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Álvaro Machín
Periodista de El Diario Montañés y autor del libro de viajes 'Un millón de pasos'
Jueves, 23 de marzo 2023, 15:39
Casi unas tres horas se necesitan para recorrer los 235 kilómetros que nos separan del destino que desde Diario LA RIOJA os proponemos para disfrutar en 48 horas. Después de Valladolid, San Sebastián y Asturias, en esta ocasión, posamos la mirada sobre Santander para una escapada del fin de semana. Una vez más lo haremos de la mano del mejor de los guías que se declara «un orgulloso STV: Santanderino de Toda la Vida».
Propuestas
Cuando me dicen de una ciudad que «se ve en dos días» suelo acertar si pienso que el mejor será el tercero. Por eso, este itinerario es una opción justo para eso, para el tercer día (y, si le gusta, para un cuarto). Para encontrar alguna curiosidad, regresar a un lugar conocido como si no lo conociera, detenerse a no hacer nada (que es maravilloso cuando se viaja) o pasear con menos prisa si uno ha cumplido con el requisito de los imprescindibles.
Es decir, que tal vez le interese seguir leyendo si ya buscó en Google 'qué ver en Santander' o se pasó a preguntar (se lo recomiendo) a los profesionales de la Oficina de Turismo. Y luego, claro, fue a todos esos sitios. O sea, si ya recorrió las playas (mi preferida es Molinucos y, si puede ser, al atardecer), paseó ante la Bahía, visitó el Palacio de La Magdalena (por fuera y por dentro), el Centro Botín (por dentro y por fuera), la Catedral o hizo la ruta por los restos de la muralla bajo la Plaza Porticada o por los pasadizos del refugio antiaéreo.
Una advertencia en todo caso: si hay ciudades para ver y ciudades para estar (o sentir), yo coloco la mía (y soy un orgulloso STV: Santanderino de Toda la Vida) en el segundo grupo.
Si ha amanecido en la ciudad o ha llegado antes de la hora escrita más arriba, debería darse una vuelta por La Plaza. Hay dos lugares que definen la personalidad de las ciudades, el mercado y el cementerio. Aquí ir al mercado es «ir a La Plaza» y se refiere, sobre todo, al Mercado de La Esperanza (el cementerio es Ciriego y, puestos a contar curiosidades, allí está enterrada la bailaora Carmen Amaya). El edificio es francamente bonito, pero lo inspirador es recorrer los puestos, ver y escuchar.
-¿A cuánto tienes los bocartes, Miliuco?
-¡Venga, señoras, que ha entrado buen rape bien de precio!
-El chicharro lo tengo buenísimo, caballero.
Pero vamos a lo que vamos, que son las doce.
Faro de Cabo Mayor. Busquen en las guías toda la información que necesiten. El sitio es espectacular. Los acantilados, el paseo que puede darse por la senda costera a ambos lados… Pero ya le he dicho que aquí le vamos a contar otra cosa. En la foto que sacan todos los turistas sobresalen tres picos. El propio faro, un monumento en el mirador y «eso otro». Pocos saben qué es lo último, una torre más allá de la barandilla de unos diez metros de un marrón piedra erosionado. Visto desde el mar parece un gran altavoz. Y eso es una pista. En realidad, es un nautófono. Para entenderse, la antigua sirena de niebla, la que avisaba a los barcos que andaban cerca con sonido cuando no era posible con luz. Era ruidosa. Mucho. Por eso, en Cueto, en el barrio en el que se encuentra, con esa costumbre local del apodo, bautizaron a la torre: la berrona. Funcionó desde los años cincuenta, aproximadamente, hasta el 2005. Ahora le han colocado un mensaje. La palabra 'pausa'. Eso formó parte de una iniciativa llamada Desvelarte (pueden jugar a buscar más palabras, pero ya otro día).
