Tan cerca y tan lejos al mismo tiempo. El Monte Cantabria es un lugar que todo logroñés debería visitar. Y Vareia y Puente Mantible y el Soto de los Americanos... Son sitios, como el Ebro mismo o como las agujas gemelas de La Redonda, que ... dibujan el paisaje de la capital riojana y jalonan su historia igual que hitos en el camino recorrido. Y el Monte Cantabria es uno de los más valiosos y peor valorado. Tan a la vista y tan invisible. Tan vigilante y tan desprotegido. Tan cerca y tan lejos. Tan cerca está que parece observar la ciudad con paciencia de siglos. Y tan lejos, al mismo tiempo, de puro abandono.
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Su meseta ofrece una espectacular panorámica: la urbe a sus pies y el río serpenteándola; el amplio valle que se abre de levante a poniente; la sierra Ibérica riojana, al sur, dominada por las cumbres ahora nevadas de La Demanda; y los montes vascos al norte, la Sierra de Cantabria a la que da nombre, o de Toloño si se prefiere. Pero, aparte de la belleza de esos paisajes, subir allí ha sido durante décadas un triste paseo por el olvido.
El deterioro de sus ruinas medievales sobre el yacimiento celtibérico original, la explotación y abandono de que ha sido objeto el cerro y su estado de desnaturalización es una vergüenza que hemos preferido olvidar, a pesar de la declaración de Bien de Interés Cultural en 2012. Impulsar su recuperación y revalorización social, medioambiental y cultural ha sido una larga reivindicación de algunas personas y colectivos. Y ahora, por fin, tras varios planes y proyectos frustrados, las administraciones local y regional han decidido poner manos a la obra, presupuestar una actuación integral y acometerla.
Acaban de comenzar los trabajos de limpieza en que consiste la primera fase: desbrozar para permitir un levantamiento geométrico de las construcciones existentes en su estado actual, para posteriormente acondicionar un sistema que mejore el drenaje de las aguas pluviales en los recintos con elementos constructivos de interés y consolidar los más representativos.
Aparte del origen geológico de esta terraza aluvial del Cuaternario que se eleva 125 m. sobre el Ebro, el Monte Cantabria (492 m.) data dos épocas históricas reseñables: una prerromana y otra medieval. Sobre su extensa plana, especialmente en el extremo suroeste, que se asoma a la ciudad, se localizan sus importantes restos arqueológicos. Los más notables se corresponden con un recinto fortificado medieval que se superpone sobre los de un asentamiento celtibérico, prácticamente desmantelados.
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En el periodo prerromano, el poblado de Cantabria estaría vinculado a la jerarquía de la ciudad berona de Vareia, que se identifica con el poblado de La Custodia (Viana), según el historiador y arqueólogo Sergio Larrauri, autor de un estudio publicado por la Universidad de La Rioja en 2013.
La creación de la Vareia romana militar a finales del siglo I a. C, y las nuevas relaciones socioeconómicas y territoriales cuando esta se convirtió en un núcleo civil poco después, supusieron la desaparición de la Vareia berona en La Custodia. En ese contexto el enclave de Monte Cantabria, sin interés desde el punto de vista productivo para el sistema romano, se convirtió en el siglo I d. C. en un hábitat secundario donde quedaron relegados los retazos de la comunidad indígena.
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Más adelante, según la Vida de San Millán escrita por el obispo Braulio de Zaragoza hacia el 640, el santo riojano habría viajado a 'una Cantabria' en el último año de su vida (a. 574) para apremiar a sus habitantes a la conversión ante la amenaza inminente del ataque visigodo de Leovigildo. Una de las placas de la arqueta-relicario de san Millán (siglo XI) representa esa predicación y, posteriormente, Gonzalo de Berceo recogió el episodio al reelaborar en el siglo XIII la obra de Braulio.
Varios autores de época moderna identifican aquella Cantabria visitada por san Millán con el cerro logroñés. Larrauri, sin embargo, señala que «forma parte del conjunto de leyendas, tradiciones y mitos sin base histórica o arqueológica que los fundamente».
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Lo cierto es que desde el siglo XI los documentos revelan el dominio del noble navarro Fortún Ochoiz sobre un estratégico territorio circunscrito a La Rioja Media y denominado Kantabria. Su cabeza jerárquica se situaba al sur, en la civitas de Viguera, mientras que Monte Cantabria pudo constituirse como un puesto defensivo y estratégico en el cerro homónimo, en la margen izquierda del río Ebro flanqueando su paso vadeable.
Una serie de transformaciones en la organización político-administrativa desde la segunda mitad del siglo XI implicaron el progreso del enclave de Logroño, ratificado con la concesión del fuero en 1095 por Alfonso VI. Aunque la fortaleza de Monte Cantabria se documenta poco después, en el 1132, cuando Alfonso I el Batallador se cobijó entre sus muros, y fue utilizada durante las fricciones territoriales entre los reinos de Castilla y Navarra en los siglos XII y XIII, fue perdiendo relevancia frente al impulso de un Logroño bien dotado defensivamente. El abandono definitivo del cerro se produjo antes del siglo XIV.
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Con el tiempo, el Monte Cantabria fue parcialmente ocupado por un viñedo. Aún peor, en el siglo XX incluso fue explotado como gravera en los años setenta, llegando a destruir parte del yacimiento arqueológico. Más recientemente incluso ha sufrido actos vandálicos, vertidos de basuras, incendios de vehículos y hasta persecuciones policiales.
Diferentes intervenciones arqueológicas practicadas desde las primeras campañas sistemáticas de los años cuarenta hasta los trabajos más recientes, han reivindicado su importancia patrimonial y la necesidad de su protección y recuperación. Todos los proyectos habidos hasta la fecha se quedaron en propaganda. En 2012 fue declarado Bien de Interés Cultural y ahora, por fin, las administraciones acometen un proyecto integral con un presupuesto de millón y medio de euros.
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Tan cerca y tan lejos, el Monte Cantabria nos sigue mirando como un gigante con paciencia infinita. Ojalá no sea demasiado tarde.
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