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Aviso: Este texto contiene algunos 'spoilers' y revela aspectos sobre el esquema y la estructura de la serie que pueden acabar con la sorpresa.
Era complicado mantener la tensión y el interés que había suscitado '1:23:45', el primer episodio de 'Chernobyl'. Y ... lo era porque uno tiende a pensar que el desencadenante de un horror como el que la población de Prípiat vivió a mediados de los ochenta, esto es la explosión del reactor 4 de la central nuclear, es lo más llamativo. Da la sensación de que, a partir de ahí, el ritmo sólo puede bajar: ¿qué queda cuando uno ya ha narrado el desastre y los trabajos a contrarreloj para tratar de contener la contaminación de una gran parte de la faz de la tierra? Quedan las fotografías de la noche de autos en 'Resacón en Las Vegas'.
Vale, puede que la comparación sea un poco banal, pero algo de sentido tiene. Al fin y al cabo Craig Mazin, creador y escritor de la serie, estuvo detrás de las secuelas de las descacharrantes comedias. Lo que sí demuestra la ficción de cinco capítulos que ha desarrollado para HBO es un pulso privilegiado para dosificar una narración que no cae nunca en la redundacia -ojalá en esto se convierta en un referente para las producciones venideras- y sigue acaparando la atención del espectador a cada minuto que pasa, tocando todo tipo de géneros, a medida que la historia avanza.
Decíamos hace poco más de un mes, cuando el primer episodio salió a la luz, que el terror era uno de los grandes aliados de 'Chernobyl'. Un horror que no solo persigue al espectador cuando éste se adentra en los pasillos de la devastada central y escucha los vomitos y los alaridos de los operarios, en carne viva debido a las quemaduras producidas por la explosión y la radiación. El miedo se agudiza fuera, pero de forma muy distinta. La producción es muy consciente de que la audiencia recuerda o conoce los hechos históricos y juega a contraponer eso con la inconsciencia de una población civil que desconoce los riesgos y vive el fallo del reactor casi como un espectáculo, bailando al son de las cenizas que caen del cielo como si fueran copos de nieve. De esta forma, la desazón, la angustia y la incredulidad ante lo que uno contempla no dejan de crecer. El simple abrazo de una mujer a su esposo, uno de los bomberos que ha participado en las labores de extinción del fuego, produce una incomodidad brutal.
Así las cosas, el horror, el suspense y la supervivencia cimentan una buena parte de los tres primeros episodios. En gran medida, estos abundan sobre los trabajos que la Unión Soviética llevó a cabo para tratar de controlar el desastre. Dirigidos por el físico nuclear Valery Legasov, al que da vida un estupendo Jared Harris, las labores pasaron primero por sofocar el incendio, después por achicar el agua en el interior de la nave -la secuencia de los tres bomberos a oscuras accediendo hasta las válvulas es excepcional-, evitar que el nucleo se fundiera y la radiación acabara pasando a las aguas subterráneas -la representación de los mineros es, sin duda, lo peor de la serie- y finalmente por echar los escombros del techo al interior del reactor -«Son los noventa segundos más importantes de vuestra vida», dicen a quienes tienen que retirar el grafito en la antesala de uno de los planos secuencia más angustiosos de la serie-.
Lo más sorprendente es que el neófito ante estas cuestiones entiende desde el primer momento la gravedad de lo ocurrido. Para ello Mazin se ha sacado un recurso de la manga: convertir a quien fuera vicepresidente del Consejo de Ministros, Boris Shcherbina (Stellan Skarsgård) en el espectador a quien se le explica todo. Y funciona. Uno no tiene la sensación, tan habitual en otras producciones, de que los guionistas le estén llevando todo el rato de la mano, incluso aunque así sea. A Shcherbina le cuentan cómo funciona un reactor, por qué realmente es tan grave su explosión -a veces con comparaciones tan llamativas como que el núcleo expuesto produce el doble de radiación que la bomba de Hiroshima cada hora que pasa-, qué sucederá con las personas que han estado expuestas, por qué es necesario evacuar la ciudad, arrasar los cultivos y acabar con los animales de la zona... Queda así explicada la magnitud del problema.
Pero en la serie hay mucho más. Gran parte del relato se construye en torno a la investigación que decenas de científicos llevaron a cabo sobre el suceso, en un intento de que algo así no volviera a suceder. En la ficción esa trama recae sobre un personaje inventado, Ulana Jomiúk (Emily Watson), del Instituto bioelorruso de Energía Nuclear, ubicado en Minsk. Es ella quien descubre que, pese a que los operarios pulsaron el botón adecuado para apagar el reactor, éste acabó estallando. A medida que la investigación sigue su curso se van revelando las estructuras políticas y el férreo control de la información que la Unión Soviética trataba de mantener en un contexto de Guerra Fría. Alrededor de 36 horas tardó el Estado en confirmar lo sucedido, mientras en el exterior aliados y otras potencias iban descubriendo el suceso por sus propios medios.
El espectador asiste a una red de desinformaciones -un reflejo certero y muy apropiado en un momento en el que las 'fake news' están tan en boga-, al tiempo que el papel de la KGB y sus labores de espionaje crecen en importancia. La serie, sin duda, crítica ese orgullo de nación mal entendido, al que contrapone los espeluznantes entierros de los héroes que han dado su vida por el pueblo en sarcófagos de acero y bajo metros de hormigón y a menudo Legasov pone en duda las «decisiones arbitrarias» de la URRS en torno al accidente.
En este sentido, el último episodio es el broche final a esa trama. Se escenifica el juicio en el que testificó Legasov y acude a los hechos anteriores a la explosión a través de una serie de flashbacks. Son las fotos de 'Resacón en Las Vegas' que el espectador ve cuando acaba la película, el '¿qué nos ha conducido hasta aquí?'. Solo que en 'Chernobyl' sirve también para arrojar una devastadora tesis que toma cuerpo en su excelente colorario final, en boca del propio Legasov. «Cuando la verdad ofende, mentimos hasta que no recordamos la verdad. Pero sigue ahí. Cada mentira que contamos es una deuda con la verdad. Más tarde o más temprano hay que pagarla». Sin apenas hacer ruido y con poca promoción, HBO ha hecho la mejor serie en lo que va de año. Será muy difícil superarla.
La serie 'Chernobyl' está disponible en HBO.
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