Hablando de mensajes. Allí al lado, a la otra mano, verá sobre el muro tres bloques de piedra y frases en latín. Sí, en latín. Alguna casi borrada. 'Sine sole sileo' en el bloque más cercano al propio faro. Más menos, 'Sin el sol enmudezco (o callo)'. Porque un reloj de sol sin sol no es más que piedra y es justo lo que hay encima del segundo bloque. Pone 'Ultima Forsan' y encima están las marcas desgastadas del reloj (pero no hay 'gnomon', el objeto alargado que da sombra para calcular la hora). 'La última quizás' o 'Quizás la última hora' significa. Queda la tercera frase. 'Tulit alter honores'. 'Otro tuvo la honra' u 'Otro se llevó los honores'. Según alguna teoría, del poeta romano Virgilio. Les hago de guía por Egipto interpretando jeroglíficos. Los que saben dicen que son frases lapidarias para describir el paulatino declive de estos relojes y su sustitución por los aparatos mecácinos (que, a su vez, se quedan ya viejos, como estas historias para curiosos…).
Si le apetece, para completar la visita, puede acceder al Centro de Arte Faro de Cabo Mayor.
Si hace bueno (y si no, también) sería imperdonable que no se parase a esta hora a tomar unas rabas en el Bar del Faro (en la terraza si hace sol y dentro si tiene frío). Rabas (no confundir con calamares si, con todo el respeto, se ha comido el típico bocadillo en Madrid). Pida una caña o un vermut (o lo que quiera, aunque lo típico es lo del vermut y las rabas). Puede quedarse a picar algo más (unos mejillones en salsa, por ejemplo) o tomar aquí el aperitivo e irse a comer un poco más abajo, al Hipódromo de Suso. En coche, a un minuto. Andando, a cinco.
Para bajar un poco la comida, una 'vueltuca'. Detenga el coche en el parque de Mataleñas (aunque lo mejor es llegar andando por la espectacular senda costera y, si es usted ñoño, poner un candado de amor en la barandilla del mirador tras un esquinazo del campo del golf). Es mi parque favorito de la ciudad. Casi siempre tranquilo (pese a lo agradable que es, da la sensación de que a los santanderinos nos pilla siempre a desmano). Ideal para leer al aire libre, para pensar. Para el tercer día, para estar. Si le enseñan una foto de sus enormes palmeras pensará que está en Alicante o en Málaga. Pero no, sigue aquí, en pleno norte. Es el Cantábrico lo que tiene cerca, no el Mediterráneo. Ya que hablamos de árboles, aquí hay uno curioso. Centenario y tan grande que, de lejos, parece que son varios. Pero es uno solo. Es un plátano y el efecto se consigue porque está en el fondo de una pequeña hondonada. Lo que ve sobresalir son las ramas, que forman una copa con un diámetro que andará por los cien metros. Al asomarse, verá un tronco que, para abarcarlo, necesitará la ayuda de un par de amigos.
No es el único árbol curioso. Allí al lado, pegado a la pérgola, hay uno en relieve en el suelo. Ya tiene algo en lo que entretenerse: encontrarlo. Pero lo mejor es que está junto a una de las entradas/salidas del parque, que da al mar. Una de las vistas más completas que tendrá de El Sardinero. Venga, ya tiene material para Instagram.
Como dice el tema musical 'Un verano en Santander': 'un paseo por El Sardinero no hay igual en el mundo entero'. Eso lo sabe cualquiera. Lo que no saben (ni siquiera muchos santanderinos) es que en uno de sus lugares-postal, de sus estampas icónicas, hay una obra que, en la ejecución, recuerda al Ecce Homo que pintó (o repintó) aquella buena mujer de Borja.
Les sitúo. Jardines de Piquío entre la Primera y la Segunda playa. El mirador para ver la orilla junto al restaurante Rihn. El blanco reluciente del edificio del Hotel Sardinero. Allí al lado, el Hoyuela o el Hostal París, con el aire del Santander de los baños de ola con trajes de época. Las olas del Cantábrico sonando. Y, de frente, el Gran Casino (¿sabían que aquí se grabó una escena clave de la película 'Airbag'?). Mire al edificio, hacia arriba. En lo alto. Lo más alto. Necesitará ampliación para verlo.
