Cuando volví a abrir los ojos, fui incapaz de reconocer el paisaje que se acercaba peligrosamente hacia nosotros.
¿Quién ha dicho eso…? ¿Lo había oído yo sólo? Aunque por otro lado, lo dijera quien lo dijera, ... tenía que darle la razón, habría apostado a que hace un mes o dos estábamos en el carril derecho. (1)
Lo que tenía claro era que nuestro viaje había tenido que comenzar hacía mucho tiempo. Lo supe al instante, porque el calor de aquel verano pegajoso me había fundido las manos al volante y los vaqueros al asiento. A nadie le gusta que se le peguen las manos al volante pero cualquier penuria habría sido poca con tal de escapar de aquel pueblito de perdedores. (2)
Nosotros no éramos los únicos. De hecho, por aquel entonces, eso era exactamente lo que hacíamos todos. Huíamos. Éramos unos críos y estábamos muertos de miedo: un poco como Dustin Hoffman y Katharine Ross en la última escena de 'El Graduado'. La radio parecía chivarnos a través de las canciones la historia de cómo nos conocimos:
«...Ahora sí, os dejamos con está vieja canción de Paul McCartney titulada 'The Back Seat Of My Car'... 'El asiento trasero de mi coche'… y recordad: ¡No enfadéis a vuestro suegro!» (3)
Eso decía el locutor arrastrando la voz como un trapo viejo. Pero ni su padre, ni el miedo, ni nada por el estilo impidió que nos subiéramos al coche destartalado que heredé de mi hermano y nos lanzaramos a la carretera. Qué importaba el destino, en ese momento, conducir era lo más parecido que teníamos a la libertad. (4)
En ese coche estábamos escribiendo una novela. Porque nunca se había hecho antes. Porque la historia estaba por escribirse. De ninguna manera estábamos dispuestos a recorrer las arterias nacionales, ya anegadas de turistas. A nosotros nadie nos iba a pillar en la Ruta 66, rebañando las migajas de cualquier aventurero del tres al cuarto. ¿Cuál es el equivalente de la Ruta 66 en la Península Ibérica, en Europa? Ahí tampoco nos iban a encontrar. Hasta el chico más pardillo de nuestro condenado pueblito sabía que era en las carreteras secundarias donde aguardaba pacientemente la magia. (5)
La negrura del asfalto se enroscó sobre sí misma como una serpiente. El horizonte centelleaba como visto a través del fuego y el calor cobraba forma de sabores indescifrables en la boca. Apreté el acelerador hasta que las siluetas se fundieron con nuestras risas. Igualito que mis manos y el volante. (6)
- «Vamos chico, ven conmigo… vamos hoy a divertirnos».
Ya no cabía ninguna duda. Era imposible que la radio no se estuviera dirigiendo directamente a nosotros. Sentimos pánico y fuimos felices. (7)
Volví a abrir los ojos. ¿Cuánto tiempo llevaba detrás de aquel volante?
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Guion y locución
Luigi Gómez Cerezo
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Grabación de estudio
Íñigo Martín Ciordia
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Edición, diseño sonoro y mezcla
Luigi Gómez Cerezo
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Producción ejecutiva
José Ángel Esteban
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Ilustraciones
Raúl Canales
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