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Cuando comenzó la emisión de 'Las Campos', María Teresa se negaba a llamar 'reality' al programa porque, a su no modesto entender, ese nombre rebajaba su imagen pública como profesional. Ella prefería el término 'docureality', como si el prefijo 'docu' otorgara una pátina de dignidad. ... Aunque, para ser exactos, el género tendría que llamarse 'hagioreality', por lo de las hagiografías, las historias de las vidas de los santos. Porque, si cedes parte de tu intimidad y de tu tiempo, lo único que quieres enseñar son tus virtudes, y no tus miserias.
Lo cierto es que, ahora, hasta los famosos más reacios a mostrar su vida privada tiene su propio docureality. No en vano, la mayoría llevan años mostrándola en Instagram, y un reality lo único que hace es dar movimiento a las fotos que cuelgan en redes. Además, es un negocio redondo para todas las partes: para las plataformas, porque les sale más barato producir este tipo de contenido que una serie; para las 'celebrities', porque afianzan su figura, ya sea a nivel nacional, como Tamara Falcó, o internacional en el caso de Georgina Rodríguez; para los espectadores, porque nos gusta mirar por el ojo de la cerradura.
Pero ¿por qué unos docurealities nos conquistan y otros no?:
-Porque queremos creer que los sueños se hacen realidad (a pesar de que sabemos que no): el caso más claro es el de Georgina Rodríguez, una humilde chica de Jaca que llegó a la cumbre de la pirámide alimentaria al casarse con un astro del fútbol. Su camino lo resume perfectamente la frase promocional de Netflix: «Antes vendía bolsos en Serrano. Ahora los colecciona». Sí, tú también puedes ser dependienta de una tienda y que entre tu príncipe azul a comprarse un neceser.
-Porque hay un camino del héroe: en 'La Marquesa', el docureality de Tamara Falcó, se cuenta una historia con principio, nudo y desenlace. Comienza con la celebración de los 40 años de Tamara y culmina con la apertura de un restaurante 'pop up' en la finca El Rincón. Hasta llegar a ese objetivo final, nuestra heroína tendrá que solventar las diversas dificultades que le van saliendo por el camino. Por el contrario, en 'Isabel Preysler: mi Navidad', no ocurre nada. Tampoco en 'Pombo', donde se empeñan en demostrar que son una familia «muy normal». Y lo acaban consiguiendo: es tan normal que no interesa en absoluto.
-Porque los personajes asumen lo que son: mientras que Tamara Falcó lleva su pijerío con tanta naturalidad como un jersey de Loro Piana, Georgina Rodríguez es rústica en Dinerolandia, una nueva rica que conserva a su choni interior y que planta cara a un mundo clasista que jamás la aceptará como a una igual. Pero ¿qué son las Pombo? Pijas aspiracionales. Es decir, la nada.
-Porque nos gusta el lujo, mejor cuanto más obsceno: nos encanta escandalizarnos ante el derroche a lo loco y ver cómo Georgina se gasta 98 euros en chucherías o coge el jet como quien se sube al autobús. Para ver pobreza ya tenemos nuestras propias vidas.
-Porque queremos naturalidad, o algo parecido: Terelu comiendo porras o bebiéndose un Cola-Cao son historia contemporánea (y memes). Pero conseguir el punto justo no es fácil, porque se puede pecar por defecto, como los vanos intentos de Isabel Preysler de parecer recién levantada cuando está producidísima, o por exceso: no, nos hacía ninguna falta ver al padre de las Pombo tirándose ventosidades.
-Porque hay cosas que no están controladas por el personaje, y ahí es donde se ve el saber hacer del equipo. El montaje, la música (ese 'Tonta gilipó' sonando en 'Las Campos'), los rótulos irónicos («Fernando Verdasco. Tenista y cuñado» en 'La Marquesa') o la captura de los momentos en los que bajan la guardia, como las caras de Isabel Preysler cada vez que está junto a Íñigo Onieva en 'La Marquesa' o los gestos de Terelu y Carmen Borrego cuando Bigote Arrocet aparece en escena en 'Las Campos', son aspectos de la narración que escapan de los protagonistas, pero no de las cámaras. Y son los mejores. Desafortunadamente, no hay nada de eso ni en el docureality de Presyler, calculado al milímetro, ni en el de las Pombo, tan preocupadas como están por no resquebrajar su imagen de familia modélica.
-Por los 'special guest stars': en 'La Marquesa' aparecían Isabel Preysler, Juan Avellaneda, Vargas Llosa, Fernando Verdasco, Ana Boyer, Carolina y Adriana Carolina Herrera… más estrellas que en el cielo.
-Por los secundarios: desde la pandilla de amigos gorrones de Georgina hasta el personal de servicio de María Teresa Campos, es fascinante ver cómo todos recalcan las infinitas bondades de la señora en cuestión a cambio de ser recompensados en dinero o en especies. Pero, en el caso de Preysler, la presencia del servicio es absolutamente abrumadora: Rafael, su chófer, Elías, su mayordomo, Ramona, su cocinera, Alicia, su secretaria, Blas, su entrenador personal, Chus, su profesora de yoga, y Cris, su estilista. ¿Hace algo esta señora?
-Porque los ricos también lloran. Y queremos verlo. Es nuestro (tonto) consuelo.
-Porque nos gusta reírnos con ellos y, sobre todo, de ellos. Especialmente, cuando el humor es involuntario y, en el caso de 'Soy Georgina', sus frases harían palidecer al más avezado guionista de comedia: «No me pongas plantas de plástico, ni libros», «El jet me facilita la vida», «Yo llegaba en autobús y él me recogía en Bugatti», «Siempre hay ibéricos en el jet» o «Cuando empecé a ir a casa de Cristiano me perdía y tardaba media hora en llegar al salón porque no sabía cómo volver». Una perla tras otra.
-Porque, a veces, la frivolidad puede ser necesaria. Lo que no puede ser nunca es aburrida. Por eso 'Isabel Preysler: mi Navidad' y 'Pombo' están pasando con más pena que gloria por las plataformas. Porque son tan planos y letárgicos como sus protagonistas.
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