Jonás Sainz
Viernes, 3 de marzo 2017, 10:21
Al caer la tarde sobre el campo, cuando la luz del sol se despide dorando las cumbres brevemente y la penumbra parece surgir de la profundidad de los barrancos, es la hora mágica en la que con la noche va llegando también el silencio. Una ... calma con olor a tierra cansada se apodera entonces del paisaje y apaga los ruidos del mundo. El oído se agudiza hasta convertirse en la guía mejor. Se diría que la naturaleza al unísono, como un solo ser con infinidad de frágiles secretos ocultos a los ojos, se dispone a interpretar con música de viento su particular sinfonía de rumores.
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La aplicación Rutas del Silencio de la Reserva de la Biosfera de La Rioja es una app gratuita y dirigida a todos los públicos con inquietudes en la naturaleza y con ganas de pasear y conocer la Reserva de la Biosfera de manera guiada.
La aplicación está interpretada y te acercará los sonidos de la naturaleza, te mostrará los animales que te puedes encontrar durante el recorrido, los sonidos que emiten, sus costumbres o dónde encontrarlos.
Te guiará durante el recorrido ubicando tu posición en la ruta y mostrándote los puntos donde se realizan las diferentes locuciones que interpretan el entorno natural, además de que no te puedas perder.
Sus contenidos incluyen una ficha de cada uno de los animales que se citan en las locuciones interpretadas, en total 61 especies de animales, incluyendo insectos, anfibios, aves y mamíferos, cada ficha contiene una foto original, la mejor fecha para detectar al animal y dónde es más probable localizarlo;seis rutas guiadas elegidas en entornos naturales de la Reserva de la Biosfera, recomendando una para cada estación del año, con la finalidad de ajustarse al máximo al periodo fenológico de las especies más habituales.
Poco más o menos así, con cierto aire de Delibes y solemnidad magistral, solía comenzar Félix Rodríguez de la Fuente los inolvidables episodios del Hombre y la Tierra. En uno dedicado a la fauna ibérica nocturna buscaba en la cárcava la tronca seca donde el búho chico se apuesta de noche para cazar roedores. Entonces podías aprender en la tele palabras inauditas como , un acúmulo de huesecillos, de pelo y materias indigeribles -explicaba el amigo Félix-, prueba inequívoca de la actividad de la rapaz en ese lugar. Incluso podías aprender a montar junto a la tronca una trampa -exclusivamente con fines científicos- de red, resorte y ratón enjaulado.
«Venidas las tinieblas -narraba después aquella familiar e hipnótica voz en off de la espesura-, la cámara recoge el resto de la historia. Esta preciosa criatura que es el búho chico, rapaz nocturna de mediano tamaño, adornada de preciosos 'cuernecillos', está oyendo al ratón...» Sucedía a continuación, tras las inquietantes contorsiones del ave y su espectacular picado a cámara lenta, uno de esos lances de cazador cazado y, al instante, con el sorprendido búho chico ya en sus manos, Rodríguez de la Fuente procedía a ampliar la lección con imágenes inéditas: «Los brillantes ojos, los enormes pabellones auriculares, las garras afiladas y protegidas por la pluma, las rémiges aterciopeladas con el borde de ataque desflecado para no hacer ruido durante el vuelo...»
Y ciertamente veías las rémiges, el borde de ataque desflecado y cualquier otra peculiaridad anatómica del buen búho cautivo, entregando, junto a sus intimidades evolutivas, al menos un poco de la sabiduría que se le atribuye simbólicamente...
Recuperar la impresión que causaban aquellas escenas de la vida salvaje servidas en el comedor de casa es hoy tan improbable que solo podría imaginarse saliendo al campo a intentar presenciarlas en vivo. Y un buen modo para iniciarse en la observación o escucha de la naturaleza son las Rutas del Silencio, una actividad organizada por la Dirección General de Calidad Ambiental del Gobierno de La Rioja en la Reserva de la Biosfera de los valles del Leza, Jubera, Cidacos y Alhama.
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Este sábado comienza en Santa Engracia del Jubera una nueva edición con la primera visita guiada de esta campaña, que incluye tres más a lo largo del año: en el Valle de Ocón (el 13 de mayo), en Cornago (23 de septiembre) y en Munilla (28 de octubre).
«Las características demográficas y ecológicas de este espacio -uno de los más despoblados de la región- lo han convertido en una reserva de sonidos de origen natural, en la que pueden escucharse con facilidad distintos tipos de aves, anfibios y mamíferos cuyos ecos, sumados al efecto sonoro del viento y el discurrir del agua, contribuyen a dibujar un paisaje más amplio que el puramente visual».
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Guiadas por el biólogo David Mazuelas y una aplicación específica para teléfonos móviles, las rutas están programadas por estaciones, respetando la necesidades fenológicas de cada especie: el cárabo, la lechuza común, el cernícalo o el águila calzada en primavera en el Valle de Ocón; las pequeñas aves migratorias a finales de verano en Cornago y en otoño en el hayedo de Zarzosa; y, también allí, la espectacular berrea del ciervo.
Pero esta primera excursión de finales de invierno en Santa Engracia tiene como protagonista a un pariente del búho chico, el cárabo común (), de ojos negros y plumaje con apariencia de tronco, especie auténticamente especializada en la caza en los bosques caducifolios. Oculto y perfectamente mimetizado con el ramaje de los robles, el misterioso cárabo resulta muy difícil de observar, sin embargo, durante la puesta de sol y primeras horas de la noche, ahora se deja escuchar en su época de celo.
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Con suerte, aprenderemos a diferenciarlo, al menos sobre el papel, de las otras rapaces nocturnas de la Península Ibérica: el gran búho real, la blanca lechuza, el mochuelo, el autillo y el búho chico. Conoceremos también que para ver con nitidez por la noche, búhos y lechuzas han desarrollado ojos grandes y tubulares en vez de medianos y esféricos como los del ser humano.
«Los ojos tubulares -explica el biólogo Carlos Zaldívar- poseen un campo de visión de 110º en vez de 180º como los nuestros o de 300º como otras aves. Para compensar eso, las rapaces nocturnas necesitan cuellos tan flexibles que permiten mirar hacia atrás buscando a sus presas sin darse la vuelta».
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Sin embargo, en mitad de las tinieblas no basta una vista penetrante y un cuello giratorio; hay que detenerse a escuchar pacientemente como estos asombrosos predadores. Es lo que haremos también nosotros. Pero no olvidemos que esos sonidos que a nosotros nos parecerán el bucólico murmullo de una naturaleza palpitante contienen también el chillido agonizante del lirón careto bajo las poderosas garras del cárabo. La incesante batalla por la supervivencia. Lo que Félix Rodríguez de la Fuente llamaba con su estilo irrepetible «la gran danza de la vida y de la muerte».
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