La cara de uno de los angelotes del remate superior del Gran Casino es un garabato. Suena mal, dicho de un ángel, pero es muy feo. Y más, entre tanto glamour. Otras molduras y bajo relieves que hay repartidos por la fachada fueron reconstruidos, restaurados o, incluso, sustituidos en las diferentes reformas a lo largo de la historia del edificio (inaugurado en el año 1916 y obra del arquitecto Eloy Martínez del Valle). Alguien, durante uno de esos trabajos de reforma, debió hacer el 'arreglo' (en 2008 ya estaba como está ahora, según se aprecia en algunas fotos). Una cara a martillazo limpio para restaurar la obra original de José Quintana (autor, por ejemplo, de las farolas de Cañadío, La Alameda o las famosas Cuatro Estaciones), erosionada por el tiempo, la cercanía del mar y el viento. Ya lo dicen los que han trabajado muchos años en la construcción: «En las alturas, los hachazos son molduras».
¿A que esto no lo sabían de Santander?
Paseen un buen rato por El Sardinero que merece la pena.
Desde hace poco tiempo (se inauguró en 2022) hay una conexión 'renacida' entre El Sardinero y el centro de la ciudad. Una obra larga y complicada recuperó el túnel del antiguo tranvía de vapor, que luego fue, incluso, refugio antiaéreo. Es una parte de la historia de la ciudad que quedó sepultada durante décadas y que se ha recuperado. Puede entretenerse buscando las inscripciones de la época en alguno de los ladrillos. Es un viaje (andando o en bicicleta) de poco más de diez minutos, pero puede decir que ha viajado en el tiempo.
Por el túnel saldrá a la calle Tetuán, que vive una segunda juventud desde hace unos años. Tanto es así que puede buscar las estrellas en el suelo al más puro estilo Los Ángeles. David Bustamante, Eduardo Noriega, Paco Gento, Ruth Beitia, Óscar Freire, Marta Hazas… Paseo de la fama.
Pero ha llegado el momento de hacer paradas. Primero, para unas cañas y, cuando ya tenga hambre, para cenar. En Tetuán puede hacer las dos cosas. Un lechazo en el asador de Aranda, un pescado en La Flor de Tetuán o en el Marucho… También puede acercarse a probar las gambas gabardina del Bar del Puerto, en Puertochico, o los mejillones al albariño de la taberna Santoña, en Peña Herbosa. Mire, esto ya depende del gusto (y del bolsillo).
Yo, si puedo elegir, me iría a cenar a un clásico como La Cigaleña (reconocido recientemente como la mejor carta de vinos de España, alucinará con las botellas en el techo del local) o a uno más moderno como el Cadelo (recordará sus gambas a la sal toda la vida). Sí, al frente de los dos negocios hay amigos míos. Pero de verdad que no me puede la amistad…
La mejor tortilla de patata por kilómetro cuadrado. Así, tal cual. Para acreditar esta afirmación diré que desayuno todos los días del año (salvo cuando estoy fuera de España o hay causa mayor que lo impida) un pincho de tortilla con bonito y un mediano*.
*Mediano: cuando escriba el libro 'cómo pedir un café por el mundo' tendré que dedicar un capítulo a Cantabria. Aquí se pide «café con leche grande», «ponme un mediano» (café con leche en vaso o taza de tamaño intermedio), «cortado» o «solo».
En base a esa experiencia puedo justificar la afirmación por la cantidad de sitios en la que hay tortilla (la mayoría) y por la calidad media. También por el precio. El desayuno con pincho es más barato que en buena parte de España (hay excepciones, claro). En general, la que se hace aquí es jugosa, de la que 'sangra' al hincar el tenedor. El café, el pincho y el periódico al lado (todo sin prisa) es el mejor momento del día.
Sitios: Tiene fama la del Bodi Mataleñas (si hace bueno, coja mesa en la terraza) y recientemente ganó el concurso de la Asociación de Hostelería la del Bar Juanjo, un pequeño y sencillo local (de los de los parroquianos del barrio) cerca de la Plaza de Toros.
Si ha ido al Juanjo, ya que estamos, y si encuentra a alguien en la oficina de la Plaza de Toros que le permita asomarse al recinto, un par de curiosidades rápidas (aunque sea poco o nada taurino). El famoso Manolete toreó en Santander antes de su trágica tarde en Linares (hay una placa que lo recuerda) y en la arcada de divisas (los distintivos de las ganaderías) que corona el coso hay una inventada con un cámbaro como símbolo. La Argoñesa. Faltaba una para completar el círculo y optaron por una vía original. A ver si la encuentra.
