vehículo directo internet, chats o las redes sociales. Algo más de un 3% son casos de 'grooming' (adultos que contactan con menores para lograr imágenes o favores sexuales) y más de un 2% es 'sexting', la difusión de imágenes íntimas sin la autorización del perjudicado. El 1,3% son participaciones impuestas en el manejo de pornografía y el 1,4% restante episodios de explotación sexual y prostitución.
No solo se han disparado las llamadas de auxilio de menores sino que cada vez son para comunicar agresiones más graves y alarmantes. El grueso son tocamientos o masturbaciones forzadas y un 11% besos no deseados, pero hasta un 20% son violaciones. De los 4.500 casos del último lustro, nueve de cada diez son asuntos de gravedad alta (13 puntos más que en 2019), uno de cada tres son abusos que se sufren a diario (seis puntos más), casi la mitad son ataques que duran más de un año (13 puntos más) y hasta el 70% de las llamadas obligan a movilizar medios con urgencia (psicólogos, sanitarios, trabajadores sociales, policías o fiscales).
La víctima tipo es una adolescente. La edad media son los 12,5 años y el 80% son chicas, que tienen hasta cuatro veces más posibilidades de ser agredidas que los varones. Seis de cada diez casos tienen entre 13 y 17 años, la mayoría chicas con bajo rendimiento escolar y que están a disgusto en el colegio. No obstante, hay un subtipo específico masculino. Es el de los niños menores de nueve años. Son el sexo que más agresiones sufre a esas tempranas edades. En el 86% de los casos su atacante es un familiar.
El agresor, por contra, es un hombre, un adulto en ocho de cada diez casos y una persona muy próxima a la víctima también el 80% de las veces. En la mitad de las ocasiones es un miembro de la familia y en tres de cada diez abusos el propio padre o la pareja de la madre. Los ataques, mayoritariamente, se producen en el domicilio familiar, en el de los conocidos o en ámbito escolar y 10% de los agresores son reincidentes. No obstante, se observa un crecimiento de los ataques por parte de novios o exnovios (el 5%) y el 21% de los abusos cometidos por otros menores son, especialmente, casos de 'sexting' y de contacto forzado con la pornografía.
Las consecuencias de esta lacra son graves y duraderas. Cuatro de cada diez víctimas ayudadas por Anar sufren cambios bruscos de comportamiento o estado de ánimo, problemas psicológicos de gran calado (21%), autolesiones y trastornos alimentarios y casi una de cada diez tiene conducta o ideaciones suicidas. A esto se suma que siete de cada diez, sobre todo los niños más pequeños, no reciben tratamiento psicológico tras la agresión.
Otro elemento muy negativo es que tres de cada diez víctimas ni han denunciado la agresión ni se plantean hacerlo. Una de las razones que explica este déficit es el escaso apoyo que reciben de la familia o del entorno, que en el 40% de casos no reacciona, en el 18% no les cree, en el 21% no actúa por miedo a la revictimización, pero que, además, en el 10% incluso culpa a los menores o justifica al agresor. Cuando se rompe el silencio, en siete de cada diez casos el paso lo da la madre.
Los expertos de Anar consideran que el arma más valiosa contra esta lacra es la prevención, por lo que piden campañas de concienciación y formación para frenar y actuar contra los ataques, una educación sexual sana y clara desde la escuela y la puesta en marcha inmediata de los juzgados de violencia contra la infancia y adolescencia, que la ley exige desde hace dos años y siguen sin crearse.
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