'Palomas negras' es un divertimento emocionante

La estrella de la saga 'Piratas del Caribe' está bien respaldada por Ben Whishaw, una bestia de la actuación que en esta ocasión encarna a un frío sicario cuyos demonios internos se desbocan, quizás el mejor rol del show, con permiso de Sara Lancashire, el gran rostro de la genial 'Happy Valley', de obligado visionado, cuyas breves apariciones son un lujazo encarnando a la carismática líder de una organización secreta entregada a solucionar entuertos por la puerta de atrás (denominada, precisamente, Palomas Negras).

'Palomas negras' le debe alguna secuencia a Guy Ritchie, no oculta su procedencia y exprime a conciencia un recurso manido en el género: la venganza. Como espectáculo la nota es alta, a pesar de que el material que manejan no cumpla siempre con el manual del buen guionista. A veces toca saltarse las reglas en pos de la emoción y el entretenimiento. La sorpresa está garantizada y la gestualidad de Keira, estupenda en su cometido, y sus certeros compañeros de viaje es un goce. Alex Gabassi, responsable de la dirección de algunos capítulos de 'The Crown' o 'Raised by Wolves', se coloca con buen tino detrás de la cámara mientras Joe Barton firma el guion, con sus pequeñas trampas y grandes hallazgos. Suyo es el libreto de una serie a tener en cuenta, también disponible en Netflix, 'Giri/Haji: Deber/Deshonor'.

Emocionante por momentos, 'Palomas negras' lo mismo te arranca una sonrisa que te la congela de inmediato, con una narrativa fluida que engancha irremediablemente. La segunda temporada ya está en marcha, tras cosechar buenos números en la plataforma y destronar a esperados lanzamientos como 'Cien años de soledad'.

Uno de los llamativos reclamos de la serie es su supuesta inspiración en un suceso real acontecido en Gran Bretaña en 2010. Barton se ha molestado en alimentar el dato, aunque no está presente en los créditos de la serie la famosa etiqueta «basada en hechos reales». En teoría un grupo de agentes encubiertos es la génesis del proyecto. Se construyeron falsas identidades a largo plazo para desmontar a diversas organizaciones de activistas, generando un duro debate en la opinión pública sobre los límites de la vigilancia y sus consecuencias. El caso saltó a la palestra tras varias filtraciones de información donde se aseguraba que estos topos camuflados en entornos políticos influyentes llevaban realizando sus pesquisas desde el año 1968, una fecha notablemente simbólica. Algunas de las personas implicadas acabaron manteniendo relaciones afectivas que, en más de una ocasión, acabaron formando una familia, como el personaje defendido por Keira, una aparente mujer abnegada que esconde tras su fina educación las maneras de Bourne. Bajo el maquillaje se esconde una espía letal, una eficaz arma de defensa y ataque.