Por fin todos juntos

¿Qué tal un último cisco? Siempre fui la reina, una auténtica profesional: a lo largo de mi vida, mucho menos larga de lo que hubiese querido y más intensa de lo que recomiendan los expertos en salud mental, tuve que oír muchas reprimendas de mis amigas. Alguna llegó a zarandearme, como para sacarme el diablo del cuerpo, al grito de «¡tienes que parar ya!». Sí, todo liante termina agotando las reservas de paciencia de quien tiene alrededor.

Provoqué ciscos de distinto calibre: centrarse en un único tipo hubiese sido muy aburrido para alguien con mi talento natural. Arrepentirme, no me arrepiento: hasta hice una labor social usándolos para destapar miserias. Pero, ahora que ya no tengo por qué mentirme a mí misma (joder, para eso estoy muerta), ahí va una confesión: lo hacía para divertirme, sí, porque, en el fondo, he tenido una vida algo triste. Demasiadas horas trabajando, demasiados tíos queriendo salvarme de mí misma y prometiendo amores grandes que se desinflaban. A ellos dediqué mi obra maestra final.

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Qué bien me quedó la lacrimógena misiva «al amor de mi vida» que dejé para mi funeral. Un empleado de la startup El Otro Barrio ('líderes en el mercado de despedidas a la carta') leyó ese potaje de poemas y canciones, momentos comunes, recuerdos de enamorados, hasta alusiones a lugares concretos y a prendas de lencería bastante turbadoras. Repitió esas frases y palabras especiales que un día formaron el idioma secreto de quienes se amaban clandestinamente… Casi me emociono hasta yo. «No te voy a poner nombre para evitarte problemas en casa, pero fuiste el único que logró calentar mi corazón y matar mi soledad a ratos. Acude mañana a mediodía a la sede de El Otro Barrio para recoger la caja de nuestros tesoros, que nunca deben perderse: fotos, entradas, notitas, aquellas bragas transparentes… Y un dinerito para que hagas, en mi recuerdo, el viaje con el que tanto soñamos».

Se presentaron ocho tíos «imprescindibles y únicos» y se formó una tangana tremenda entre tantas piedras angulares de mi vida. Hubo palabras gruesas, algún peluquín al vuelo, torpes forcejeos, y la cajita acabó cayéndose al suelo y derramando su contenido: mis cenizas y la nota que decía «Por fin todos juntos». Se hizo el silencio, muy denso, del que se extiende cuando alguien descubre que es gilipollas del todo. «Esto es montar un buen cisco, chica, y lo demás... es un cuento», se oye decir al testigo que grabó el vídeo viral.