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Las series juveniles tratan de captar la atención de un público que se engancha principalmente al carisma de los personajes y a los aires de culebrón. 'Panic' se apunta a esta tendencia, con una clara intención comercial, sin acertar del todo en la diana. ... Los diez capítulos de su primera temporada se han estrenado del tirón en Amazon Prime Video y no están cosechando lo que se podía esperar de una propuesta que explota con poca garra una idea de éxito entre su audiencia potencial: la competencia entre varios adolescentes, por el amor y por un curioso premio.
Por supuesto, hay piques entre los personajes principales, alianzas y traiciones, pero los guiones no atrapan lo suficiente, resultando sumamente tediosos. La sensación de que tarda en avanzar la trama es irritante. El triángulo romántico de turno, la pérdida de la inocencia y demás problemas de la edad del pavo no se plantean con contundencia, invitando la bostezo. El planteamiento no deja de ser curioso, pero está llevado con ingenuidad, poca tensión y cero visceralidad.
En un pueblo rural situado en lo más profundo de EE UU solamente hay una opción -o eso dicen, y hay que creérselo- para escapar de la espantosa rutina cuando te gradúas en el instituto y acaricias la edad adulta. Para no caer en un pozo negro existencial -según parece, y hay que aceptarlo- no queda otra que participar en un juego peligroso y clandestino que consiste en superar diferentes pruebas, más físicas que mentales, donde el aguerrido participante puede perder la vida. Como si se tratase de 'Los juegos del hambre' en versión light, una distopía de baratillo, en cada capítulo hay un solo reto que superar.
Los desafíos son poco llamativos en su concepción: tirarse al agua desde lo alto de una roca -es más terrible el «balconing» veraniego-, entrar en una granja y robar algo para hacerse un selfie, darlo todo como funambulista entre dos puntos de altura en una fábrica abandonada o pasar la noche en una supuesta casa encantada, entre otras hazañas que puntúan para llevarse una cuantiosa suma de vil metal que permite al ganador escapar lejos a alguna gran ciudad (donde, probablemente, se aburrirá lo mismo, visto el talante del plantel principal). Aunque, a priori, los lances puedan exprimirse para estremecer al espectador, rindiéndose al suspense, la realización y la descripción de los hechos no promulgan el ritual de encogerse en el sofá.
Si la serie 'Panic', basada en el libro homónimo de Lauren Oliver, aquí ejerciendo de guionista, publicado en el 2014, fuese una película, ganaría enteros al condensar tantas escenas que no van a ningún sitio, de claro relleno. No cuela la excusa de que abunden porque sí los episodios de transición. Dramáticamente plana, no termina de llegar al meollo de la cuestión, se apoya en giros inanes y no aporta nada especial que permita a la serie destacar entre tanta oferta. Ni siquiera el reparto resulta singular, problema extensible a otras iniciativas estrenadas estos días con mejor suerte y mayo campaña promocional. Hay momentos en la sucesión de acontecimientos que pueden exasperar.
Una de las características de la competición es que los implicados se van enterando de dónde y cuándo es cada reto mediante pistas que, al parecer, la policía del lugar no es capaz de vislumbrar (caen octavillas del cielo, se disparan bolas de pintura de colores a los escaparates del pueblo de postal, ¿nada que no llame la atención?). Los agentes no son capaces de investigar dónde es la quedada para el botellón, en una localidad con escasos habitantes. Poco creíble para ser el tema central del espectáculo. En alguna edición ha habido muertes en pleno concurso, pero la inoperancia de las autoridades para atajar el problema es un auténtico escándalo. Este secretismo colectivo es marrullero, tambaleándose los cimientos de la historia.
El acontecimiento lleva celebrándose desde tiempos inmemoriales sin que se sepa en el pueblo, incluyendo a la gente adulta que un día fueron chavales. Cae por su propio peso. Al margen de este notable bache, y que el pueblo no parece un sitio tan mortal donde vivir -más bien lo contrario-, las pruebas son poco imaginativas, los estereotipos campan a sus anchas y el producto no termina de encontrar su lugar. Quizás si hubiera abrazado el terror, con todas las consecuencias, gozaría de mayor enjundia y proyección. No obstante puede interesar a quienes desconectan de su vivir cada día con ruido de fondo.
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