'Stranger Things', la serie que madura junto a sus personajes
Tercera temporada ·
La obsesión por hacer referencias a lo más icónico de los ochenta parece haber desaparecido en una trama que mezcla la ciencia ficción y el terror con las historias más personales
Puede que el mayor hallazgo de la tercera temporada de 'Stranger Things' resida en lo que pasa cuando la pandilla no está salvando Hawkins y, por ende, el planeta. Detrás de la historia de ciencia ficción, de los monstruos y de ese homenaje, ... a veces un pelín pesado y reiterativo, a los ochenta, ha habido siempre un relato sobre la amistad, aunque tenía menor interés. La nueva tanda de episodios de los hermanos Duffer da un ingenioso y necesario giro para contar esa otra realidad, la que en principio parece más anodina.
Ni que decir tiene que si no has visto las dos entregas anteriores, no deberías seguir leyendo esto porque a partir de aquí, ¡spoiler que te crió! Hagamos memoria. Ha pasado ya un tiempo desde que Once (Millie Bobby Brown) cerró el portal que daba paso a 'del revés' y las prioridades en el grupo de los chavales han cambiado. Las hormonas están en plena revolución. Ella y Mike (Finn Wolfhard) pasan el día entero haciéndose arrumacos, algo con lo que Jim Hooper (David Harbour), sheriff del pueblo y padre adoptivo de Once, parece incapaz de lidiar -Harbour está espléndido en el papel del policía rudo, alcohólico y patético, una vez más-.
No es la única pareja que se ha construido. Lucas (Caleb McLaughlin) sigue saliendo con Max (Sadie Sink). Y hasta el simpático Dustin (Gaten Matarazzo) ha regresado enamorado de una muchacha a la que ha conocido en un campamento de verano para cerebritos. Sin embargo, a su regreso, el muchacho sin paletas descubre que el grupo se ha ido desintegrando. Peor, sin embargo, lo está pasando Will (Noah Schnapp), que entre tanta pareja no acaba de encontrar su hueco. Encarna, sin ninguna duda, al tipo de chaval que tarda más en madurar y que se queda un poco atrás y es un fiel reflejo de las dificultades que entraña ese complicado paso a la adolescencia.
Eso en cuanto a los más pequeños, porque en el trío de los mayores, Nancy (Natalia Dyer) y Jonathan (Charlie Heaton) continúan consolidando su amor y han entrado a trabajar como becarios en un periodo local. Mientras tanto, Steve (Joe Keery), el 'bollicao' por el que todas las chavalas enloquecían en el instituto, incapaz de alcanzar la universidad, ha acabado trabajando en la heladería -será la excusa perfecta para que el pobre se pase toda la temporada con un ridículo uniforme de marinero- de, nuevo centro comercial, Starcourt, que casi funciona como un personaje más por su importancia.
De la dificultad para aceptar los cambios, de las frustraciones, del paso a la madurez o de lo incierto del futuro habla esta tercera temporada que inicialmente se centra más en el día a día de los muchachos, sin perder de vista el misterio que va cogiendo fuerza a medida que avanza la ficción y que tiene entre sus ingredientes la aparición de unas misteriosas ratas mutantes que están infestando la ciudad, un mensaje de audio en ruso interceptado por Dustin, un fenómeno extraño en relación a los imanes de la nevera de Joyce (Winona Ryder) y el raro comportamiento que Billy (Dacre Montgomery), el socorrista de la piscina, parece tener desde hace unos días.
Tres o cuatro historias con un puntito terrorífico, mucha serie b y sus buenas dosis de humor -al fin y al cabo esto es una aventura de los ochenta-, que acaban convergiendo hacia el final y que solo pierden algo de intensidad a mitad de camino. En medio, las rupturas amorosas tan propias de esta edad -que Once use sus poderes para ver que están haciendo los chicos es divertidísimo- y temas de calado como el enamoramiento como posesión y mal entendido, la identidad y la orientación sexual salen a la palestra a lo largo de la ficción, así como una tensión sexual no resuelta tan rídicula que la propia serie no tiene pudor casi en romper la cuarta pared y dirigirse al espectador.
Visualmente, 'Stranger Things' está más engrasada que nunca. El centro comercial cumple su cometido a la perfección como nuevo escenario y los efectos especiales están a un gran nivel, pero sobre todo hay que destacar un montaje lleno de ritmo que cambia entre las distintas historias y localizaciones con un pulso encomiable. Eso sí, lo mejor de la serie vuelven a ser los actores. Todos los chavales están estupendos, especialmente Gaten Matarazzo y Joe Keery -quizá son también los papeles más graciosos-, y Maya Hawke, que interpreta a Robin, la chica de la heladería con la que trabaja Steve, ha resultado ser todo un hallazgo. Pero esta vez Winona Ryder está a la altura del resto del reparto y no desentona. Y destaca también Brett Gelman como Murray, el conspiranoico que tiene un papel importante al final de la temporada.
Pero lo más curioso es que el tema del que trata esta tercera temporada, ese madurar, parece que se ha trasladado a la propia ficción. Aquella obsesión que tenían los creadores en las dos primeras temporadas por hacer referencias a cada objeto y película de los ochenta parece haber desaparecido. A ver, los homenajes a 'La cosa', a 'Regreso al futuro' y a 'La historia interminable' -grandísimo ese momento- siguen estando ahí, y ojo al product placement que se marcan con el nuevo sabor de la coca-cola, pero ya no entorpecen el desarrollo de una trama que sube varios enteros con respecto a la anterior.
La tercera temporada de 'Stranger Things' está disponible en Netflix.
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