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Yorkshire, 1890. La familia Hardacre trabaja en un secadero de pescado. Sam y Mary viven con la madre de Mary, Ma, una antigua contrabandista de ginebra, y sus tres hijos: Joe, un tanto chulángano, Liza, tan recia y deslenguada como su abuela, y Harry, que ... sufre una discapacidad física. Cargan y destripan arenques a cambio de un sueldo miserable, hasta que el padre sufre un accidente laboral y se ven en la calle. Es entonces cuando, a iniciativa de Mary, montan un puesto de pescado. Y de ahí a salir de la pobreza solo hay un capítulo. Sí, la cosa va rápida.
'Los Hardacre' (Movistar Plus+) es una miniserie de seis episodios basada en las novelas de C. L. Skelton. Viene de la mano de Playground, la productora de 'Todas las criaturas grandes y pequeñas', pero, desafortunadamente, carece del encanto de esa serie. Lo único que ambas tienen en común es que, pase lo que pase, sabes que todo va a salir bien.
Y pasan muchas cosas, sobre todo a partir del momento en el que los Hardacre se convierten en ricos y compran una mansión, servicio incluido. Es entonces cuando tienen que enfrentarse a un ama de llaves que los desprecia por ser de procedencia humilde, a unos vecinos engreídos y a una sociedad en la que se encuentran como pez fuera del agua. Porque, ahora que tienen dinero, ¿qué han de hacer? ¿Olvidar a sus viejos amigos? ¿Renegar de sus orígenes? ¿Traicionar quiénes son o conservar el orgullo de clase? Son preguntas pertinentes, pero las respuestas son de poca enjundia: el padre, Sam, se convierte en el buen patrón y trata que sus trabajadores tengan mejores condiciones laborales; Mary y Joe, el hijo mayor, quieren ser aceptados por la rancia sociedad inglesa, mientras que la resistencia inicial de Liza acaba por disiparse. Pero ahí está Ma, la abuela, que no solo se encarga de recordarle a su hija cuál es su origen en cuanto tiene ocasión, sino también de dar lecciones a los ricos, que son celebradas como pequeñas venganzas. Inofensivas, eso sí.
'Los Hardacre' es cualquier cosa menos un fidedigno retrato social de finales del XIX. La pobreza es digna y honrada, tan higiénica y perfumada que los arenques parecen oler a rosas, y ni siquiera el duro trabajo de limpiar pescado es capaz de quitar el arrebol de las mejillas de las mujeres. La producción no es especialmente brillante, los enredos son de poco calado y los personajes resultan planos. La serie es una suerte 'Donwton Abbey' de la clase trabajadora, pero sin su chispa (el personaje de Ma, aunque bien interpretado por Julie Graham, no puede emular, ni de lejos, el de la condesa viuda de Grantham) ni su presupuesto. Un entretenimiento inocuo.
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