No todo va a ser pasear por el centro o pegado al mar. Vamos con una parada fugaz en el barrio de Cazoña. En una ciudad de casas 'chatucas' (de no mucha altura), aquí construyeron un puñado de torres algo más altas que la media. Lo que no sabrán muchos es que, en medio de un grupo de estos bloques de vecinos, hay un cementerio. Les hablé de Ciriego al principio, pero no es este. Aquí, entre casas y algo escondido, está el 'Cementerio protestante inglés', del año 1864. Una rareza en medio de la rutina.
Todas las ciudades rinden homenaje a sus escritores ilustres. Hay maravillosas visitas por todo el mundo siguiendo su rastro. Lo llamativo de Santander es la cantidad de homenajes a José María de Pereda y a su libro Sotileza. Resulta difícil encontrar una novela y un autor con tanto peso en un callejero. Hay calles con los nombres de los personajes en el Barrio Pesquero, un mural ocupando la fachada entera de un edificio en la calle Alta (de José Ramón Sánchez, muy bonito, y cerca del local en el que nació la quiniela -sí, la quiniela nació en Santander-), un instituto, una rampa muy 'pindia' (palabra local), una bandera de traineras… En la rampa de Sotileza encontrará, de hecho, una curiosa obra de arte que da para otra foto de Instagram infalible (es bonito, la verdad). Letras metálicas y brillantes en el muro reproduciendo un texto, claro, de Pereda (que es habitual objeto de vandalismo).
Pero, sobre todo, está el Paseo de Pereda (los pasadizos sin portales a otras calles tienen nombre de personajes femeninos de los libros), los jardines de Pereda y el monumento que hay en ellos. La montaña. Con los personajes de Sotileza y de Peñas Arriba repartidos en la subida a un monte.
Todo eso da para una ruta. Pero aquí van otra serie de pinceladas, de curiosidades, poéticas.
Frente al Mercado de La Esperanza está la farmacia García Pardo. No es una cualquiera. Porque en 1910 fue la primera que abrió un joven llamado Felipe Camino. Para la historia de las letras, León Felipe. Fue farmacia y, sobre todo, centro de reunión de escritores, intelectuales y artistas, como Gerardo Diego, Enrique y Marcelino Menéndez Pelayo. De hecho, parece que Felipe se centró más en eso que en las aspirinas. Se endeudó y algunas biografías hablan de una turbia venta del negocio. Hay un poema en el que hace mención a una etapa 'sombría'. El asunto terminó en cárcel.
Hablando de placas. Hay una en el número 24 de la calle del Sol. Es un lugar bonito, sencillo, con un árbol precioso cuando está en flor, pero no de los que salen en las guías. «En este edificio vivió hasta su muerte Carlos Salomón (Madrid 1923-Santander 1955), poeta que desde la orilla de su sed, halló luces en la brevedad del plazo». Sólo por el texto merece la pena acercarse.
Diríjase al Paseo de la Reina Victoria por Puertochico y Castelar. Casi al principio, junto a uno de los primeros bancos, encontrará el busto de Baldomero Fernández Moreno. Parece un banco cualquiera, pero apoyará su espalda sobre un poema. «Un parlar montañés de viejecita bruja, que narra una conseja mientras mueve la aguja, el mismo que ennoblece mi cantar». A don Baldomero le colocaron mirando al mar. Exactamente igual que a la estatua del gran Gerardo Diego (algo más adelante y que da para otra foto memorable) o al busto, un poco más allá, dedicado al cantante Jorge Sepúlveda (el de la canción que debería estar escuchando).
Como ya es la hora de comer, tiene cerca La caseta de bombas. Puede picar algo en la barra o en la terraza, o sentarse en el pequeño comedor si quiere algo más reposado. Está junto al Dique de Gamazo, ahora monumento vaciado de agua y que llama mucho la atención. Si pide permiso a la gente que lleva el local, le dejarán bajar a la planta baja. Allí está la maquinaria del antiguo dique. (Por Castelar o San Martín tiene otros sitios para comer si lo desea).
Si quiere entender lo que es Santander hay dos placas que ayudan a entender esta ciudad. Su historia (y su fisonomía) y su carácter.
