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Todo un acontecimiento para los gourmets del audiovisual el estreno de 'La noche que Logan despertó', la primera serie escrita y dirigida por el canadiense Xavier Dolan, un cineasta completo, también actor y guionista, insultantemente joven, que siempre ha tenido muy claro lo que es ... el oficio y su relación con el arte. Tener las ideas cristalinas, con una visión personal meditada, en un medio en constante transformación a una edad temprana no es fácil de sobrellevar. Tampoco el éxito precoz que dan los premios especializados y lo que rodea al negocio. Temas peliagudos que ha puesto sobre la mesa el propio responsable de aplaudidos títulos como 'Mommy' o 'Laurence Anyways', siempre bienvenido en los festivales internacionales.
Durante la promoción de su última obra, su salto a la televisión —hay que decirlo así—, el virtuoso realizador subrayó con insistencia que abandonaba su carrera en el cine y aledaños, algo que está por ver —existe un proyecto pendiente con HBO—, al ser testigo de una era que se acaba. «No siento la necesidad de seguir con esto», argumentaba, señalando el peso de los comentarios negativos sobre su trabajo en los tiempos de la democratización de la crítica en las redes sociales. Perlas como «hacer cine es una pérdida de tiempo, es inútil» o «construiré una casa y me iré allí con mis amigos a refugiarme y a ver cómo arde el mundo», misantropía pura, lucían en el grueso de las recientes entrevistas en prensa, probablemente buscando alimentar el aura de enfant terrible. El toque de atención, el cansancio y cierto afán de protagonismo —en la línea de otras voces excéntricas como Albert Serra—, devino en más de un titular apocalíptico harto comprensible.
Contar historias con una cámara, hacer cine, es un proceso complicado que requiere una energía física y emocional difícil de explicar. Dolan, al borde de un abismo existencial donde también entra la situación política que agita el planeta, es consecuente con la sensación que despierta: su manera de entender un arte en constante movimiento no es del gusto de un público mayoritario. 'La noche que Logan despertó', disponible en Filmin —el oasis del streaming—, nace sin ser plato para todos los gustos, empleando un lenguaje cinematográfico, lejos de lo televisivo, que rehuye de las tendencias contemporáneas. No es una serie de rápida digestión, se regodea conscientemente en su condición de rara avis y apela a las emociones de un público potencial curtido en una narrativa penalizada en la actualidad. El formato serializado tiende cada vez más a contentar la dictadura de las discutibles estadísticas que manejan las plataformas. Ritmo intermitente, sin presiones, actuaciones extremas por momentos, encuadres y movimientos fuera de lo común en un juego con el tono que permite al autor balancearse entre el drama, el thriller y el terror. El horror anidado en el seno de una familia disfuncional es el motor de la acción, tras la muerte de la madre del clan y un inesperado desarrollo de los acontecimientos. El choque de traumas, individuales y colectivos, está servido.
Dolan carga con una mochila importante a sus espaldas. Con apenas diecinueve años dio un puñetazo sobre la mesa en el Festival de Cannes de la mano de una ópera prima de su entera cosecha: 'Yo maté a mi madre' (2009). A partir de tan provocativa (y lúcida) tarjeta de presentación, gestionar el talento, las alegrías y las decepciones no es una tarea sencilla. Escribió, dirigió y protagonizó un filme que llamó poderosamente la atención. En 'La noche que Logan despertó' también es el montador de sus cinco capítulos y encarna a uno de los miembros de la familia protagonista. La obsesión del cineasta por las relaciones materno-filiales es evidente. De aquellos polvos, estos lodos. Basada en la obra de teatro homónima de Michel Marc Bouchard, el resultado se antoja un buen ejemplo de las posibilidades del uso del formato, manejado con soltura —cliffhangers y giros incluidos— por un peculiar autor, exagerado a ratos, fiel a su intereses y a una visión de la vida y al propio hecho cinematográfico en desuso. Reivindicar una mirada única, para bien y para mal, mientras critica la intolerancia que impregna la sociedad, los convencionalismos y las costumbres, abre las puertas a las filias y fobias. No deja de ser un retrato de sí mismo, por ello quizás Dolan necesite un descanso tras haber expulsado sus inquietudes con persistencia.
'La noche que Logan despertó' desgrana, con saltos en el tiempo, la historia de una familia acosada por los fantasmas del pasado, sembrando en el espectador una angustia constante. Para hacerlo, emplea una estructura interesante, dedicando cada capítulo a un personaje principal implicado en la trama. Los problemas de estos individuos complejos, aquellas emociones que siempre han estado ahí, fluyen sin remedio y descontrolan la realidad de cuatro hermanos que apenas se ven y no terminan de entenderse, removiéndose para liberarse de la esclavitud de los lazos afectivos, el odio y amor, en un escenario alejado del romanticismo inherente al concepto de familia. Hechos fatídicos de antaño pueden suponer un enorme lastre a la hora de convivir, son necesarios el perdón y el aprendizaje. Con una paliza que sufre un homosexual y una bandera arcoíris ardiendo, una imagen impactante, comienza el desfile de demonios internos, a veces compartidos, difíciles de erradicar. Dolan enfatiza sus virtudes con la expresividad que le permite la cámara, no quiere oír hablar del melodrama y carga las tintas en lo que mejor sabe hacer. Le acompaña en la gesta un reparto entregado a la causa: Julie Le Breton, Patrick Hivon, Éric Bruneau, Anne Dorval, Magalie Lépine-Blondeau y el propio director. Hans Zimmer y David Fleming ponen la banda sonora. Ojalá esta última maniobra en la filmografía del máximo artífice de títulos como 'Las ilusiones perdidas' o 'Los amores imaginarios' sea solamente un punto de inflexión creativo en el camino de un artista que, indudablemente, necesita la aprobación de su trabajo y esquivar la frustración.
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