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Jaime Rojas
Lunes, 14 de abril 2014, 11:49
Los estereotipos nos matan. Cuando lo desconocemos, todos asociamos un pueblo, una ciudad o una nación a unos lugares comunes, que nos acompañan y que, muchas veces, distorsionan la realidad. A la isla de Tenerife, como a cualquier otro sitio del mundo, le ocurre lo ... mismo. Sol y playa es el tópico. Por algo es conocida como la isla de la eterna primavera, esa que disfrutan los cinco millones de turistas que cada año recalan en este paraíso.
Pero hay algo más, claro que hay algo más. Porque en Tenerife se come y se bebe muy bien; sí, como lo leen y aunque uno nunca lo había pensado, su gastronomía y sus vinos son un placer que indica que en la isla se puede ir más allá de los rayos de sol, de su extraordinaria climatología y de sus característicos arenales volcánicos.
Además Tenerife reserva otra sorpresa: hay dos Tenerifes; existe un norte y un sur, cuya forma de vida es distinta y, sobre todo, su turismo es diferente. Un viaje por el sur es empaparse de vacaciones de chanclas y descanso; playa, chiringuito y vuelta a la playa. Todo muy convencional, muy al gusto de quienes buscan alejarse del clima duro del continente europeo. Y luego está el norte, algo que un neófito visitante no se imagina.
Flores en la Orotava
Descartadas las chanclas, una visita al norte de la isla sorprende. Pero vayamos al grano, a la Orotava, una villa tiene esa condición por una Cédula Real que se extiende en un valle de plataneras, en las faldas del Teide. Y la primera parada es en un guachinche o bochinche, un restaurante de difícil definición. Nacidos en casas de viticultores que vendían el vino que les sobraba a sus vecinos hasta que se acabara la cosecha, evolucionó para ofrecer comida. Con el paso del tiempo se han sofisticado hasta recibir el nombre de gastroguachinches, como El Reloj, propiedad de un relojero jubilado en su día especializado en la marca Rolex. Dicen que el propio Ferrán Adriá es un gran forofo de estas casas de comidas, que son muy numerosas dentro de la amplia oferta de cerca de 3.500 restaurantes en toda la isla.
Pero no solo de guachinches viven los orotavenses. Su orgullo por la gastronomía y su vino con denominación de origen una de las cinco de la isla no impide que presuman de una fiesta única: el Corpus Christi. De hondo sentido religioso y popular, se celebra también en honor a San Isidro Labrador y Santa María de la Cabeza. Son cuatro días intensos en los que el pueblo de La Orotava es embajador de la tradición y el tipismo gracias a la peculiaridad de las actividades de la festividad.
El jueves del Corpus, a pesar de ser una fiesta muy extendida en las islas, toma renombre en el valle gracias a una singularidad: la elaboración de alfombras que cubren el pavimento de las principales calles. Todos participan y eso le da un aire diferente a la rigidez de las manifestaciones religiosas. Son tapices de flores y arenas volcánicas, de las tierras del cercano Teide, un lugar que ejerce de vigía de la vida de los orotavenses.
Pero la fiesta no acaba ahí, porque aún hay tres días en los que disfrutar del Baile de Magos o las romerías. Todos muy acorde con esta fiesta tan participativa, utilizan la indumentaria tradicional para tomar parte en la fiesta. Turistas y vecinos se mezclan con la bandera común de unos trajes que hacen aún más vistosa una fiesta plena de color.
Entre vinos
Muy cerca de La Orotava, en El Sauzal, una escapada nos lleva a la Casa del Vino La Baranda, una antigua hacienda canaria, propiedad pública, que alberga los museos de la vid y de la miel. Los vinos tinerfeños saben a otra cosa; muchos de ellos se mascan como los viejos caldos de Toro o de las aldeas gallegas. Son distintos, dicen que por la tierra volcánica. Y como buen lugar de contrastes también hay vinos dulces muy apreciados; tanto que cuentan que se brindó con uno de ellos en la firma de la declaración de independencia de Estados Unidos. Los ingleses, siempre enamorados de estas islas, fueron quienes llevaron el malvasía que endulzó un momento histórico.
Conscientes de la importancia de sus vinos, los bodegueros tinerfeños tratan de dar un paso más, innovar, ser originales, como lo hace Bodegas Monje en cuyas instalaciones están entregados a la actividad llamada Wine & Sex, en la que pueden imaginarse fantasías alrededor del vino.
Y mucha imaginación no hay que desplegar para deducir que Icod de los Vinos es lugar donde la vid manda bajo la mirada del milenario drago, monumento nacional y, sobre todo, monumento a los caprichos de la naturaleza. Sí, es el árbol con forma retorcida, enroscada, que formaba parte del reverso del billete verde de mil pesetas, que protagonizaba el canario Benito Pérez Galdós.
Pero el norte no termina ahí, entre flores y vinos. Hay más y más como Garachico, con sus piscinas naturales; la cosmopolita Puerto de la Cruz o el diseño urbanístico de la Ciudad Patrimonio de la Humanidad, San Cristóbal de la Laguna. Trazada a cordel, con amplias calles paralelas y estrechas transversales, formando un inmenso tablero, hace más de cinco siglos, al pasearla uno tiene la sensación de que en la isla de Tenerife hay que perderse en el norte.
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