La primera está en el número 17 de la avenida de Calvo Sotelo y es todo un símbolo. En el edificio La Polar. Miles de personas pasan por allí a diario y me apuesto un desayuno (café y pincho) a que la mayoría no se fija nunca. Es una frase en latín. 'Prima ex igne renata'. O, lo que viene a ser lo mismo, 'El primero renacido del fuego' (1941-1945). Les cuento muy rápido. Tal vez hayan caído en la cuenta de que en la ciudad falta casco antiguo. Que hay poco. Es cierto, Santander sufrió un incendio devastador en 1941 (tienen información de sobra por la ciudad). Una catástrofe. Pues bien, este fue el primer edificio que se levantó tras el siniestro.
La segunda tiene algo que ver con la primera. Lo que propició que el fuego se extendiera a placer fue el viento sur. Ese aire es tan nuestro como las rabas. Es un viento cálido, que sopla a menudo, que 'pica' la bahía y que nos pone la cabeza del revés. Si en alguna ciudad ven una placa en un edificio que avisa de que si hay viento (sur) se entrará por otro portal, vienen y me lo dicen. Pues bien, tienen una en el 33 y el 34 del Paseo de Pereda. Hay hasta una marca de camisetas (de unos amigos, Pumba Lumba) que tiene un modelo con esta placa. Muy muy de Santander.
Por cierto, ya que estamos, entre una y otra (número 26 del Paseo) está la que recuerda que allí nació Juan Ignacio Pombo. Voló en 1935 en avioneta de Santander a Méjico. Una hazaña.
Como última visita, un ascensor. Más o menos. En los últimos años han proliferado escaleras y rampas mecánicas para facilitar el camino por las numerosas cuestas. Santander está en varias alturas. Pues bien, hay un funicular en el Río de la Pila. Para muchos es transporte diario, pero puede ser atracción turística. Le han colocado la palabra 'ánimo' (debe ser para los que suben andando si está averiado) y, desde la parte alta, las vistas merecen la pena. De hecho, si el día está de viento sur, verá posiblemente un atardecer (o un amanecer) rojizo.
Tómese unos vinos o unas cañas (aquí, desde el respeto, no diga zuritos ni cortos, por favor) y a cenar.
Para cenar, como está en el Río de la Pila, le recomiendo El Riojano (llegados de La Rioja no se puede faltar). Es un clásico de la ciudad y, si no lo conoce, le va a sorprender la decoración. Es una galería de arte peculiar. Los barriles han sido el lienzo para decenas de artistas. Hay auténticas obras de arte. Puede probar los caracoles y a mí siempre me gustó especialmente su steak tartar.
Ya les dije el viernes que ya no ando muy al día en la noche. Está en el Río de la Pila. Hay locales para una copa. Yo, como el viernes, les acompaño a tomar una en otro local (está en otro lado, pero aquí no hay grandes distancias). El Moondog, en la calle del Sol. Luego ya sigan ustedes.
Ya saben, mediano y pincho. Hace años tenía por costumbre bajar a desayunar todos los domingos al Café Suizo, en el Paseo de Pereda. Luego me mudé algo más lejos y me pilla a desmano, pero me gustaba. Es otro lugar para entender la esencia STV (Santanderino de Toda la Vida). Yo me tengo por uno.
Otra opción, si madruga (sobre las 08.30), es buscar algún lugar por El Sardinero y asistir a otra de las costumbres locales. El fútbol playero. Partidos con toda la intensidad del mundo en la playa, en la arena húmeda. Puede ver a alguna vieja leyenda del Racing.
El mejor colofón para esta escapada es ver Santander desde el otro lado. Es decir, desde el mar. Si no tiene algún amigo que le pueda subir a un barco, súbase a una de las lanchas de Los Reginas. Hay varias rutas y alguna excursión. Para mí, la clave es mirar la ciudad desde una perspectiva distinta. Parece otra. Y ya si tiene la opción de que le acerquen hasta la Isla de Mouro… Eso ya es un lujo.
Cuando desembarque, si no tiene que conducir, tómese un vermut en el Solórzano (Peña Herbosa). O un par de ellos. Ojo con el vermut, que es traicionero. Pero Pablo Neruda decía a sus amigos que de un barco siempre hay que bajarse mareado.
Espero que les haya gustado.
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