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La lluvia y una atmósfera desangelada y sombría tiñen todo el metraje de 'Memento mori', la serie que desde hace unas semanas está disponible en Prime Video y que se basa en la novela homónima de César Pérez Gellida, perteneciente a la trilogía 'Versos, canciones ... y trocitos de carne' del autor. Ambientada en Valladolid, la ficción comienza con el espeluznante hallazgo del cadáver de una joven de 24 años, a orillas del Pisuerga, a la que le han amputado los párpados. La autopsia revela que el asesino la estranguló y que la amputación se produjo postmortem, con unas tijeras curvas, además el cuerpo no presenta signos de haber sido abusado sexualmente. Pero hay un detalle más: en el interior de la boca esconde un misterioso poema.
A partir de ahí, la ficción se desdobla en dos puntos de vista. El primero sigue al inspector Ramiro Sancho, encarnado por Francisco Ortiz, y su equipo a la búsqueda del culpable, el segundo pone el foco en Augusto, el asesino en serie, que está sembrando el pánico en la ciudad. El desarrollo de ambas tramas dará pie a que la persecución se torne en algo cada vez más personal entre policía y criminal. No en vano, la serie dirigida por Marco A. Castillo traza a menudo paralelismos entre ambos protagonistas. Ahí están, por ejemplo, el complejo vínculo que Sancho y Augusto tienen con sus madres o sus intrincadas relaciones amorosas.
Y es que que el sociópata deje pistas en forma de versos da pie a que el inspector acuda a la doctora Corvo, una brillante filóloga a la que da vida Manuela Vellés, capaz de trazar un perfil del asesino en base a su escritura. Y claro, entre pesquisa y pesquisa, surge el amor, si bien algunas de sus secuencias de flirteo caen en el más absoluto de los ridículos -«¿por qué alguien podría tomarse cualquier vino pudiendo tomarse un Ribera del Duero?», llega a decir él durante una cena de 'trabajo'; «mira, en eso sí que estamos de acuerdo», le responde ella, en un diálogo que parece extraído de 'Médico de familia' por su indudable afán promocional-.
El caso es que la doctora no falla: Augusto es joven, bien parecido, narcisista y su perfil encaja como un guante en el físico de un Yon González que, por fin, se aleja del papel de galán al que le han condenado buena parte de las producciones en las que ha participado.
Fan de Héroes del Silencio y, sobre todo, de Enrique Bunbury -ojo a la exagerada interpretación de 'Bravo', la canción que el zaragozano y Nacho Vegas versionaron en su 'El tiempo de las cerezas', que el actor se marca frente a la cámara-, la caracterización y el desarrollo del personaje al que pone rostro recuerdan, y mucho, al Patrick Bateman que Christian Bale bordó en 'American Psycho'.
Los gustos refinados, la clase y la soberbia maridan bien con los asesinatos en serie. Y también los disfraces, porque en ese juego del gato y el ratón hacia el que avanza la serie -las constantes persecuciones por las calles de Valladolid están rodadas con muy buena mano-, Augusto no dudará en personarse en la comisaría, con gafas y perilla postiza, y en dejar pistas cada vez más arriesgadas sobre su paradero para evidenciar ante los medios de comunicación lo perdida que anda la Policía.
Para hacer más digeribles las motivaciones del asesino, la narración introduce un cuarto personaje, un psicólogo criminalista al que apodan Carapocha, interpretado por Juan Echanove, que se traslada a Valladolid para ayudar en el caso. Su irrupción en la investigación, hacia el segundo episodio, no solo sirve para arrojar luz a los espectadores, sino que proporciona buenas dosis de humor, al carcajearse de las debilidades de los policías, a los que se les cuelan nombres y pistas falsas.
«Los asesinos en serie distinguen entre el bien y el mal. Muchos tardan años en cometer el primer crimen, pero una vez lo hacen no pueden parar», asegura en una de sus ponencias al público. «La violencia no es innata al ser humano y es una elección. ¿Qué ocurre en la mente para que empiecen a matar a sangre fría? ¿Qué mecanismos se activan? Es necesario entenderlo para evitar miles de muertes», dice, poco después, este personaje fascinado por los razonamientos de los 'psychokillers', que poco a poco irá teniendo un peso más que inesperado en la trama.
Con una puesta en escena compacta y estimulante, que se mira en producciones como 'Seven', el gran problema de 'Memento mori' es que uno tiene la sensación de haber visto esta historia cientos de veces.
A menudo, Augusto se imagina ejecutando a personas ante cualquier problema y viaja al pasado para exorcizar sus traumas infantiles -otra vez el tópico del maltrato y la figura materna castrante-. Tampoco los giros de guion que se desarrollan a partir del tercer y cuarto capítulo tienen la suficiente fuerza como para avivar el interés del espectador. Es más, algunos de ellos son tan inverosímiles que obligan a suspender la incredulidad hasta límites absurdos.
El final abierto deja claro que habrá una segunda temporada, en la que, a buen seguro, la sombra de producciones como 'American Psycho' o 'Seven' seguirá siendo alargada.
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