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Cuarenta años después de 'Las calles de San Francisco', Michael Douglas regresa a la pequeña pantalla de la mano de Netflix.'El método Kominsky' maneja materiales tan impropios de una telecomedia como la soledad, la vejez y la enfermedad. Y el resultado es ... desopilante. Douglas encarna al dueño de una escuela de interpretación en Los Ángeles, un reputado profesor que seguramente hubiera preferido triunfar como actor. Su mejor amigo (Alan Arkin) posee una agencia de representación y arrastra la fama de ser el hombre más malhumorado de Hollywood. Uno es un galán que todavía se sabe atractivo; el otro asiste a la muerte de su esposa víctima del cáncer en el primer episodio y ya no sabe qué hacer con su vida.
'El método Kominsky' es cine adulto. Ocho episodios que no llegan a la media hora y que arrancan exactamente donde termina el anterior, como si fuera un largometraje troceado. Sorprende el uso de tacos y alusiones sexuales en los diálogos –«este país ya no es el mismo desde que con Clinton las mamadas dejaron de considerarse sexo», suelta el personaje de Douglas–, y la condición de perdedores e infelices de todos los personajes, entre ellos una divorciada con ansia de cariño y la hija drogadicta del protagonista. El título de los capítulos da pistas: 'Una próstata se agranda', 'El suelo pélvico chirría', 'Una hija se desintoxica'...
Detrás de las imágenes de 'El método Kominsky' se encuentra Chuck Lorre, el creador de 'The Big Bang Theory' y 'Dos hombres y medio'. El tono crepuscular que imprime a las andanzas de dos hombres al borde del fin de su vida laboral y sin asideros sentimentales se acompaña de un montón de guiños al mundillo hollywoodiense, desde locales míticos de Los Ángeles a gozosos chistes sobre el aprendizaje de los actores y el método Stanislavski. Cinismo y ternura, buen humor y depresión se alternan en esta puesta al día de 'La extraña pareja' que en su día interpretaron Walter Matthau y Jack Lemmon, y que cuenta con cameos de estrellas como Jay Leno, Ann-Margret, Danny DeVito y Elliott Gould. Michael Douglas dinamita su imagen de galán. Se masturba viendo porno en un iPad, su próstata le obliga a pasarse la vida en el baño y en el parque las madres le confunden con un pederasta. Mención aparte merece el extraordinario Alan Arkin, capaz de pasar del sarcasmo al dolor en el mismo plano.
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