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«Se derraman más lágrimas por las plegarias atendidas que por las no atendidas». Esta cita de Santa Teresa es el epígrafe que abre 'Plegarias atendidas', el libro póstumo e inacabado de Truman Capote que contiene 'La Côte Basque', aquel relato en el que desvelaba ... los secretos de sus amigas de la alta sociedad y que, tras su publicación en Esquire, no solo provocó el suicidio social de Capote, sino también el suicidio real de Ann Woodward, aterrada ante lo que su íntimo amigo iba a contar sobre ella.
Por ello, hasta las más agnósticas pensamos que nuestras plegarias habían sido atendidas cuando se anunció que 'Feud: Capote vs. The Swans' (HBO Max) iba a desarrollar aquella historia, tanto por quien estaba detrás (Ryan Murphy, que ya nos había dejado un excelente sabor de boca con otro enfrentamiento entre divas, 'Feud: Bette and Joan') como por quienes estaban delante de las cámaras: si Tom Hollander se ponía en la piel y en las maneras de Capote, los cisnes iban a ser encarnados por Naomi Watts, Diane Lane, Calista Flockhart, Chloë Sevigny, Demi Moore y Molly Ringwald, mientras que Jessica Lange interpretaría a la madre de Capote. Pero Santa Teresa llevaba razón: atendida la plegaria, hemos acabado derramando lágrimas porque la serie no ha resultado lo que esperábamos, a pesar de tenerlo todo para ser excelente. Todo, menos lo fundamental: que la producción reflejara el estilo ácido, chispeante y venenoso del propio Capote, del que Murphy también ha hecho gala en otras ocasiones. Pero, esta vez, Murphy no ha escrito ni dirigido ni uno solo de los capítulos de esta segunda temporada. Y se nota.
Quizás habíamos rezado pidiendo otra cosa: un tono más 'camp', más cianuro verbal, más excesos, más combates apasionados entre los protagonistas. Y algo de ello hay al principio pero, conforme la serie va avanzando, se va convirtiendo en un artefacto de una belleza triste y sombría que profundiza en la figura de Capote, en el látigo de su autoflagelación, en su necesidad de amar y ser amado, en su profunda soledad, en su bajada a los infiernos a base de pastillas y alcohol y en esa pulsión autodestructiva que le lleva a prender fuego a lo que siempre había querido para acabar quemándose en el incendio que él había provocado. Sí, es un retrato sincero, íntimo y doloroso, pero reiterativo hasta la extenuación, ya que inciden en él una y otra vez a través de saltos en el tiempo que solo contribuyen a hacer la narración más farragosa y a confirmar que la poca trama ha sido estirada hasta el límite.
Tampoco brilla el tratamiento de las protagonistas: excepto el personaje de Babe Paley, interpretado por Naomi Watts, los demás están apenas apuntados, desperdiciando no solo el talento de las actrices, sino también la posibilidad de haber ahondado en los caracteres y las contradicciones de un grupo de mujeres que fueron dueñas y señoras de la alta sociedad norteamericana.
La serie, sin embargo, tiene aspectos absolutamente disfrutables: además de lucirse en los instantes que reflejan la ironía más afilada y centelleante de Capote, cuenta con una producción exquisita, una dirección elegante y delicada a cargo de Gus Van Sant, un Tom Hollander y una Naomi Watts excelentes y una fotografía lujosa y detallada que te hace disfrutar del placer de cenar en los salones más distinguidos de Nueva York, de entrar en pisos suntuosos y mansiones extraordinarias y de beber champán en La Côte Basque, el 'place to be'. Sin embargo, sigue siendo mejor leer a Capote.
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