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Un regalo monumental, de Cenicero a Nueva York
RELATOS

Un regalo monumental, de Cenicero a Nueva York

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PPLL

Jueves, 16 de julio 2015, 23:53

Nadie, jamás, ha hecho un regalo tan grande, un regalo de doscientas toneladas. Tan inmenso era que no pudieron envolverlo en papel de fantasía, ni adornarlo con un lacito. Fue un obsequio que Francia hizo a Estados Unidos y para transportarlo desde París hasta Nueva York tuvieron que dividirlo en piezas. Claro que con semejante regalón no puede uno presentarse de repente diciendo: ¡Sorpresa! ¡Sorpresa! Por eso los franceses avisaron de sus intenciones, y los estadounidenses prepararon a la entrada del puerto de Nueva York un lugar para albergar tan descomunal presente: la Estatua de la Libertad.

La Estatua de la Libertad pesa más de 200 toneladas, y eso que no es maciza, está tan hueca como una epidemia de bostezos. El escultor francés Augusto Bartholdi la diseñó modelando primero una pequeña figura de barro, luego hizo otra a escala más grande, pero de escayola. La estatua definitiva la construyó en cobre, con una altura parecida a la de una casa de 15 pisos y dividida en piezas para facilitar el envío en barco a través del océano Atlántico. Una vez en el puerto de Nueva York, las distintas partes fueron montadas sobre un esqueleto de hierro diseñado por otro francés, el genial Gustave Eiffel, autor de la torre parisina que lleva su nombre.

Esta enorme estatua fue durante muchos años la primera visión de América que tenían los viajeros de los trasatlánticos de vapor que llegaban en su larga travesía desde Europa. Muchos emigrantes vislumbraron en esta figura el albor de una vida nueva. Como sabemos, actualmente es uno de los monumentos más famosos del mundo y, al igual que la torre Eiffel, un atractivo turístico que genera importantes recursos económicos. ¿Pero por qué los franceses hicieron el esfuerzo de crear un obsequio tan excepcional? El motivo fue un acontecimiento histórico también excepcional, la Declaración de Independencia de los Estados Unidos. La estatua muestra en la mano izquierda una tablilla con la fecha del 4 de julio de 1776, el día de la Independencia. En la mano derecha levanta una antorcha encendida, ya que su verdadero nombre es La Estatua de la Libertad Iluminando al Mundo.

Un lugar alumbrado por esa idea de libertad es el pequeño municipio riojano de Cenicero, situado a miles de kilómetros de Nueva York. Nosotros fuimos a Cenicero una tarde de verano con el cielo encapotado; después de días de mucho sol, se agradece la sombrilla de las nubes. Un vecino nos dijo que el nombre de Cenicero tiene que ver con la ceniza que antiguamente cubría los alrededores del lugar, debido a que se quemaba mucha madera en las carboneras para obtener carbón vegetal. Pero un librito que nos acompañaba relacionaba dicha ceniza con las fogatas que los pastores encendían en los campamentos, cuando bajaban de la sierra con sus rebaños a pasar aquí los inviernos. De cualquier modo, parece que todos están de acuerdo en que el nombre de Cenicero proviene del polvo grisáceo que dejan las hogueras.

Llama la atención el título de 'Ciudad Muy Humanitaria' que ostenta Cenicero. El rey Alfonso XIII otorgó esta distinción a sus vecinos por el auxilio que dieron a las víctimas del accidente ferroviario sucedido en el puente de Torremontalbo en el año 1903, cuando el tren correo de Bilbao-Castejón descarriló, precipitándose al río Najerilla. Ocurrió entonces que al toque de arrebato del campanario, los de Cenicero acudieron rápidamente para socorrer a los numerosos heridos que transportaron en carros y caballerías hasta el pueblo, convirtiendo sus hogares en un improvisado hospital. En el cementerio sepultaron a los muertos, cuarenta y tres viajeros que encontraron aquí el fin de su destino. En una plaza del centro de Cenicero nos topamos con la Estatua de la Libertad: igual, igual que la de Nueva York, pero pequeñita, de unos diez palmos de altura. Observándola se comprende mejor el significado de la palabra modestia. Nos fijamos en las hendiduras de la corona, que en Nueva York forman un mirador desde donde se puede contemplar la bahía y en Cenicero son pequeños reposaderos para alguna hormiga que ha realizado la proeza de subir hasta allí. El contraste entre lo grande y lo pequeño nos enseña que en el fondo, lo importante de La Estatua de la Libertad no es su tamaño, lo importante es que se trata de un símbolo, el símbolo de la libertad. Ésta es precisamente la razón por la cual en la ciudad de Cenicero existe una réplica de la célebre estatua de Nueva York: el derecho a vivir en libertad.

En la base de la estatua de Cenicero se puede leer: «Cenicero a sus héroes de 1834». Los nombres de estos invictos están escritos en los cuatro lados del pedestal y suman sesenta y uno. Son personas que pertenecieron a los llamados 'urbanos', las milicias liberales que combatieron al carlismo. Los urbanos de Cenicero resistieron el ataque de las tropas del general Zumalacárregui encerrándose en la iglesia. Se hicieron fuertes disparando desde la torre y desde las troneras practicadas en la puerta. El general, cansado de sus infructuosos intentos para asaltar el templo, ordenó quemarlo utilizando los muebles de los resistentes y de otros vecinos de Cenicero. Finalmente, los carlistas tuvieron que abandonar, se fueron sin conseguir su propósito y, según se afirma, Zumalacárregui reconoció el valor de sus enemigos diciendo: «Bien merecen esos valientes ser premiados, si cosa mía fuera, no echaría en olvido su heroísmo».

Y así fue, la noticia de esta gesta heroica se propagó por España. La reina Isabel II condecoró a los urbanos de Cenicero como defensores de la libertad y una suscripción popular trató de aliviar las pérdidas ocasionadas en las casas saqueadas por las tropas de Zumalacárregui. Tiempo más tarde, con el fin de rememorar aquella hazaña, aquella defensa de la libertad, los vecinos de Cenicero encargaron una copia del monumento de Nueva York al escultor Niceto Cárcamo, del cercano pueblo de Briones.

Esta es la historia y el significado de la minúscula Estatua de la Libertad que sorprende a los visitantes de Cenicero, un pequeño monumento que a la vez es un gran símbolo, porque los símbolos no se miden por el tamaño material, los símbolos son grandes por lo que representan.

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