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Entre otras muchas funciones las series nos sirven para entendernos mejor a nosotros mismos. Muchas ficciones nos explican, nos abren los ojos, nos ofrecen la oportunidad de sentirnos reflejados en ellas. Esta capacidad de convertirse en espejo para que el espectador pueda mirarse a través ... de ellas a veces reconforta y otras estremece. Lo importante -si está bien hecha- es que no deje indiferente. Para que esto suceda debe haber una voluntad de realismo, de tratar de mostrar a personas y situaciones con sus virtudes pero también con sus miserias, con aciertos y con fallos, con caras agraciadas y con otras que no disimulen sus partes menos favorecedoras.
¿Sucede eso con las series españolas? Cada vez más. Y el estreno, casi a la vez, de títulos como 'Cardo', 'Todo lo otro', 'El tiempo que te doy' y la segunda temporada de 'Vida perfecta' ha contribuido a abrir el abanico de relatos y de roles. El reflejo de una sociedad diversa es, sin duda, uno de los retos más relevantes a los que se enfrenta actualmente el audiovisual español, al que se le ha acusado en ocasiones de imitar modelos americanos antes que de trasladar nuestras realidades a la pantalla. La diversidad atañe a cuestiones étnicas, sexuales y de género, pero también a otros aspectos, que tienen que ver con los escenarios donde se desarrollan las tramas y con el aspecto de los intérpretes. ¿Por qué es tan raro que el protagonista de una serie viva en un piso de 50 metros cuadrados? ¿Por qué apenas se plantean conflictos amorosos en parejas adultas? ¿Por qué no hay más personas gordas o feas en los elencos?
La tiranía de las audiencias -cuando solo existían las cadenas con programación lineal- ha sido la excusa muchas veces empleada para echar atrás guiones en los que aparecían retratos con los que presumiblemente gran parte del público no se iba a sentir identificado. La llegada de nuevas plataformas y el cambio de hábitos de consumo ha permitido derribar algunas barreras y las series son ahora más diversas. «La televisión ha dado prioridad a parecerse un poco más al país que las ve», decía en un artículo reciente el responsable de información televisiva de 'The New York Times'. Y esgrimía varios motivos por lo que esto sucedía: «dinero, infinitos canales y porque es lo correcto».
En nuestro país algunos datos por el momento no son excesivamente alentadores. El primer informe del Observatorio de la Diversidad en los Medios Audiovisuales, publicado en enero de este año basándose en películas y series estrenadas en 2019, indicaba que solo 80 de los 1301 personajes analizados eran LGBTI, que las mujeres estaban infrarrepresentadas y que apenas existían historias con protagonistas racializados. En el de 2020 la cifra no mejora demasiado, pasa de un porcentaje del 6,15% al 7,1%. Otro estudio reciente sobre este tema, promovido por la entidad DAMA y por Netflix, dirigía la mirada hacia los equipos de dirección y de guion, donde el número de profesionales femeninas es bastante menor.
El desembarco de mujeres -Abril Zamora, Leticia Dolera, Nadia de Santiago, Ana Rujas y Claudia Costafreda- liderando proyectos ha servido para que las estadísticas mejoren. Pero no solo eso, también para que se cuenten historias condenadas hasta ahora a la marginalidad y al estereotipo. Y además han insuflado una dosis de realismo a nuestra ficción, posiblemente por la necesidad de sus propias autoras de narrar sus experiencias pocas veces representadas como ellas querrían. Rujas, creadora de 'Cardo', ha comentado que algunas de las secuencias están basadas en vivencias propias, como esa tan cruda en la que una adolescente es rechazada en un casting porque su nariz es imperfecta. Dolera explicó cuando se estrenó 'Vida Perfecta' que compartía algunas dudas y reflexiones con las protagonistas de su proyecto. Y Zamora ha confesado que, finalmente, 'Todo lo otro' es más autobiográfica de lo que ella misma había planificado en un principio.
El resultado de todas ellas es desigual. 'Cardo' desprende verdad por los cuatro costados. Y gran parte de la 'culpa' tiene que ver con su empeño en no ocultar las imperfecciones de la propia realidad, la fealdad que nos rodea y que las cámaras muchas veces obvian. Aquí los pisos son claustrofóbicos, porque si tienes 30 años, tu trabajo es precario y tus ingresos son irregulares es bastante probable que no puedas residir en un ático de diseño. Aquí hay un Madrid que se extiende más allá de Malasaña. Barrios como Carabanchel existen. Y aquí, en 'Cardo' quiero decir, se recorren calles repletas de coches y bares con pinta de oler a fritanga. Todo eso ayuda a que el espectador entre más fácilmente en la historia y se sienta más cercano al drama que plantea la nueva propuesta de Atresplayer con los Javis como productores.
Sucede lo contrario en 'Todo lo otro', en HBO Max, en la que casi nada resulta creíble. Ni la casa que comparten, aunque sea de renta antigua como se encargan de aclarar; ni los bares en pleno centro de Madrid en los que apenas hay gente; ni la forma en la que se comportan los protagonistas, más propia de adolescentes que de personas que rozan los 40 años.
Las dos series mencionadas parten de conflictos particulares pero pueden leerse en clave de retrato generacional. La primera lo consigue con ese tono desgarrador, que resume el desaliento con el que conviven -y tratan de sobrevivir- muchos millennials, ahogados por la falta de oportunidades y por las falsas expectativas generadas a su alrededor. La segunda, sin embargo, naufraga porque todo lo que acontece parece impostado, desde las anécdotas que cuentan, hasta una sobreiluminación que deslumbra (para mal) a cualquiera.
Abril Zamora ha introducido en las tramas un personaje trans, pero ha evitado que ese sea su conflicto principal. Y eso es un paso adelante. Precisamente esa es una de las reclamaciones que hacía el Observatorio de la Diversidad, que pedía que se escriban papeles con una identidad más allá de su orientación sexual o su género, «con drama en sus carreras profesionales o en sus relaciones», para evitar que queden como unidimensionales y sesgados.
En ese sentido transita en la segunda temporada de 'Vida Perfecta' (se estrena el viernes 19 en Movistar) el personaje de Esther -hermana de María (Leticia Dolera)- que se enfrenta a la ansiedad que produce el compromiso e una relación y a la complejidad de tener una pareja con una diferencia notable de edad. La nueva novia de Esther permite a la serie husmear en universos menos cosmopolitas y urbanitas, algo de lo que pecaba en su primera temporada. También convence la travesía que cruza con Gari, el jardinero con diversidad funcional que se enfrenta a una paternidad que le desborda. El suyo sigue siendo una excepción, dada la escasa presencia de protagonistas con alguna discapacidad (un 2,6% en películas y un 5,3% en series según el informe de DAMA).
Las nuevas ficciones españolas continúan obviando la realidad rural, ya que la mayoría se emplazan en el centro de localidades como Madrid o Barcelona. 'El tiempo que te doy' está rodada en la costa de Granada, pero el emplazamiento es poco relevante en esta ocasión. Y esa es una deuda pendiente de nuestro audiovisual, más preocupada por lo que ocurre en las urbes hiperpobladas que en la España vaciada, a la que la literatura patria sí se ha acercado con novelas como 'Los asquerosos', 'Intemperie' o 'Un amor'.
Aunque no es necesario que todas las series sean realistas la llegada a la industria de profesionales más diversos (el caso de Bob Pop y su 'Maricón Perdido' es otro de los más importantes de la hornada española este año) abren la puerta a narrativas con las que hasta ahora era más complicado encontrarse en nuestra industria.
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