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ELENA SIERRA
Viernes, 22 de diciembre 2017, 10:27
Hay ciudades espejo. Podrían pasar por gemelas idénticas. Nantes podría ser el reflejo de Bilbao. Digamos que lo es. Una historia reciente muy similar ha hecho posible que compartan el relato, con un pasado de astilleros e industria casi en el corazón mismo de ... la ciudad; una crisis que obligó a la reconversión, a readaptar los espacios que fueron en una época fértiles en lo económico y que quedaron abandonados y estériles en todos los sentidos; la cultura y el diseño como motor. La diferencia es que Bilbao comenzó antes el proceso de cambio; si se escucha a los nanteses hablar del suyo, se oirá hablar de una década atrás.
Dónde Nantes se encuentra en la costa atlántica de Francia, a 740 kilómetros de Logroño.
Web www.nantes-tourisme.com/fr y es.france.fr/es/descubre/en-nantes (ambas en castellano).
Si aquí tuvimos un museo, en Nantes optaron por las máquinas. Pero no cualquiera. Las máquinas de la isla de Nantes es el primer lugar al que le invitarán a ir a pasear, orgullosos de un laboratorio que produce artilugios mecánicos para todas partes del mundo. Hace poco mandaron a China un enorme dragón. Ellos tienen para uso personal su elefante andarín, un medio de transporte lento pero seguro y con reminiscencias de otra época que mide 12 metros de alto y 21 de largo y pesa 48 toneladas. Barrita y escupe agua, y tiene capacidad para 50 personas. El viaje, por las instalaciones de las antiguas naves Dubigeon y los antiguos astilleros de la ciudad, es largo. Pero puede optarse solo por ver otros ingenios que ya están naciendo allí, o por subirse al carrusel del mundo marino, donde es obligatorio accionar palancas y volverse por un rato parte de la máquina. Hay mucho en esta isla de Julio Verne, el autor nacido al otro lado del Loira –hay allí un museo sobre su historia.
Fuera de la ciudad, y en la otra orilla del Loira, está el pueblito de Trentemoult. Casas bajas de fachadas de colores, calles estrechitas en las que cada rincón puede convertirse en plaza coqueta. La primera línea de río es para los restaurantes, a los que se viene a comer especialidades nantesas y beber el vino de la zona, el Muscadet. Se llega en Navibus, el barquito que atraviesa el río casi desde el centro. La Civelle tiene menús desde 29,50 euros al mediodía. En Nantes es muy recomendable la mítica brasería La Cigale (Place Graslin, frente al teatro), donde se come por 15 euros entre paredes adornadas con mosaicos de colores.
El diseño y la arquitectura son protagonistas del que llaman Barrio de la Creatividad, en la misma Isla de Nantes. Aquí el espacio se va llenando de edificios de autor, como ese que tiene por nombre Mani el Mamut porque las placas que lo recubren le confieren ese aspecto. Ahí están las facultades relacionadas con la nueva vida de la ciudad, el Palacio de Justicia modernísimo, los colegios de distintas profesiones. Y ahí comienza el recorrido artístico que, durante más de cien kilómetros, acompaña al río hasta su desembocadura en el puerto de Saint Nazaire –núcleo hoy de la actividad industrial y naviera–. Cada poco le va naciendo una nueva obra a Estuario, que así se llama el conjunto. Las hay muy locas, y no solo aquí: por todo Nantes pueden verse las huellas del festival que se organiza cada año. Hay, por ejemplo, un apartamentito volador arrancado a un callejón. Una línea verde en el suelo marca el recorrido.
Lo hace pasando por las distintas etapas de la larga historia de Nantes. Fue la capital de la Bretaña cuando ésta era una nación separada de Francia, y la última de sus duquesas, Ana de Bretaña, fue dos veces reina de los galos.
El palacio de los duques, la entrada a la parte antigua, acoge varios museos y permite subir a la muralla para ver el panorama... Que no es exactamente como alguna vez fue, y no solo por el diseño moderno. Hace un siglo ya que los nanteses canalizaron las aguas del Erdre que convertían la ciudad en una especie de Venecia y ganaron suelo. Al lado están la catedral y el entramado de callejuelas en las que se conserva algún edificio antiguo con vigas de colores en la fachada. También hay comercios para hacerse con los caramelos de mantequilla salada (no hay buen bretón, ni nantés, que no tenga la mantequilla como base de su dieta), pasteles, crèpes salados y dulces (en Heb-Ken, en la Rue de Guerande), y bares para los miles y miles de estudiantes que llegan cada año.
Hay otro paseo necesario para entender la historia de Nantes: la Île Feydau, la de las grandes familias de los antiguos comerciantes... de esclavos. Los edificios se hunden hasta un metro y medio en un suelo inestable. Si se llega hasta el muelle de la Fosse se verá el memorial de la abolición de la esclavitud que a la ciudad le costó años construir –porque sigue siendo tema polémico–.
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