
JORGE ALACID
Domingo, 22 de octubre 2006, 03:02
Conversación tipo:
Publicidad
- ¿Qué tal por Formigal?
- Genial.
- ¿Y ese chico tan mono?
- Sí, es muy mono. Genial, ¿no?
Los no iniciados entenderán que aquel rincón logroñés fuera bautizado como el tontódromo. Extendía su jurisdicción Jorge Vigón abajo, surcando un mapa que incluía bares ya desaparecidos (Wellington, Vivero) y otros que sobreviven, como Majari o Amazonas. Mi favorito milita en la primera categoría: se llamaba Drugstore, pero no vendía drogas. Sólo servía alcohol en su hermosa, larga, interminable barra. Uno se acodaba allí y veía deambular al resto de compañeros de generación, antes de rematar su periplo dominguero en los cercanos bares de avenida de Colón.
Recuerdo todo esto porque vengo observando el efecto colateral de las obras subterráneas en el centro de la ciudad. A ellas atribuyo que nuevas hordas, formadas por los retoños de aquellos logroñeses, se hayan aposentado de nuevo en la misma esquina, hoy peatonalizada. Los veo sentarse en las jardineras, comer pipas de grupo en grupo y abstenerse, de momento, de penetrar en los bares próximos. Prefieren inflarse de gominolas mientras cuchichean por el móvil y arrastran las eses igual que hicieron sus mamás. Tengo para mí que la estación de Valdezcaray mató aquellas matinales logroñesas, pero advierto que el nuevo tontódromo es esencialmente vespertino. Ignoro aún qué fenómeno acabará con esta moda recuperada por nuestros quinceañeros. Tal vez sólo matan el tiempo: están esperando a que llegue la edad del botellón.
¡Oferta especial!
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Santander, capital de tejedoras
El Diario Montañés
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.