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Toño del Río
Periodista
Domingo, 5 de enero 2025, 09:15
Las hojas, tostadas, crepitan bajo mis botas y el paso busca acompasarse al soplido del cierzo que reparte aromas a tierra húmeda y a los últimos racimos, ya más de pasas que de uvas, que cuelgan aún de los sarmientos. Octubre se cierne impío, más que nunca, y tiñe el paisaje de un marengo inquietante. En ese aire como de despedida, siento cómo mi pecho se arrebata, atrapado en una quietud tensa mientras voy llegando. Hace años que no me atrevía a recorrer este camino ni a llegar a esa curva donde ni nos dijimos adiós ni siquiera nos emplazamos con un falso hasta luego. Pero anoche soñé que ella venía a verme y hoy me atrevo a asomarme en solitario al recodo donde dejamos colgados nuestra despedida y nuestros sueños como se deja una chaqueta vieja que jamás pasarás a recoger. Regreso hoy, tantas guerras después, buscando en lo que ya no existe algún rastro de lo que fui y de lo que fuimos.
No he olvidado ni un minuto de aquel verano en que el mundo parecía no tener más prisa que la que nuestros ojos se demandaban con tanta inocencia que hoy me ruboriza semejante ternura. La recuerdo, blanca, radiante, con la risa desbordando como el agua de la fuente donde la carretera ya se empina hasta la casa… La casa del repecho, que ahí sigue, con su tejado oscuro y los muros, ahora como entonces, mal revocados y peor enfoscados. Ahí sigue el lugar donde nunca pasó nada, donde ni nos dimos besos infinitos ni nuestras manos se atrevieron a descubrir aquellos cuerpos aún tiernos. Ahí sigue el escondite donde escapábamos de los adultos y de los nuestros, donde suspendíamos el tiempo en largas horas de confidencias y de sueños.
Tantos octubres corridos han cambiado algo que me pesa más que el tiempo y que todo el polvo acumulado sobre los ventanucos, desportillados como una boca sin dientes, por los que echo una ojeada. No, no son las páginas del calendario ni la memoria que habita en esa casa lo que me pesa; es la ausencia, el eco vacío de un amor que, sin casi haber nacido, se esfumó sin despedirse.
Adentro, en la penumbra, reconozco cada rincón y le pregunto al aire si ella recordará aún estas paredes y si alguna vez habrá pensado en… volver. Mi dedo recorre la mesa áspera y astillada, casi del todo desvencijada. Me hiela reencontrarme con el viejo brasero en su esquina: historia de latón y de alambre; en su vientre oxidado adivino los restos plomizos de un montoncito de cisco que da fe de tiempos no sé si mejores, pero sí muy anteriores y seguro que más fríos. Me acerco despacio, como si buscara aún su calor pretérito, hasta que mi aliento difumina en el aire aquella presencia inexplicable.
Respiro hondo, y cuando en mis pulmones se aloja ese último rastro gris de aquellos días, un estornudo rompe el aire, el silencio y la penumbra de un modo tan rotundo que se asusta hasta mi sombra y en los alambres de la rejilla del brasero se retuercen bocas de risa, como si se burlaran de este intento mío de revivir un pasado que ya es solo eso: pasado.
Me sacudo el polvo, miro de soslayo al brasero, a la mesa y al ventanuco, los últimos testigos. Y con una sonrisa algo torpe, me rindo: al fin y al cabo, nunca fui bueno en esto de las despedidas. Ni entonces, ni ahora.
Cuando dejo la casa del repecho, la puerta se cierra tras de mí con un crujido, como si quisiera decirme algo. Quizás que ya es hora de dejar que el cierzo de octubre se lleve lo que queda del pasado; o tal vez me recuerda que, otra vez, se me han quedado colgados los sueños y la chaqueta.
Toño del Río (Logroño, 1963), periodista de Diario LA RIOJA. Empezó escribiendo crónicas del Logroñés, hilvanó información sobre asuntos inimaginables y hoy es el responsable de Opinión. Firmó largo tiempo la columna 'Como el jueves' y luego abrió (y cerró) el ventanuco 'A propósito'.
Narración Carlos G. Fernández
Diseño sonoro y mezcla Iñigo Martín Ciordia, Carlos G. Fernández y Luigi Gómez
Ilustración Manuel Romero
Coordinación José Ángel Esteban
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