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la rioja
Viernes, 26 de mayo 2017, 10:59
La primera mina de manganeso de la que se tiene constancia en esta localidad burgalesa de Puras de Villafranca se llamaba Anita. Ya antes de su apertura, según documentos de 1799, el mineral extraído en la zona estaba considerado el más puro, por encima del ... de Toledo, Alemania, Suecia y Francia. No es casualidad, por tanto, que el yacimiento exportara su producción al país galo y a Gran Bretaña, entre otros destinos, donde servía para obtener aceros de alta resistencia que incluso, como mencionan los guías de Beloaventura entre bromas y suposiciones, acabarían incluidos en el esqueleto y la funda del Titanic.
Intuiciones aparte, vivir en primera persona la experiencia minera tal como lo harían los trabajadores del siglo XIX a los pies de la Sierra de la Demanda es el objetivo de esta cita. La intención se pretende con tanto ahínco que incluso en cierto momento, dentro de una de las grutas, las luces se apagan y el entorno se llena de humo con el fin de sentir el cargado ambiente al que accedían los obreros cada interminable jornada.
Para llegar al teatral instante, antes se pasa por muchos otros. En el Centro de Recepción explican, entre diversos datos históricos, el funcionamiento del antiguo lavadero de minerales. Introducirse en una microfalla abierta en la montaña, pasear por el pueblo o contemplar una pequeña central eléctrica son las siguientes distracciones.
El momento fundamentalmente práctico se inaugura en las antiguas oficinas, donde buscan las cosquillas al manganeso con sorprendentes experimentos químicos. La llamativa demostración precede a la puesta de casco y al plato fuerte, el acceso a dos de las antiguas galerías. La primera dedicada a la extracción. La segunda a la producción. Ambas de unos 180 metros. En la última, de 1799, el turista visualizará la veta de color negro que los mineros seguían. El ansiado botín al que no perder la pista.
Santa Engracia del Jubera
Otra mina que merece la pena visitar la encontramos en La Rioja. Solo once años, una vida breve, duró la explotación de las Minas de Jubera, también llamadas Túneles de los Moros, de 1947 a 1958 exactamente. Ese breve lapso de tiempo bastó sin embargo para que la zona se llenara de personas dispuestas a encontrar su filón de oro.
El trabajo fue intenso. A golpe de martillo de aire y barrena de dinamita horadaban las galerías. A pico y pala retiraban el material. Sin casco u otra protección. Sin orejeras ni guantes. Con una simple mascarilla para evitar respirar partículas malignas. Empujando las vagonetas cargadas hasta los topes a mano, de camino a la salida, donde tomar aire puro para regresar dentro.
Lo reproducen los paneles situados en la boca más antigua de estas grutas, que también comentan el tratamiento necesario para transformar las piedras obtenidas en arena fina, pasta líquida y, finalmente, material sólido.
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