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Los que conseguimos atravesar aquel valle de lágrimas que fue la tercera temporada de 'Homeland' acabamos siendo recompensados con otras tres tandas estupendas. Lo mismo ha ocurrido con este final de 'The Crown' (Netflix) dividido en dos partes: si la primera era una miniserie dentro ... de la serie, un culebrón que narraba la realidad de la misma manera folletinesca en la que la había vivido Diana, la segunda nos ha traído de regreso al mejor Peter Morgan.
Aunque también haya elementos de folletín en esta última entrega, como el enamoramiento entre Guillermo y Kate Middleton, el final de 'The Crown' vuelve a elevar la serie a los altares de los que nunca debió bajar. Abre boca con 'Pasión por Guillermo', donde un estupendo Ed McVey interpreta a un joven príncipe atormentado por la pérdida de su madre, enfadado con su padre y con el mundo y horrorizado por el hecho de haberse convertido en un icono popular. Tal vez, un 'pero': comenzar el capítulo con 'My favourite game' de The Cardigans, cuyo vídeo termina con un brutal choque automovilístico y con la cantante muerta en medio de la carretera, no es precisamente sutil.
A pesar de ello, 'The Crown' brilla en el episodio 'Ritz', porque ya sabemos que cualquier capítulo en el que aparezca la princesa Margarita es mucho mejor (baste recordar 'Beryl', aquella maravilla de la segunda temporada). 'Ritz' cuenta la noche en la que Isabel y Margarita, interpretadas por dos jóvenes actrices con un parecido extraordinario a Claire Foy y a Vanessa Kirby, salen a escondidas de palacio para celebrar en la calle el fin de la II Guerra Mundial. La anécdota, que ya se recogía en 'Noche real', la película de Julian Jarrold (director de varios episodios de 'The Crown'), es rememorada una y otra vez por Margarita, que le recuerda a su hermana que también fue joven, feliz y alegre. Mientras, la princesa, antes indomable, ve cómo la enfermedad la va debilitando, pero a pesar de haber culpado de su propia infelicidad y de la de sus sobrinos a su hermana («Los diferentes no tienen cabida en esta familia», le dice en 'Annus horribilis', el cuarto episodio de la quinta temporada), comprueba cómo Isabel se mantiene a su lado.
La anécdota central de 'Ritz' sirve, sobre todo, para llevarnos de la mano hacia un final en el que Isabel se pregunta qué ha sido de aquella chica que bailó una noche con los soldados norteamericanos, de aquella mujer a la que tuvo que renunciar para convertirse en reina. La aparentemente incombustible Isabel está cansada, triste, abatida. Tras las muertes de su hermana y de su madre, mira hacia atrás con nostalgia y hacia delante con inquietud porque siente que el sistema del que ella ha sido no solo la cabeza, sino también el espíritu, comienza a desmoronarse. Por eso, mientras repasa los preparativos de su funeral, se pregunta si debe abdicar.
Para ilustrar sus dudas, es en el episodio final, dirigido por Stephen Daldry, donde Peter Morgan nos hace un regalo: volver a ver a Claire Foy y a Olivia Colman, que ponen en palabras el monólogo interior que mantiene la vieja reina. La joven Isabel es la que impulsa a la monarca a seguir en el trono hasta el final de sus días; la Isabel madura es la que le dice que ya ha hecho todo lo que podía, que le toca descansar y que los demás han de ser los que soporten el peso de la púrpura. Y el espectador, a pesar de que conoce sobradamente la decisión tomada por la reina, llega un momento en el casi duda. Eso solo se consigue manejando la narración y el análisis de los personajes de tal forma que la ficción puede acabar presentándose como real. Porque 'The Crown' ha sabido contar historias mil veces contadas como si fuera la primera vez que se contaban, y lo ha hecho mantenido la dignidad y la grandeza hasta el final. Ha resistido. Y ha ganado.
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