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Habitualmente, tomo notas cuando veo las series sobre las que he de escribir: apunto un fragmento de diálogo, una característica de tal o cual personaje, una línea argumental o cualquier otra cosa que me ayude a armar una crítica con un mínimo de fuste. Pues ... bien, sobre 'Ripley' (Netflix) no tengo ni una sola anotación: he buscado en el teléfono, en el ordenador y en los papeles que acumulo sobre la mesa del escritorio, pero no hay nada. Y no lo hay porque no he podido apartar los ojos de la pantalla durante todo el visionado: en 'Ripley', todos los planos son apabullantes.
La fotografía en blanco y negro de la serie no solo deslumbra por la belleza decadente de todos los lugares por los pasa Tom Ripley dejando un rastro de sangre (la costa amalfitana, Nápoles, Roma, Venecia), sino también porque hasta el interior más anodino es retratado con la luz perfecta y desde el ángulo más resultón. Y tanta perfección subraya, por contraste, la oscuridad del personaje de Ripley, ese que cualquier actor querría interpretar y que cualquier escritor querría componer, pero que solo el genio de Patricia Highsmith fue capaz de alumbrar.
Ripley es amoral, rencoroso, siniestro y frío, un resentido buscavidas amante del lujo que desea ascender de clase social a costa de estafar, suplantar la identidad de un millonario o asesinar, pero también un acomplejado que necesita la aprobación de los demás, que quiere ser aceptado por ese círculo al que ansía pertenecer, algo de lo que deja constancia la reivindicación que hace de él mismo en tercera persona al definirse como un buen tipo cada vez que se hace pasar por Dickie Greenleaf. Y si esos matices, esas complejidades, son fruto de la mente afilada de Highsmith, en la serie se manifiestan en la mirada de Andrew Scott, no tan arrebatadoramente bella como la de Alain Delon en 'A pleno sol', pero más inquietante que la de Matt Damon en 'El talento de Mr. Ripley'.
'Ripley' es, además, hipnótica y gloriosamente lenta, algo que nos permite recrearnos en la magnificencia italiana, en los motivos que llevan a Ripley a tomar las decisiones que toma, en el dibujo de Dickie como un tipo indolente y engreído y de Marge como una mujer desconfiada, en la atención al detalle (los sonidos, los silencios, la escaleras que Ripley sube y baja una y otra vez, el cenicero de cristal) y en lo difícil que es deshacerse de un cadáver: hasta 20 minutos tarda Ripley en conseguirlo en uno de los episodios. Matar puede que sea fácil, pero eliminar las pruebas no lo es tanto.
Steven Zaillian, guionista de relumbrón y creador, entre otras, de la magnífica 'The Night Of', se ha ocupado de armar este Ripley que se asoma al abismo del ser humano, que comete torpezas, que nos deja ver cómo se resquebraja su careta ante nuestros ojos. De la versión de Zaillian se puede decir lo mismo que Patricia Highsmith, aun sin gustarle la moralina del final, dijo de 'A pleno sol': «es tan bella para la mirada como interesante para el intelecto». Solo he echado en falta algún plano mediocre para poder tomar apuntes.
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