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Un título como 'La vida sexual de las universitarias' puede conducir a error: más de uno se habrá llevado un chasco pensando que iba a ver una serie porno. Y no, no lo es, aunque la produzca HBO Max (inolvidable aquel maravilloso 'It's not ... porn, it's HBO') y aunque haya mucho más sexo del que cualquiera hayamos tenido en la universidad. Pero esa es otra historia.
La que aquí nos ocupa es la creada por Mindy Kaling, guionista y actriz a la que conocemos desde 'The Office', y Justin Noble. Ambos, que habían coincidido en la escritura de 'Yo nunca', ponen en pie una serie protagonizada por cuatro chicas que comienzan sus estudios universitarios en el prestigioso Essex College y caen juntas en la misma habitación. A partir de ahí, intentan reconocerse en las otras compañeras, averiguar si comparten gustos y aficiones o si son compatibles a la hora de convivir.
Pero las cuatro son muy distintas entre sí: Leighton (Reneé Rapp) es la rubia pijísima, blanquísima, neoyorquina, rica y egoísta que esconde su orientación sexual; Whitney (Alyah Chanelle) es una atleta negra hija de una senadora; Kimberly (Pauline Chalamet; sí, de esos Chalamet) es una joven blanca procedente de Arizona que ha de trabajar a tiempo parcial para pagarse los estudios, y Bela (Amrit Kaur) es una estadounidense de origen indio que, aunque se ha matriculado en biología molecular por contentar a sus padres, quiere ser escritora de comedia. Y este personaje sea, probablemente, un remedo de la propia Kaling.
Un variado conjunto de personajes con razas, orígenes y clases sociales muy diferentes para dar una visión de la juventud norteamericana actual, haciendo gala de una diversidad que no está metida con calzador, sino de una forma completamente natural, y poniendo en la pantalla los temas que les (nos) preocupan: el racismo, el acoso, el machismo. Y el sexo, claro, como cualquier comedia de estudiantes que se precie desde que la seminal 'Desmadre a la americana' diera lugar a un subgénero de universitarios locos y salidos, de chavales cuyo único interés era acostarse con chicas, irse de juerga y beber cervezas y chupitos de la forma más rara posible. En fin, la juerga padre. Pero ahora viene la juerga madre, la que se pegan las protagonistas de la serie. Y ese es uno de los aspectos más refrescantes de 'La vida sexual de las norteamericanas': cómo ellos han pasado a ser el objeto de deseo. Porque hay mucho macizo sin camiseta, mucha tableta de chocolate, mucho bíceps y mucho abductor.
Pero la serie va más allá: no solo le da la vuelta a la tortilla a la comedia universitaria, sino que muestra a personajes femeninos que se relacionan entre sí como mujeres reales, no como los estereotipos de estudiantes ñoñas o de amigas que se sacan los ojos que estamos acostumbrados a ver. Además, las protagonistas no cumplen los cánones estéticos de rigor, ni aparecen como muñecas hipersexualizadas, sino como chicas que muestran sus contradicciones y sus inseguridades al enfrentarse a un primer año fuera de casa y tener que integrarse en un nuevo ambiente, mientras intentan descubrir quiénes son. Y si ese descubrimiento comienza en la primera temporada, en la segunda (que empieza tras las vacaciones de otoño) ya se sienten más cómodas en el campus y en su propia piel: Leighton sale del armario y liga más que nadie en el campus, Kimberley hace frente a sus problemas económicos tomando los caminos más disparatados, Whitney se convence a sí misma de que no solo es una buena atleta, sino también una buena estudiante, y Bela encarrila su vida hacia el humor.
Lo mejor de 'La vida sexual de las universitarias' es que debajo de los chistes, de las hormonas, de una realización un tanto convencional y de un esquema más propio de las sitcoms que de otro tipo de ficciones más novedosas, también nos encontramos con los anhelos de los personajes, y sus miedos, y sus alegrías, y sus desengaños; exactamente los mismos que, en algún momento, todos hemos sentido en nuestro paso por la universidad. Aunque la dejáramos hace ya mucho tiempo.
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