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Álvaro Soto
Domingo, 20 de abril 2014, 07:21
Frente a la desmesura de los infinitos rascacielos de Nueva York, Londres siempre ha sentido un enorme orgullo de sus bajas casitas. Históricamente, el pijo Chelsea y el obrero East End tenían en común una edificación que nunca tocaba las nubes. Hasta hace unos años, ... los edificios altos eran una excepción en la ciudad. Pero las cosas comenzaron a cambiar con The Gherkin (El Pepinillo), la popular construcción ideada por Norman Foster para presidir la City. Y justo diez años después de la inauguración de este nuevo símbolo de la ciudad, cuando los rascacielos han comenzado a asomarse a la capital económica de Europa (The Shard, el edificio más alto de Europa con 310 metros, es el último ejemplo) y decenas de ellos están ya en proyecto, el debate ha llegado a la calle.
Según una encuesta de Ipsos, el 32% de los londinenses no quiere que se construyan más edificios altos; el 26% aprueba que sí se hagan; y un número indefinido se debate entre los dos puntos de vista. Y es que de acuerdo a las previsiones del Ayuntamiento, la ciudad necesitará 400.000 nuevas viviendas en la próxima década y los rascacielos parecen la solución más factible. Algunos, incluso, recuerdan que los ecologistas no lo ven con malos ojos, ya que los edificios altos evitan que la ciudad se extienda, lo que hace que el uso del coche, y por tanto, las emisiones, no se disparen, en una ciudad de por sí muy contaminada. En total, están proyectados en Londres 236 edificios de más de 20 plantas.
En la capital más cara de Europa, esta repentina fiebre de rascacielos augura una nueva subida del precio de la vivienda. La mayoría de ellos albergarán pequeños y lujosos apartamentos y están proyectados en las orillas del Támesis porque los nuevos propietarios siempre los prefieren con vistas al río. El metro cuadrado en la ciudad está a 10.000 euros, y los pisos situados junto al Támesis cuestan, muchas veces, lo que pida el propietario.
Además, los vecinos han descubierto que los rascacielos pueden arrebatarles de golpe uno de los bienes más preciados en Londres: el sol. Escaso ya de por sí en una ciudad donde anochece en invierno a las cuatro de la tarde, la perspectiva de tener todo el día la luz encendida por culpa de los grandes mamotretos indigna a más de uno. Entre ellos se encuentra el mismísimo príncipe Carlos, que ha alertado contra la contaminación visual y ha reclamado menos pisos caros y más viviendas asequibles para conseguir una ciudad más humana.
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