Cisco sobre cisca

Asturias, 5 de octubre de 1934.

Como cada día a las cinco de la madrugada, Francisco Zapico se levantó a ordeñar las únicas dos vacas que poseía para poder complementar su salario de minero, tan incierto como precario. Trabajar en el Pozu Santa Bárbara como 'lampisteru' atesoraba el halo romántico de quien cuida la protectora luz de los compañeros pero también la palidez real del que no llega a fin de mes.

A última hora del día anterior había recibido la orden de enviar la señal que conduciría a los mineros a la huelga general, aunque era insurrección la palabra que ocupaba la mente de Francisco. La llamada a rebato tendría lugar mediante algunas explosiones en la montaña y a él, que era el encargado de la dinamita en la mina, le correspondía iluminar el valle con un resplandeciente ruido iniciático.

Tenía Francisco cierta relación de confianza con los explosivos labrada a fuerza de convivir con ella, con sus bondades para la extracción del carbón y con sus perversidades porque para los mineros la dinamita siempre es el enemigo que les puede quitar la vida.

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Sobre el río Nalón se amontonaban escombreras y en una de ellas, en un montículo de cisco de carbón que ellos llamaban cisca, Francisco guardaba escondida la caja con la dinamita. Había decidido ocultarla allí porque, además de que no alimentaba sospechas, le sería mucho más fácil sacarla de su guarida cubierta por el carbón menudo.

Así que se quitó la ropa de atender a las vacas, cambió 'les madreñes' por las botas de mina e inició el camino hacia el zulo protegido por las partículas de carbón vegetal. Pensaba en el terremoto de las explosiones que siempre ilusionan a los mineros tanto el Primero de Mayo, fiesta mayor universal de la clase trabajadora, como el 4 de diciembre, día de Santa Bárbara. Las que se iban a producir en poco tiempo ya no solo suponían el anhelo de una esperanza sino el anuncio de su consecución definitiva.

Se cruzó con unos compañeros que regresaban de la celebración de un baile y habían esperado el final de la fiesta antes de dirigirse al cuartel de la Guardia Civil. No se intercambiaron ni una palabra ni un gesto de complicidad. Hasta que las deflagraciones no iluminasen el cielo de la madrugada nadie iba a hablar. Hasta que no se sacase la dinamita de entre la cisca no iba a comenzar el cisco.