Secciones
Servicios
Destacamos
PPLL
Viernes, 18 de septiembre 2015, 00:04
La escena de un cuadro de Goya pintado a principios del siglo XIX parece revivir cada año en San Vicente de la Sonsierra. El óleo representa a unos hombres encapuchados, azotándose las espaldas en señal de penitencia, se titula Procesión de disciplinantes. Los disciplinantes de San Vicente de la Sonsierra son los de la Procesión de los Picaos, en la que un grupo de hombres con el rostro tapado se flagelan la espalda como acto de penitencia.
La flagelación pública fue una práctica generalizada desde el siglo XVI. Goya pintó la Procesión de disciplinantes para mostrar una de las costumbres ancestrales que las ideas liberales de la Ilustración pretendían erradicar. Actualmente, la Procesión de los Picaos de San Vicente de la Sonsierra, es la única manifestación penitente de flagelación en Europa.
«¿Por qué este sufrimiento?» es la pregunta que durante la Semana Santa hacemos los visitantes a los vecinos de San Vicente de la Sonsierra. Nos dan razones de la fe cristiana, que ofrece el perdón a través de la penitencia. Nos dicen que la flagelación es una purificación personal que nadie impone, que cada uno decide libremente. Añaden que los azotamientos también pueden practicarse a modo de promesa o como agradecimiento. Los historiadores hablan del origen medieval de las flagelaciones, dicen que quizá tengan raíces en ritos paganos anteriores. Explican que en el siglo XVI, la Iglesia Católica Romana, ante la Reforma Protestante de Lutero, quiso reafirmarse con la actualización de viejas tradiciones, creando las cofradías de la Vera Cruz para honrar el sacrificio de Cristo. Estas cofradías pusieron en práctica la flagelación pública que se extendió hasta el siglo XVIII.
El paso del tiempo y las prohibiciones, no han impedido que la Procesión de los Picaos perdure en San Vicente de la Sonsierra. Según las normas de la Cofradía de la Vera Cruz, el disciplinante debe ser varón, mayor de edad y disponer del certificado de bautismo que acredite su fe cristiana. Si cumple estos requisitos y manifiesta su deseo de disciplinarse, se le asignará un cofrade que lo acompañará, le servirá de guía, será su consejero y protector durante la penitencia. Las mujeres pueden pertenecer a la Cofradía, pero su penitencia es diferente, ejercen de «Marías», que así se llaman a las señoras que participan en la procesión descalzas, algunas con cadenas en los tobillos, vestidas con el manto de la Virgen de los Dolores y el rostro cubierto por un velo que garantiza el anonimato.
El rito de los azotados comienza en el momento de vestirse el hábito, que consiste en una túnica blanca con apertura para que quede al aire la espalda, un cíngulo igualmente blanco atado a la cintura y una capucha del mismo color para salvaguardar la identidad del disciplinante. Sobre la túnica, el disciplinante se arropará con una capa parda que lleva una cruz blanca dibujada en la espalda. Finalmente, una vez vestido, el hermano cofrade acompañante le entregará la madeja de algodón, el instrumento para golpearse.
En la procesión, con los rezos y cánticos, entre las imágenes que el pueblo saca en andas, los acompañantes retiran las capas a los disciplinantes, destapando sus espaldas. Cada disciplinante empuña su madeja con ambas manos, la balancea levantándola por encima del hombro para golpearse el dorso en la izquierda y en la derecha alternativamente. Tras un tiempo de flagelo, cuando los hematomas son evidentes, hay un pequeño receso en el que se pican los moretones con el fin de hacer fluir la sangre. El utensilio para este menester es una pequeña torta de cera que deja asomar varias puntas de cristal. Después prosiguen los azotes y de nuevo los pinchazos. Finalizada la procesión, cuando el disciplinante deje el hábito, se lave y cure las heridas en el reservado de la Cofradía, su identidad seguirá en el anonimato y quedará bajo su custodia el secreto de su sacrificio.
Así es la Procesión de los Picaos, una manifestación realmente insólita en Europa, no exenta de polémica. Al día siguiente de nuestra visita a San Vicente de la Sonsierra, la prensa publicaba la noticia de los Picaos junto a otra información sobre un pueblo de Filipinas, donde se practican flagelaciones que el periodista asemejaba a las de aquí. En estas islas, que conforman el único país católico de Asia, en la localidad de San Pedro Cutud, se ha puesto de moda en los últimos años la conmemoración de la muerte de Cristo con un mimetismo extremado que no sólo incluye flagelaciones espontáneas, sino también crucifixiones reales, a cara descubierta.
El periódico contaba que durante el Jueves y el Viernes Santo, en San Pedro Cutud, grupos de encapuchados recorren las calles descalzos, azotándose la espalda con una fusta de la que penden unos palitos de bambú. Decía que el clímax llega en un montículo entre arrozales donde se realizan las crucifixiones, que el Vaticano no aprueba. Quien se dispone para sufrir la pasión de Cristo es atado a la cruz de madera, tendida en el suelo. Después, el verdugo saca un clavo de acero de un recipiente con alcohol, lo coloca en el hueco entre los huesos y los tendones de la mano del nazareno y lo golpea fuertemente con un martillo. Tras realizar la misma operación con la otra mano, se alza la cruz y se clavan los pies del crucificado. Todo empezó con una crucifixión, ahora cada Semana Santa se llega a la docena. Ya sólo queda comprobar el récord de resistencia en la cruz de cada «Cristo». Después vienen las entrevistas que todos conceden a la prensa y a la televisión, incluido el verdugo. La mayoría aduce como razón para semejante sacrificio el cumplimiento de alguna promesa, pero nadie disimula el sentido del espectáculo que emana de estas crucifixiones. Una de las fotografías que ilustraba el reportaje era concluyente: un gran cartel engalanado daba la bienvenida a los turistas.
A parte de Filipinas, en América, donde los españoles también extendieron la doctrina cristiana, igualmente se llevan a cabo durante la Semana Santa curiosos rituales de penitencia. En Taxco de Alarcón, en el estado mexicano de Guerrero, que tiene tal apellido por ser el lugar de nacimiento del dramaturgo Juan Ruiz de Alarcón, las celebraciones procesionales se centran en el protagonismo de las mortificaciones. Los inicios más remotos de las procesiones en Taxco se fechan en el siglo XVI como una devoción importada de España, en la cual los frailes franciscanos del ex convento de Bernardino, uno de los más antiguos de América, recorrían las estaciones del Vía Crucis cargando imágenes, cruces y otros objetos religiosos.
Pero las representaciones que se realizan actualmente en Taxco, surgen a mediados del siglo XX. Hay tres hermandades de penitentes, una es la que entronca directamente con la costumbre franciscana de cargar con objetos religiosos, se llamada la Hermandad de los Encruzados, compuesta por hombres encapuchados que caminan descalzos llevando en las espaldas, con los brazos en cruz, el peso de grandes manojos de zarzas. Las otras dos hermandades, después de ver a la Procesión de los Picaos nos resultan algo más familiares. La Hermandad de las Ánimas está formada por mujeres con el rostro oculto que desfilan encorvadas, arrastrado pesadas cadenas. A la Hermandad de los Flagelados pertenecen hombres encapuchados que portan cruces de madera y se flagelan las espaldas con látigos.
Estas manifestaciones de uno u otro continente, remotas tanto por su origen como por sus prácticas arcaicas, se observan con diferente perspectiva si nos situamos dentro o fuera, si somos protagonistas o meros espectadores. Nosotros las contemplamos como errantes del mundo, con el pasmo que conlleva un viaje en el tiempo.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Destacados
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.