Enfermo bipolar, este antiguo reportero de 'Caiga quien Caiga' ha encontrado el sosiego. Trabajar en el teatro le ha resultado sanador. Desmitifica la imagen horrenda de los psiquiátricos. Él ha hecho amigos en ellos
Una Nochebuena, estando de fiesta, Javi Martín creía que se moría. Pero no le acechaba la muerte. Estaba viviendo un episodio propio de un trastorno bipolar, una enfermedad mental que le indujo a sufrir ideas suicidas y a asomarse con peligro a calle desde un séptimo piso. Ese trance, vivido hace unos once años, es narrado sin dramatismo y con mucho humor en su libro 'Bipolar y a mucha honra' (Espasa). Este viejo reportero de 'Caiga quien Caiga', el mítico programa que condujo El Gran Wyoming' en Telecinco, es ahora un experimentado actor de comedia que se desmadra cantando. En las etapas de euforia, experimentaba percepciones extrasensoriales y llegaba a hablar con las plantas.
Lunes
8.00 horas. Por la mañana no tengo nada de hambre, así que me tomo solo un café y me voy con el estómago vacío a caminar rápido por el parque del Oeste, en Madrid.
13.00 horas. Desde hace mucho tiempo no tengo ninguna depresión, ni siquiera malestar. Quizá una vez al año sufro una subidita de hipomanía, es algo muy leve y no me impide trabajar ni seguir con la vida normal.
20.30 horas. El teatro me apasiona, me llena absolutamente. Ahora represento en el Reina Victoria la comedia de Woody Allen 'Sueños de un seductor'. Cuando sufrí la depresión me asaltaban ideas suicidas y el único momento en que podía descansar de ellas era cuando subía al escenario. Me olvidaba de ese mundo gris. Lo malo es que terminaba la función y volvía a lo mismo.
Martes
12.00 horas. Voy al mercado de los Mostenses, muy cerca de casa, a hacer la compra. Por la tarde cocino algo rico para mi marido. Realmente no sé cocinar: lo que hago es ver alguna receta en YouTube y conforme veo el vídeo, preparo el plato. Me salen cosas espectaculares que parece que he hecho yo, pero prácticamente las he copiado.
16.00 horas. He dejado los porros, las pastillas, el alcohol… Los fines de semana me tomo mi cervecita, pero nada más. El cerebro es muy sensible, ya me lo dijo mi psiquiatra: «Javi, tú no puedes tomar drogas porque no sabes lo que te puede ocurrir». Si lo hiciera, sería como jugar a la ruleta rusa.
18.00 horas. Ahora estoy muy tranquilo, pero en los episodios elevados de manía dejaba de dormir, apenas conciliaba el sueño dos o tres horas, y me levantaba con muchísima energía. Tenía como percepciones extrasensoriales, escuchaba la música dentro de mi cuerpo y hablaba con los espíritus o entes de otros planos. Me comunicaba con las plantas y los animales, experimentaba una especie de telepatía. Me lo pasaba muy bien, aunque otras personas padecen experiencias horribles. Cuando me encontraba en ese estado, mi familia quedaba muy trastocada.
Miércoles
17.00 horas. Voy a dar clases de teatro a personas con trastornos mentales en la asociación La Barandilla. Ensayamos y cuando podemos hacemos una representación. Me dijeron que por muy mal que se me diera lo iba a hacer infinitamente mejor que los terapeutas que están allí.
19.00 horas. Una vez a la semana voy a clases de canto que imparte Patricia Clark. Es algo que me da la vida. Una hora de canto es como ir a siete sesiones del psicólogo, me limpia el alma. Además, en el salón de casa me pongo a cantar ante un público invisible y agarro el mando a distancia como si fuera un micrófono.
20.00 horas. En el psiquiátrico de la Fundación Jiménez Díaz no hice amiguitos, pero en el del Hospital Clínico, sí. Tengo un grupo de WhatsApp con dos amigos que conocí cuando estuve ingresado en el segundo. Son encantadores. Con ellos me río de los momentos más duros de nuestra vida. Llevar las cosas con humor es sanador.
«Una hora de canto es como ir a siete sesiones del psicólogo, me limpia el alma»
Jueves
11.00 horas. Soy un apasionado de las terrazas, me encantan. Es maravilloso tomarse un cafelito, siempre descafeinado, estar tranquilo, ver pasa a la gente por la calle.
14.00 horas. Los psiquiátricos tienen una imagen que no se corresponde con la realidad. Es necesario que nos quitemos esa imagen de que ahí todo el mundo está pegando gritos y haciendo cosas extrañas. Son sitios calmados con muy buenos profesionales.
20.00 horas. Antes de la función necesito estar solo cinco minutos, mejor en el escenario si puedo. Me conecto con la energía del público y del personaje. El público es distinto cada día. Una veces es ruidoso, otras silencioso...
Viernes
17.00 horas. He pasado por distintas fases en mi enfermedad, incluidas aquellas en que me negaba a tomar la medicación. Se va aprendiendo a aceptar lo que te pasa. Ahora estoy tan bien que solo necesito ir al psiquiatra una vez cada tres meses; a la psicóloga voy en dos ocasiones al año, para que vea que va todo bien.
22.00 horas. Cuando salgo del teatro voy corriendo a casa, que es mi templo. En ella me siente muy a gusto. Llega mi marido y hablamos de las preocupaciones del día. Cenamos y, como no tenemos tele, ponemos musiquita relajante.
23.45 horas. Cae un capítulo o dos de alguna serie. Como mi marido se suele quedar dormido, le doy un codazo para que se espabile. Me ha ayudado mucho en mi enfermedad. Ahora estamos viendo 'El club de la medianoche', que es de terror. Intento leer media hora, pero suelo dormirme del cansancio. Para que siga adelante con un libro me tiene que gustar enseguida, desde las diez primeras páginas. De lo contrario, empiezo a flaquear y me aburro.
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