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BORJA CRESPO
Miércoles, 17 de abril 2019
La continuación de '28 días después', el rotundo filme de Danny Boyle rodado con cámara nerviosa que impulsó el auge de la estética documental en el cine de género fantaterrorífico, comenzaba con una secuencia escalofriante, difícil de superar. Los zombis -o infectados, qué más da- ... esta vez corren, luego la amenaza es mayor porque es más fácil caer en las fauces de una manada de cadáveres andantes hambrientos cuando te persiguen como 'runners' enloquecidos. En realidad, los devoradores de cerebros pueden dar más miedo si se mueven lentamente, enfantizando la tensión dependiendo de la pericia del director, pero el inicio de '28 semanas después' es contundente, jugando con una de las características fundamentales del concepto de muerto viviente actual.
En la secuela pergeñada por Juan Carlos Fresnadillo, que se fue a hacer las Américas y parece haber desaparecido, una familia en una casa situada en el campo era atacada por una horda de voraces no-muertos. El padre del clan, interpretado por Robert Carlyle, huye despavorido del lugar, dejando atrás a los suyos sin atisbo de duda, corriendo como un loco, abandonado a su mujer e hijos para salvar el pellejo. No les ayuda, ni se lo piensa, porque la egolatría es lo que importa y huir hacia adelante es la única salida. El instinto de supervivencia llevado al límite. Una escena impactante, que subraya una característica fundamental en el subgénero de zombis: la mayor amenaza somos nosotros mismos, seres miserables capaces de cualquier cosa con tal de subsistir y quedar por encima de los demás.
Las películas y series sobre muertos vivientes, cuya fiebre no parece remitir, se apoya en la idea básica de que le infierno somos nosotros, proyectados en los propios zombis amenazantes, una premisa exprimida hasta la saciedad desde que el maestro del horror George A. Romero asentase las bases del zombi moderno con 'La noche de los muertos vivientes' (1968). La cultura popular ha absorbido el mito y lo ha explotado a conciencia en el negocio del entretenimiento, llegando a la actual invasión de productos como 'Black Summer', que siguen la senda de la estiradísima 'The Walking Dead', ofertando más de lo mismo. Es imposible no sufrir una tremenda sensación de déjà vu al ver la última serie sobre seres sin vida que caminan, estrenada en exclusiva en Netflix.
Desde el primer minuto se apoyan en las zona oscura de la condición humana para perfilar unos personajes con cierta enjundia, con los cuales es difícil empatizar, luego te importa bien poco, como espectador, que mueran a la primera de cambio. La secuencia de '28 semanas después' descrita tiene más fuerza en menos de tres minutos que el comienzo de temporada de una propuesta que se ha vendido como una suerte de precuela de 'Z Nation', aunque prescinde de la principal virtud de aquella: se toma demasiado en serio. El equipo principal responsable de la producción es el mismo, aunque dramáticamente va por otros derroteros.
A diferencia de 'Z Nation', una explotation concienciada, 'Black Summer' se olvida del tono desacomplejado y paródico por momentos para presentar la misma historia de siempre, el apocalipsis no-muerto, a través de diversos personajes que se van cruzando y atienden a los estereotipos habituales, desde la madre perdida al militar de turno. Únicamente cabe reseñar, como un atisbo de originalidad, el hecho de que la cámara siga en ocasiones al muerto viviente, dándole especial protagonismo.
Cámara en mano, planos secuencia a mansalva y un sentido del ritmo moroso impiden poder recomendar la enésima respuesta al éxito de 'The Walking Dead', existiendo ya 'Fear the Walking Dead', un spin-off en la misma línea. Neflix sigue apostando por el terror, en su vertiente más domesticada, ahí está también 'The Silence', estrenada recientemente en la popular plataforma en streaming, un filme que remite descaradamente a propuestas aplaudidas cercanas en el tiempo como 'Un lugar tranquilo', con menos empaque y energía.
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